A UN NIÑO RETRASADO
“Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos” Mt. V, 3.
En ti se hizo coraje la ternura
y la vida no tuvo más que darte;
inquietos ojos quieren contemplarte
feliz en una infancia que perdura.
Debe ser sin dudarlo una tortura
el llevar soledad a toda parte,
yo te doy un soneto en que quedarte,
un parque solitario en la amargura.
Pasamos a tu lado y no te vemos
no sentimos de ti que necesitas
el amor y el afán que te debemos.
No nos perdones ser tan ignorantes
del afecto que nunca nos limitas:
nos honramos de ser tus semejantes.
Á. R.
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