lunes, 23 de abril de 2007

Asfixia

Me ahogo. ¿Por qué? Porque existe una gran presión en estas profundidades de la realidad, y los pulmones no aguantan mucho los bajos fondos de la inmensidad, que decía Franco Battiato. Los bichos que hay por aquí tienen cara de sospechoso y un aspecto que generalmente pide un cambio radical, pero un cambio que no sea como el de los capullos de la rosa. La borrachera de las profundidades te pone en la descoyuntiva clásica entre las carcajadas agrias de Demócrito o los llantos risueños de Heráclito. Todo se repite algo más decolorado y cansino, desde el sol hasta la misma casa, las mismas caras, las mismas idioteces, las mismas series repetidas en tv, los mismos productos reanunciados una y otra vez para que los compres una y otra vez. Fotocopias de fotocopias de fotocopias hasta llegar al borrón confuso de la realidad, donde no sabe ya uno discernir ni siquiera en qué se diferencia el ayer del mañana. La esperanza es un lugar donde perder la vida. Y uno ya prescinde hasta de la zarza ardiente para explicar lo que no tiene explicación porque tampoco tiene implicación ni aplicación, solo un ritmo que imprimen doce horas de una esfera que no es vertiginosa, sino lentísima, como el goteo arenoso de la sangre en la clepsidra humana, una sangre hecha de aburrimiento y balcánica desdicha.

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