sábado, 13 de septiembre de 2008

Ludwig Feuerbach, poeta

Se le conoce más como filósofo, pero fue también poeta. En sus Pensamientos sobre muerte e inmortalidad, uno de los libros más desesperados que se han escrito, toma sobre sí la misión del gran Lucrecio de librar a los hombres de su temor a la muerte, sin ocultarles la verdad de la misma, como hacen la religión y el arte. El libro impresiona ya desde su principio, con ese Memorial que pide el ingreso de la Muerte en una academia de ciencias.

Alguna vez pensé en escribir un ensayo sobre los que considero cuatro grandes poetas del ateísmo, Lucrecio, Feuerbach, Leopardi y Hardy, pero mis propias dudas siempre me impiden acometer una fe como esa: ni siquiera estoy seguro de descreer por completo; hasta eso llega mi humildad, si es que no es una de esas imposturas que la vanidad suele ponernos sobre la cara, porque si de algo estoy seguro es de que nos mentimos a nosotros mismos continuamente, más de lo que quisiéramos. Incluso tampoco estoy seguro del número de esos poetas: para mí Aleixandre podría ocupar tanto el primer como el último puesto de ese grupo, y seguro que habrá alguno que escape a los incultos dedos de mi mano.
Pero decía que, releyendo los Pensamientos sobre muerte e inmortalidad de Feuerbach, los poemas que acompañan al libro me iluminaban más que el pensamiento en prosa al que acompañan; en realidad parece como si éste fuese una glosa de aquellos. He escogido uno que me pareció bueno y hermoso para compartirlo aquí, aunque no dejo de pensar que la traducción de José Luis García Rúa, que he procurado solucionar, es oscura y tropezona:

Como sale la lágrima del ojo
así la muerte surge del espíritu;
por eso es la muerte tan maravillosa,
como el diamante celestialmente clara.
Cuando el hombre primero se conoció a sí mismo,
un agudo dolor atravesó su alma como fuego,
y por la puerta de los ardientes ojos
manó entonces la muerte destructiva.
Sigue el agua, después, en la naturaleza,
y siempre sigue lo caliente a sus talones.
Por eso arde el corazón hasta en la muerte,
porque en ese calor el hombre se conoce:
del hombre el hombre se distancia,
en objeto y en yo se descompone.
Y por eso en la muerte el llorar acontece,
las lágrimas apagan la ardura del dolor.

Los demás epigramas de Feuerbach contienen asimismo sentencias memorables, desnudas de floritura metafórica que no sea escueto símbolo o pensamiento:

Ser una sola vez tan sólo puedes:
date a ello con todo tu albedrío:
sólo una vez es todo verdadero.

Lo que recuerda a los versos de otro gran pesimista, Aleixandre, en Poemas de la consumación:

Recordar es obsceno; peor, es triste.

Como en los versos de Feuerbach: "Lo que dos veces es, mate apariencia es sólo / un ser sin médula, ni tuétano, ni nada", y todo lo que sigue, que condensa mucho mejor Aleixandre. En ello insiste Feuerbach:

El una vez es del amor la fuerza,
del corazón el pálpito, el impulso del impulso;
tan sólo el una vez lleva dolor y gozo

y amor también al pecho de los hombres.

Rechaza la existencia de un ultramundo con razones que no son especiosas ni bene trovate:

Que sea dividido el ser no lo permite,
por eso a él tan sólo la nada curar puede.
Yo soy tan sólo yo, natura solamente,
un ser, una luz, tan sólo un todo,
sólo uno soy yo, tan sólo un centro,
y por cierto redondo por aquí y por allá.
Y este mi ser no puedo abandonarlo,
así la cosa es, evitarlo no puedo.
Alegrías y penas, placeres y dolores,
pecados, culpa, agobios y tormentos,
tan sólo una son todas esas cosas,
la misma esencia, el ser y el ser yo mismo.
Tú no puedes dividirme, ni tampoco
escoger de mí a tu antojo;
y cuando el yo se agota, al extinguirse,
el dolor tú me quitas y la pena (...)
Por eso, aun cuando el cuento fuera verdad,
y aunque un coro de ángeles hubiera,
es muy claro que yo arriba no me encontraría,
ya que algo escogido de mí deja de ser yo mismo.
Y estar todo yo mismo en ese más allá
no cabe en mi cabeza en modo alguno,
pues que repeticiones semejantes
jamás se dan en la naturaleza.

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