viernes, 26 de febrero de 2010

Arturo Pérez Reverte y Félix Mejía

Leo una entrevista con Arturo Pérez Reverte en El Cultural y, de repente, resulta que suelta lo mismo que decía mi estudiado Félix Mejía en 1821. Lo copio:

“¿Sabes realmente cuál es mi lamento histórico? Es que aquí nos faltó una guillotina al final del siglo XVIII. El problema de España, a diferencia de Francia, es que no hubo una guillotina en la Puerta del Sol que le picara el billete a los curas, a los reyes, a los obispos y a los aristócratas... y al que no quisiera ser libre le obligara a ser libre a la fuerza. Nos faltó eso, pasar por la cuchilla a media España para hacer libre a la otra media. Eso lo hemos hecho luego, hemos fusilado tarde y mal, y no ha servido de nada. El momento histórico era ése, el final del XVIII. Las cabezas de Carlos IV y de Fernando VII en un cesto, y de paso las de algunos obispos y unos cuantos más, habrían cambiado mucho, y para bien, la Historia de España. Nadie lo hizo, perdimos la ocasión, y aquí seguimos todavía, arrastrando ese lastre que nos dejaron aquellos que sobrevivieron y que no tenían que haber sobrevivido”.

1 comentario:

  1. No no no no,no

    Reverte vale lo que proyecta su sombra del águila y poco más, aunque dudo de que pagara a los milicianos para que dispararan en sus entradas en directo allá en la Herzegovina, decidí dejarlo tras su territorio comanche y no he paseado por sus alas tristes, ni me he dejado seducir por trafalgar, a pesar de que me interesa el periodo, como bien sabes. Ahora leo a Égido, quien parece tener un concepto bastante acertado del IV de los Carlos, y me revuelvo ante esta afirmación.

    No no y tres veces más no. Hace falta estar ciego para no ver la gigantesca guillotina que, a finales del XVIII, quizá antes, se plantó en la Puerta del Sol. Sí, claro que la hubo, pero hasta ella no arrastraron a obispos, mujeres y aristócratas afectados e incrédulos, a quien arrastraron, para segar su yugular, fue a la verdad. A esa verdad moral que está por encima de la verdad fáctica, esa verdad que, aunque duela, conviene saber como pueblo, esa que los gobernantes del momento quisieron y lograron esconder. Y por cierto, parece que Félix también contribuyó a ello, herido en su amor propio por la traición a la palabra recibida, por el asesinato de Morales, por la inmoralidad de quienes decidieron salvar la patria sin hacerla partícipe, y en eso sí que seguimos. Diría más, pertenezco a un pueblo especializado en hablar de verdades fácticas y que obvia la moral de la verdad.

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