miércoles, 13 de febrero de 2008

Fatiga espiritual


Algunos no tienen nada que decir y/o hacer; los que sufren el problema contrario están anonadados: su vista abarca hasta el infinito y más allá, como decía el capitán de Disney. La tarea entonces les desborda y les parece el cuento de nunca acabar. La satisfacción se hace esperar o nunca llega. Y el desaliento prende como el fuego en pasto seco. Entonces, la reacción instintiva es la de apelotonarse o enrollarse como un caracol y sacar una espina de cada herida: "El resultado fue como en los erizos", que decía Luis Cernuda. Mi problema es ese; sólo un entusiasmo titánico es capaz de sacarme de mis casillas y de mi malhumor y echarme a andar, y cuando ando soy capaz de dar más vueltas al planeta que el Judío Errante; pero ¿dónde encontrar ese entusiasmo titánico? En la autobiografía de Bergman se dice que en los jóvenes. Pero es que la juventud de ahora, al menos la mayoría, no vale un duro. No es su culpa: han sido triturados por el Consumismo, el Capitalismo y ese sucedáneo suyo, un poco más hipócrita, llamado Socialismo. Es el defecto del Capitalismo: produce demasiada basura, y no sólo basura material, sino gente que en sí mismo es basura, desperdicio, superfluidad. Supongo que el problema es el que decía Wilde: todas las demás virtudes no sirven de nada sin una principal: esa virtud principal es el encanto. Y uno no encanta, todo lo más desalienta. Si la educación es una seducción casta, la verdad es que los niños de ahora quieren que los seduzca un Casanova, no un donjuán de pueblo ni mucho menos un gordo como el menda. La gente no quiere literatura, sino el envoltorio de la literatura. No quiere el Quijote, sino la primera frase del Quijote; ni siquiera recuerdan, porque no han llegado a ella, la última. Y siguen si darse cuenta de la distancia que hay entre lo que ellos creen que son y lo que son realmente, algo que tampoco soy capaz de hacer yo mismo: compararme con los que son mejores que yo. Les falta humildad y miseria. La tristeza esencial que hace conectar con los más profundos niveles anímicos.

Profe:

¿Cómo empieza el Quijote?

Niños:

¡En un lugar de la Mancha...!

Profe:

Error. "Desocupado lector...". Mal empezáis el Quijote si ya desde el principio os saltáis el prólogo y los versos preliminares. Y resulta revelador que la pregunta tópica sea "Cómo empieza el Quijote", porque nadie se ha preguntado jamás de cómo termina. De ello se deduce algo esencial: muy pocos se han terminado El Quijote; muy pocos han tenido la paciencia, o el heroísmo, verdaderamente quijotesco, la voluntad, la resistencia, de aguantar hasta el final y sufrir las somantas y las palizas en que consiste la vida de un cualquiera, y también de un Quijote. Para aguantar el maratón de lectura de un Quijote hace falta ser un Quijote. Y eso es algo que no todos pueden hacer. Bueno, sí, si lo que se pretende es desanimar a los otros y no hacer buenas acciones. Eso es más cómodo. Eso es lo que hizo el Bachiller Sansón Carrasco.


La solución es siempre la misma. Caminar, como Machado. El movimiento se demuestra andando, que es gerundio, además. Levántate y anda. Que es pa hoy. Vete rodando. En pie, hombre. Vamos pallá. Que se te pegan las sábanas. Despierta.

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