miércoles, 23 de enero de 2008

Cómo investigar

Primero, sentir una curiosidad compulsiva y enfermiza. Sin este ingrediente, nunca llegarás a ser un buen investigador. Después, dominar el álgebra de Boole. Es imprescindible para poder usar bien un buscador informático, así como conocer las nuevas tecnologías. Luego, saber aislar las ideas en la mente de tal forma que dirijan todos tus sentidos y tu imaginación y estén presentes en tu alma hasta cuando duermes. Si empiezas a soñar con algo relacionado con tu investigación, es un buen síntoma. También lo es echar un simple vistazo a una página y encontrar sin leerla el nombre o dato que vas buscando, como si te la hubieras leído entera (eso es porque tu mente está entrenada para discriminar entre todo lo inútil y atrae lo pertinente como un imán). De repente, cuando menos te lo esperes, empezarán a saltar conejos de todas las matas y te pondrás a perseguirlos rifle en mano. Sin embargo hay un pequeño defecto o contrariedad: la angustia de tener todos los canales abiertos, de sentirse náufrago solitario en los océanos de la información, porque el verdadero investigador nunca corta los senderos y siempre se deja tarea para mañana. Lo expresó bien Fisher cuando dijo que el Caballero de la armadura oxidada no podía partir en todas direcciones al mismo tiempo. Es como volverse autista y pasar todo el día procesando medio colgado. Pero aquí es donde puede evaluarse el talento del investigador: el que vale para esto sabe cómo sacar sentido útil a volúmenes ingentes de información; posee una capacidad de abstracción tal que en su escudilla siempre sabe encontrar la pepita de oro que va buscando. Husmea donde hay rastros y sabe atar cabos.

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