Fuimos a Madrid a ver a nuestros galenos. Yo fui al cabecero, mi mujer a que le estudiaran cómo hacerle un pezón nuevo, y ambos al Ramón y Cajal, en que nos hemos encerrado tanto que ya parecemos de la familia (Monster). El templo de Esculapio es laberíntico, pero en su estilóbato no había gente durmiendo, como en el pasado; el dormido era yo, que no me acostumbro a estos madrugones. Subimos a la planta diez, donde moraba la doctora en mamoplastias, que parece insulto. Después bajamos a la menos uno, donde el difuso pero siempre cordial doctor Arechederra nos atendió con su compostura habitual y nos prometió el informe debido al impaciente inspector médico de estos pagos. Calor, hacía, pero yo estaba en cuadros y manga corta, porque mi inclemente señora me echó al trapero todas las camisas rayadas que tenía cuando me fui casado; siempre he amado las rayas, como los tigres y las cebras, siempre quise ir de pijama por el mundo y por la vida, rayado como un disco y lleno de estrías como el mar y los caídos tornillos de mirada felina que pudren la maquinaria larvados como gusanos.
A la vuelta pasamos por la cuesta de Moyano; lo pasé muy mal, pero me traje ¡Pues vaya! Lo mejor de Wodehouse y dos tomos de apéndices que le faltaba a mi Bompiani de autores, por lo bueno del precio. Al volver tenía un paquete en correos, Los jerónimos de San Lorenzo el Real de El Escorial, muy raro, del reverendo padre fray Julián Zarco Cuevas (1930). Es el único que habla un poco de ese enigmático, carca y cruel fraile inquisidor del XIX, aunque con buena prosa, Agustín de Castro, al que estoy investigando. Y ya no me puedo permitir comprar más libros de viejo, porque, además de bajarme el sueldo Zapatero, me lo bajará la ley un tercio al haber pasado más de tres meses de baja. Por cierto que más abajo está ya la entrada de Hernández, Lumbreras.
A la vuelta pasamos por la cuesta de Moyano; lo pasé muy mal, pero me traje ¡Pues vaya! Lo mejor de Wodehouse y dos tomos de apéndices que le faltaba a mi Bompiani de autores, por lo bueno del precio. Al volver tenía un paquete en correos, Los jerónimos de San Lorenzo el Real de El Escorial, muy raro, del reverendo padre fray Julián Zarco Cuevas (1930). Es el único que habla un poco de ese enigmático, carca y cruel fraile inquisidor del XIX, aunque con buena prosa, Agustín de Castro, al que estoy investigando. Y ya no me puedo permitir comprar más libros de viejo, porque, además de bajarme el sueldo Zapatero, me lo bajará la ley un tercio al haber pasado más de tres meses de baja. Por cierto que más abajo está ya la entrada de Hernández, Lumbreras.
Tus comentarios son una racha de aire fresco que tonifica y ayuda a aguantar el hedor de tanto cerdo suelto, perdón a los cerdos, sobre todo los ibéricos. Demasiados Entrambasaguas y pocos HERNANDEZ en esta sufrida tierra, donde la libertad sigue dando el mismo miedo que en el 39, aunque los métodos de represión se han sofisticado tanto que la mayoría de nosotros creemos ser libres ¡pobres idiotas!. Alfonso
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