Observo algunas simetrías curiosas y reveladoras. Las niñas de San José y los niños de los Marianistas van a las clases de coros y danzas de María José; las niñas, los niños y los mixtos revueltos de la pública a clases de danza del vientre, como se ha visto; pero el caso es que nuestros bellos y hermosos dirigentes, ya sean del partido de Cánovas ya sean del de Sagasta, han salido de los Marianistas y sus mujercitas de San José. Y, por ende, los hijos hermosos y bellos de nuestros dirigentes van a clases poco populares en colegios de pago donde no se juntan con sus votantes, que son feos. Seguramente pueden permitírselo, los pobrecillos, ya que con esos sueldos tan bajos y que ningún sindicato les protege de que sean devaluados no tienen suficiente para costearse una enseñanza pública gratuita.
A la jura de bandera de la idiotez, que se da el día de la Pandorga, cuando se reúnen para desfilar en la plaza pública los idiotas venidos de todos los rincones de la provincia (también pasan por el tontódromo del Torreón), se ve el hermoso espectáculo del desfile de los tontos uniformados con su blusa y su boina, llevando al hombro el arma reglamentaria, un botellón de Cervezas el Alcázar o similar, bajo los dirigentes, que acuden regocijados a las altas ventanas por donde nadie los defenestra, en esos edificios levantados a caro, carísimo ladrillo por esos mismos tontos uniformados. Luego quedará su límpida estela, una larga banda de estiércol que dejará a la posteridad la huella eterna y arqueológica de su compromiso con la mierda, el vomitón, el escupitajo, la incultura y la corrupción, el único compromiso social que alientan los políticos. Y los pobres muchachos hacinados en la acera, mirando al infinito, traídos borreguilmente por el anillito de la oreja al rebaño, aburridos de solemnidad por una diversión preparada para atontarlos antes de llegar al matadero del paro, del contrato basura, del alcoholismo, de la droga, del divorcio, del no saber qué quieren que decía Phoebe Caulfield.
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