viernes, 11 de diciembre de 2009
HGCR
El HGCR tiene más recovecos que el Inferno del Dante; me dirijo a él para seguir adoptando una postura erguida, ya que voy a encargar unas plantillas a mis dolidos pies cabos vanos y resolver papeleos varios. Desde el autobús lo advierto rodeado de una espesa bruma, de una gran neblina, no producida por la larga fila de resignados fumadores compulsivos ateridos de frío que rondan sus dos puertas, sino por el clima, que es triste y húmedo y malsano. A sus pies, el Hospital me mira como un Argos, ese monstruo hecho de ojos con el que Chesterton identificaba a la noche; en realidad se trata de bonitas y cómodas ventanas antisuicidio. No se trata de esos lugares lúgubres que pinta Villaseñor... ejem. En la antigüedad los hospitales eran más deprimentes, y se podían adivinar sin verlos sólo por la cantidad de gritos pelados que salían de ellos. El mejor cirujano no era el más diestro, sino el más rápido, porque de eso de la anestesia, nada. De nuevo me recibe el solitario piano que alguien se dejó olvidado en un pasillo; por lo menos ahora le han puesto una funda. ¿No estaría mejor en un instituto de enseñanza o en el Conservatorio? La decoración es muy moderniense. Del techo, cerca de la cafetería, penden unas lámparas que parecen espermatozoides colgados por la cola. En cuanto a las plantas, parecen salidas de algún lejano manglar indonesio, aunque son hermosas; aun así lucen una poda inmisericorde de árbol enano japonés o bonsay, que dicen. Un par de enfermeras está poniendo las bolas al árbol de Navidad, aunque se las ve apuradas porque no poseen una escalera para llevarlas alto: el árbol mide lo menos tres metros y medio; por mi canino me cruzo con viejos, vejetes, vejestorios, viejales, ancianos y mayores. Tras sufrir algún tiempo el peloteo tenístico de la administración, un último pase in shot me traslada al lugar correcto; la gente, sin embargo, amabilísima, salvo los engreídos médicos House de siempre y, como sólo soy un gusano, me vuelvo a mi agujero. En el autobús atisbo las decoraciones navideñas; el Ayuntamiento, y perdón por la obscenidad, ha vestido la plaza con unas guedejas o cortinajes de luces que hacen mucho efecto; muchos han puesto papanoeles subiendo escaleras colgadas de su ventana y otras ingeniosidades por el estilo; a mí me gusta; de hecho voy a poner una bota en la mía, a ver si se llena, aunque hay algunos aguafiestas que dicen que no existe.
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