miércoles, 26 de marzo de 2008
Pintores
Mi amor por la pintura siempre estará ahí. Recuerdo esas felices tardes que se me pasaban mirando los cinco enormes tomos de pintores clásicos de mi tío José Antonio, hojeados por su difunta hija, mi suicidada prima pintora, Pilar. De ahí, y de las inolvidables clases de historia del arte con doña Hortensia, vinieron algunas de las iconografías recurrentes de mi imaginación: el sabio de Rembrandt van Rijn al pie de su escalera helicoidal, eterno en su confortable guarida de ámbar, como un insecto atrapado en el tiempo. El árbol de Constable, personificación de la fuerza; la Torre de Babel de Pieter Brueghel el Viejo; las fantasías interminables, los bosques de caballeros perdidos, las putriciones petrificadas, los cristales lentos, los gentlemen bajo sus fálicos hongos, las caras envueltas de suicidas; los momentos monumentales y eternizados, la rosa que llena la habitación, las luces incasables, las superposiciones, desproporciones y desencajamientos de René Magritte; los otros mundos y sueños infantiles de Ángeles; las pinturas negras de Goya (incluida la de "un hombre"); las fantasías a la tétrica luz negra de Villaseñor; la luz valenciana y playera de Sorolla; la alegría cosmogónica de Miró; la pareja en el viento de Óscar Kokoschka; El segador tumbado de Van Gogh; la luz de Veermeer y De Hooch; los borrachos de Velázquez y de Hals; El sueño del caballero de Pereda o las blancas telas, tazas y limones de Zurbarán. La Alhambra, los laberintos, las escaleras gallegas, las hidrografías de agua quieta, las cadenas-rompecabezas y los uróboros de Escher, con los grabados pisados de Mesquita por las botas de un nazi; los bosques enmarañados del lagrimeante Jackson Pollock, atado a la botella que gotea, a pesar de cómo la CIA lo ayudó a triunfar; los ambientes bohemios de Sandro Magnasco... La fantasía de los dibujos de Francisco Nieva... La vida, la energía, los monos, el ser entero de Frida Kahlo.
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