miércoles, 26 de marzo de 2008

Pensamientos en torno a Norman Rockwell

Viendo la pintura del pintor estadounidense Norman Rockwell (algo así como "Normando Piedrabuena") le pasa a uno lo que le decía Jack Nicholson a Helen Hunt: "Tú haces que yo quiera ser mejor persona"; es un bendito, como el propio cineasta Frank Capra. A determinados artistas habría que modificarles los genes para que siguieran viviendo y dándonos motivos y energía no sólo para vivir, sino para amar la vida, que es más difícil. No quiero decir con eso que el arte tenga por propósito el que le proponía la antipática filósofa Ayn Rand, cuyo Objetivismo es, ni más ni menos, el alma, a veces negra y a veces blanca, pero nunca gris, de Norteamérica; el caso es que, amante como soy de las simetrías (las simetrías permiten poner entre paréntesis la realidad, cuestionarla, y abrir todo un abanico de direcciones al pensamiento) inmediatamente pienso en Edouard Hopper, y al momento la cosa se equilibra: la calidez y sociabilidad de Rockwell, la frialdad y soledad de Hopper. Algo así como lo que veía el inteligente Francisco Ayala entre la pintura de dos sevillanos, saltando las distancias: entre las zalamerías de Murillo y las tetriqueces de Valdés Leal.

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