Se cuece uno en su propia grasa como una salchicha humana, acumula el calor como un termo o una patata caliente, al abrir la boca echa llamas como un dragón y no hay ducha, ventilador, botijo o chapuzón que lo remedie. Este calor es pegajoso, mezquino; aunque te escondas al amparo de cualquier sombra te encuentra y te sepulta entre mantas sofocantes. Es como una fiebre tropical, la piel se te vuelve una lava viscosa y andas desmayado y consumido por una malaria solar; todos tus poros exudan como géiseres, y uno se funde como la mantequilla en un cráter de pan tostado. Hagas lo que hagas es como si te asfixiaras dentro de un pullóver sin salida. Las lagartijas son listas, se esconden en las rendijas, y los grillos sólo salen a cantar de noche; pero por la mañana, el sol empieza a golpear con su mazo y uno termina de pasar la sartén de la calle achicharrado, exangüe, deshidratado, con el esqueleto chillando por salir de la mojama que le han puesto encima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario