En España la nómina de quemados por las envidiejas internas de la iglesia universal no es nada corta; no hay que hablar sólo de los rifirrafes y lleganzas a las manos entre órdenes monásticas, sino entre los seculares. El mejor conocedor de tales pudrideros a principios de siglo fue el padre José Ferrándiz, más conocido por su pseudónimo Constancio Miralta, ejemplo acabadísimo de quemazón, resquemor y aun rencor; de esas cosas han hablado Caro Baroja y otro que no recuerdo, pero que anda por ahí entre mis libros; Ferrándiz, con propio conocimiento de causa ofreció algunos casos de esas imposturas (Fidel Fita, por ejemplo, a quien le obligaron a abjurar principios científicos por conveniencias religiosas), marginaciones y ninguneos en su obra Sotanas conocidas, en la que muestra ser no mal escritor y que he podido leer. Otros ejemplos son los de algunos eruditos de no poco fuste, como Luis Astrana Marín y el gran Julio Cejador, quienes no se llevaron muy bien entre sí, a causa del puntilloso positivismo metodológico del primero, que no llegó a volverse cura, y de las características imprecisiones, descuidos, plagios, extravagancias y altiveces aragonesas del segundo, que se salió también, primero de los jesuitas y luego de cura (los plagios se dejan ver bien como debidos más a la confusión y al autodidactismo que a otra cosa). Astrana se explaya en su inencontrable (algo habitual cuando se trata de estas materias, ya que los eclesiásticos persiguen con saña las obras "curiosas" o críticas contra la iglesia y las queman; los casos más evidentes en España son los del Opus Dei (recuérdese la quema libraria que ocasionó la causa de canonización) o el del pobre, entero y marginado Fisac eiusdem palotis, así como Energía y pureza de un eclesiástico austriaco, creo. Astrana escribió un inencontrable La vida en los conventos y seminarios: (memorias de un colegial) Madrid: Claudio Santos, sin año, y se despachó a gusto contra Cejador y otros en sus Gente, gentecilla y gentuza y El libro de los plagios, donde hace lo que Julio Casares en su Crítica profana. Cejador escribió para desfogarse su Mirando a Loyola; el alma de la Compañía de Jesús y su autobiografía, Recuerdos de mi vida, prologado por su discípulo y casi único amigo Ramón Pérez de Ayala; obras inencontrables también hoy.
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