sábado, 28 de febrero de 2009

Lista de defectos de Ramón Alegre

Es más triste y serio que un ciprés, a pesar de su apellido. Tiene fama de no ser una persona fácil, sobre todo entre las que nunca invitan a café. No habla; prefiere escuchar; eso hace que algunos le tengan miedo, y quizás esa opinión esté justificada, aunque el hombre es pacífico y no es amigo de chismes, porque es más callado que una tumba y tiene una conciencia hipertrofiada, mayúscula, exagerada, que debería ejercer en los demás más que en sí mismo. El ruido le molesta muchísimo. Como a muchos tímidos, le importa un pepino la idea que los demás puedan tener de él. Se encebolla debajo de muchas capas no demasiado vistosas. Le molesta muchísimo el desorden que no establece él mismo y la hipocresía bien vestida en general, en especial las mierdas morales que recubren su lepra espiritual de marca cara y presuntuosa. Le cuesta mucho tomar decisiones, aunque cuando las toma las lleva hasta el final aunque se hunda el mundo. Dice siempre la verdad salvo cuando se engaña él mismo. Nunca le ha gustado corregir exámenes y preferiría merendarse un sapo; envidia sanamente a la gente ordenada, porque saca más partido a su esfuerzo; cada vez soporta menos tener que suspender y se vuelve más blando. Le sigue sorprendiendo la capacidad que tiene el ser humano de ser mezquino, rastrero y sinvergüenza: cada vez que cree que no se puede llegar más lejos, surge otra manera de dejar su opinión en demasiado ingenua. Enseña por inercia, porque ha perdido el gusto a fuerza de dar procesos de comunicación y a veces se siente demasiado fuera de lugar, cazando moscas con bombas atómicas: desproporcionado. En el fondo piensa que la literatura y la lengua sólo pueden enseñarse fuera del aula, leyendo y escribiendo. No fuma, no bebe, no sale, no tiene vicios; bueno, uno solo: come demasiado y bebe demasiado café. Y si la escritura y la lectura son vicios, los tiene también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario