En algunas empresas educativas se oye decír: "No hay más Director que el Director y el jefe de estudios es su profeta", así como que todas las cosas hay que hacerlas en nombre del Director, el Clemente, el Misericordioso. Si el Director de cualquier casa de estabulación de alumnos es Grande, ahora quieren hacerlo alguien estratosférico, en contacto directo con las divinidades del enchufismo político cuatrienal, en su variante Junta de Calamidades de Castilla no marcha. Mientras a los chicos se les desarrolla notablemente el pulgar de tanto jugar a la playstation, a los mandasiempres se les está resfriando el dedo índice de tanto usarlo con los propietarios de las consabidas albardas. Está tan claro como el agua, cuando el agua está clara: toda forma de poder, desde el político al empresarial, ha de ser compartido por el propio bien de la sociedad, que está hecha un asco, la pobre, a causa de los bancos atracados desde dentro, los traficantes de ladrillos, que hacen más mal aún que los otros traficantes, los niñatos y niñatas de cincuenta años y los gilipollas (la gilipollez es el gran mal del siglo XXI y fines del XX, véase el ensayito escrito en uno de los post hace tiempo). Una reforma tendría que empezar por resucitar los viejos principios republicanos de la honestidad, el trabajo, el mérito y la capacidad y por degradar sistemáticamente cualquier manifiestación de gilipollez, por ejemplo la monarquía, la televisión, la pornografía, la publicidad, el botellón y la prensa sensacionalista y descerebrada. Hay cosas que son cuestión simple de higiene, decencia, dignidad. Si las cosas no están claras, más vale pegarse un tiro.
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