¿Quién es este personaje? Seguramente hay quienes se la dan de entendidos en el Quijote, y no se han leido ni siquiera las Novelas ejemplares o su interesantísimo Teatro, incluidos los Entremeses, su Poesía y ni siquiera su Persiles, cuanto más la Galatea y las obras atribuidas. Pues este Bartolomé el Manchego es un personaje del Persiles, tan manchego como Alonso Quijano, ya veis, y ni siquiera hay un mal recuerdo para él en una calle de nuestra Manchurria. Es un paralelo de Sancho Panza, un modesto mulero o bagajero que no posee ni siquiera el animal con el que trabaja, tan pobre es. Un campesino itinerante, ni más ni menos que un paria de la tierra, un jornalero, uno de esos cuya única propiedad es su fuerza de trabajo, y cuya boca está llena de historias y tradiciones, que es lo único que tiene para convidar a sus regocijados compañeros; es un ser profundamente honrado y digno, que restituye a sus amigos el bagaje que su liviana novia Luisa la Talaverana, vendida por su padre a cambio de un puñado de perlas, les ha quitado sin él saberlo; ambos tienen un trágico fin en Nápoles, "donde se dice que acabaron mal, porque no vivieron bien." Vivir loco y morir cuerdo, se ve. Antonio el Manchego es el autor de ese aforismo que el alter ego metaficcional del autor en el Persiles incluye en su cartapacio: "No hay carga mas pesada que la mujer liviana", lo que tiene más sentido si leemos lo que escribió -por mano del peregrino escritor, ya que son analfabetos- Luisa la Talaverana: "Más quiero ser mala con esperanza de ser buena, que buena con proposito de ser mala". Algunos han querido ver en Bartolomé al honrado pueblo español, víctima de la satrapía de sus reyes. ¿Y quien es el que pide el aforismo a los peregrinos? El anónimo escritor del mesón, el propio Cervantes, quien dice lo siguiente por boca de su cuasipersonaje:
Yo, señores, soy un hombre curioso: sobre la mitad de mi alma predomina Marte y, sobre la otra mitad, Mercurio y Apolo; algunos años me he dado al ejercicio de la guerra y algunos otros, y los más maduros, en el de las letras; en los de la guerra he alcanzado algún buen nombre y, por los de las letras, he sido algún tanto estimado; algunos libros he impreso, de los ignorantes no condenados por malos ni de los discretos han dejado de ser tenidos por buenos y, como la necesidad, según se dice, es maestra de avivar los ingenios, este mío, que tiene un nosequé de fantástico e inventivo, ha dado en una imaginación algo peregrina y nueva, y es que a costa ajena quiero sacar un libro a luz cuyo trabajo sea, como he dicho, ajeno, y el provecho, mío. El libro se ha de llamar Flor de aforismos peregrinos, conviene a saber, sentencias sacadas de la misma verdad, en esta forma: cuando, en el camino o en otra parte, topo alguna persona cuya experiencia muestre ser de ingenio y de prendas, le pido me escriba en este cartapacio algún dicho agudo, si es que le sabe, o alguna sentencia que lo parezca, y de esta manera tengo ajuntados más de trecientos aforismos, todos dignos de saberse y de imprimirse, y no en nombre mío, sino de su mismo autor, que lo firmó de su nombre después de haberlo dicho. Esta es la limosna que pido, y la que estimaré sobre todo el oro del mundo. [...] No daré el privilegio de este mi libro a ningún librero en Madrid, si me da por él dos mil ducados; que allí no hay ninguno que no quiera los privilegios de balde, o, a lo menos, por tan poco precio, que no le luzga al autor del libro. Verdad es que tal vez suelen comprar un privilegio y imprimir un libro con quien piensan enriquecer, y pierden en él el trabajo y la hacienda; pero el de estos aforismos, escrito se lleva en la frente la bondad y la ganancia. (Trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional, IV, 1)
A Cervantes le encantaba oír historias de personajes experimentados. En sus obras se repite, además, un aforismo que viene aquí a pelo: "Las largas peregrinaciones hacen a los hombres discretos".
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