viernes, 2 de mayo de 2008
Derrota de los que vencen
Quien se ha pasado la vida luchando suele encontrarse al cabo de la vida en una tesitura muy amarga: ya no le queda tiempo para disfrutar de su victoria, si es que realmente sabe reconocerla. Es más, para hacerse más fuerte en esa lucha ha tenido que perder el tiempo que necesitaba para saber por qué luchaba y lo ha sustituido por más sacrificio, más dolor, más esfuerzo. Y, al final de la vida, su cuerpo le pide explicaciones y empieza a fallar, y ya no sabe divertirse, sino solamente gruñir, lamentarse, pedir afectos que no ha cultivado, ojear de mala gana el agujero donde todo desaparece. Vive enclaustrado en su casa, ansioso de salir de ella, pero lastrado por unas cadenas inbterminables de rutinas y perfeccionismo.Hay que salir. La poliorcética contra el pesimismo, el derrotismo, la angustia difusa, el estrés es cambiar de aires. No hay otra. Hay que dejar las cadenas antes de que le asfixien a uno o lo transformen en un muerto en vida, en un zombi o autómata esclavo de lo que se espera de él. He visto personas lastradas por el perfeccionismo, por el sentido del deber, que no son ni siquiera eso, personas. Personas tan entregadas a los demás que no tienen tiempo para ser ellas mismas y disfrutar de la vida. Y muchos viven al lado de esas personas y sufren porque las aman y no pueden abandonarlas. Se esclavizan con la esclavitud que han asumido sus parejas y se transforman también ellos en una especie de muertos en vida, en unas momias de sí mismos, enredadas en el lío que ellos mismos, gusanos de su propia mortaja, se han tejido.
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