martes, 13 de enero de 2009

Sueño

Quisiera recordar algo de lo que sueño. Uno de mis blogueros preferidos, el padre Fortea, siempre recuerda lo que sueña y tiene sueños perfectamente banales e irreales; yo no. A veces pienso que lo que me ocurre lo he soñado, pero hace años que no consigo recordar ningún sueño. Es una especie de Alzeimer de la fantasía. La modorra me acomete en el bus, en el asiento de espera del barbero o del médico, en cualquier parte. Podría dormirme sobre el palo de una escoba, pero todos mis sueños los tengo despierto; quizá por eso mis sueños son grises y vulgares y no los recuerdo, porque ejercito demasiado mi fantasía con la realidad y cuando me duermo, también ella descansa y se despierta mi sentido práctico y realista y empieza a hacer la aburrida y necia contabilidad de los hechos y pifias del pasado día. Me han operado alguna vez con anestesia general: siempre les ha costado dormirme una barbaridad, hasta el punto de que el anestesiólogo llegó a asustarse por la cantidad de aestesia que tenía que ponerme. Yo no recuerdo nada; la muerte debe ser algo así; es como si te metieran en un bote de conservas oscuro con el pensamiento absolutamente detenido y luego te descongelaran poco a poco cuando te despiertan. Si eso es la muerte, poco miedo me da.

Entre las pocas razones que hay para justificar un asesinato, acaso unas de las pocas válidas que hay es que no te dejen dormir. Si no duermes lo suficiente puedes acabar volviéndote tan paranoico e insoportable que todo te puede dar igual. Cualquiera que haya pasado tres o cuatro días sin dormir sabe de lo que hablo. Si uno no duerme lo suficiente, morirá. No hay sistema nervioso que pueda soportar una presión semejante.

También los sueños son cultura. Nada nos puede decir tanto del espíritu de una persona como sus sueños; por fortuna la Antigüedad nos ha conservado los sueños de los antiguos griegos y romanos en la Onirocrítica de Artemidoro. Se trata de un manual compuesto por un profesional en el desciframiento de estos sueños; era un oficio en aquella época, y contiene una lista de sueños habituales. Cualquiera que lea esta curiosa obra quedará pasmado al ver cómo ha variado el repertorio de nuestras obsesiones. En la actualidad poca gente sueña que es esclavo o que es crucificado. Esto nos revela qué rigurosamente atada a las cosas concretas está nuestra fantasía: su vocabulario, aunque posee el elemental materia prima de la frustración que tan bien nos describió Freud, reviste siempre las formas culturales y la imaginería de una época concreta.

Cuando era más joven me pasaba otra cosa con los sueños; sencillamente, me sentía tan dueño de ellos que, cuando se torcían, los cambiaba diciendo: "No, esto está mejor de esta otra manera", como si fuera un director de cine. Se ve que ya entonces me iba la vocación de narrador. Pero algunas veces la cosa se descontrolaba y no lograba saber si era realidad o sueño lo que estaba pasando. Era lo que Poe llamaba "un sueño dentro de un sueño". El sueño utilizaba trozos de realidad tan verosímiles que lograba desconcertarme por completo. Esos son los peores, los sueños tan parecidos a la realidad que te dan el pego, y sobre todo los sueños metaficcionales, en los que sueñas que te estás soñando. Eso te instala en un mundo alternativo donde todo puede suceder. Y cuando todo puede suceder, cualquier horror es posible.

Los franceses tienen una palabra, rêve; nosotros tenemos ensueño, duermevela, trasueño, soñarrera. Es un momento en el que no hay ni sueño ni realidad y pueden surgir los monstruos de los que hablaba Goya.

San Juan de la Cruz era un psicólogo aficionado. Está demostrado que en la Universidad de Salamanca asistió con aplicación a las clases en que uno de sus profesores explicaba los tratados menores sobre los sueños de Aristóteles. Creo que no se han estudiado suficientemente sus difíciles poemas en función de esta interpretación y que debería explorarse esa vía de exégesis para aclarar algunas imágenes desconcertantes todavía hoy.

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