De los periódicos, siempre me ha interesado más lo que dicen los lectores que lo que los periodistas y los políticos. De ahí que lea con fruición las cartas al director; si no están seleccionadas por los criterios políticos de siempre, pueden encontrarse cosas como la que sigue; a esta mujer habría que darle una medalla por dar ejemplo y por escribir a un periódico contando su caso. Gente así todavía te hace tener fe en la raza humana, ¡Señora Ana Mascarell, la admiro!
Sobre la formación de personas adultas
Ana Mascarell Sevilla (Alumna de la Escuela de Adultos de Canals) - Estubeny, Valencia - 15/04/2007
Soy una mujer de 48 años; fui a la escuela hasta los 14. En aquella época ya tenía amigas que estaban cansadas de ir a la huerta a coger fruta y verdura. Eras una privilegiada, tener esa edad y todavía no haber ido a trabajar.
Si querías estudiar, tenías que salir fuera del pueblo, y eso ya suponía un gasto extra para la familia. Sales con tu novio, te casas, tienes hijos, trabajas en lugares en que no te piden ninguna certificación.
Tus hijos se hacen mayores y tú ya no les llegas a ningún nivel, y hay veces que te da vergüenza que te pregunten, por ejemplo, por los principales ríos de España y que no los sepas decir. De aquí a unos años vendrán los nietos y con 10 años sabrán muchísimo más que tú ahora.
Por si fuera poco, me faltaba vivir en este mundo de la informática. En su día ya tuve dificultad para saber manejar el móvil; ahora estoy en la época del ordenador, aparato que tengo en casa hace muchos años ya, pero para mis hijos. Los primeros años de tenerlo era un instrumento de trabajo para ellos, y yo misma no lo quería tocar, por si lo rompía. Si lo toqué una vez sin estar ellos, les borré parte de la información que tenían dentro archivada, y he estado ya muchos años sin quererlo tocar.
Ahora me doy cuenta, al cabo de 10 años de tenerlo, que no debía haber actuado así, porque hoy, si no más, menos, pero sabría entrar, salir, buscar, guardar documentos y, lo más probable, hasta chatear.
Así que un buen día dije: se acabó, me voy a la escuela. No aguanto más no acordarme de nada de lo que aprendí en el colegio, oír a mis hijos estudiantes universitarios hablar y yo sentirme muy inferior a ellos. Tengo una hija que, de cinco palabras que digo, tres me las corrige (también es porque ella sabe que a mí me gusta que me las corrija).
Parece que tu mente, poco a poco, se vaya desbloqueando. El primer mes lo pasé muy mal, llegué hasta a llorar; en mi mente no se quedaba nada grabado, porque te ponías a estudiar y al mismo tiempo estabas pensando en la comida, la cena, la lavadora, ir al médico con los abuelos, continuar teniendo la casa en orden, no tenerla abandonada porque estás estudiando y, por supuesto, ir a trabajar. Ahora me lo he tomado con más filosofía; si no termino el curso este año, pues al que viene. La cuestión es que ojalá hubiese descubierto la escuela de adultos muchos años atrás. Es una opción en la vida que te ayuda a sentirte bien contigo misma.
Todos los ayuntamientos deberían apoyar estos centros, que son tan importantes para gente como yo, para muchos jóvenes que, con 15 y 16 años, se cansan de ir al colegio; quieren trabajar para ganar dinero, pero, cuando cumplen 20 años y no avanzan en la vida laboral, se dan cuenta de que, si no tienen ningún título, van a seguir así toda la vida. Hay que apoyar el hecho de que los ciudadanos sean gente culta, gente que se sepa defender y que por lo menos sepa de qué va este mundo que avanza tan deprisa.
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