Me hallo ordenando las notas que llevo hechas y redactando algunos capítulos de mi historia de la literatura manchega. Creo que en este blog iré dejando mis impresiones personales sobre los personajes más curiosos que me vaya encontrando. He empezado con el pobre visigodo Eugenio de Toledo, un poeta frailuisiano anterior a la invasión árabe. Se consolaba con el canto de Progne a su muda y nocturna Filomena de las inquietudes áulicas y eclesiales, él, que sentía una vocación monacal profunda y que se fue huyendo a Zaragoza de quienes querían empapelarle en protocolos notariales; él, al que un ayuno extremo llegó a conducir al borde de la muerte por anorexia, como era bastante frecuente entre los ascetas cristianos -Francisco o Juan Bautista de la Concepción, sin ir más lejos-; era el poeta más grande de su época, sin duda alguna, un hombre erudito, de fino oído, versado en toda la lírica latina y cristiana anterior y afortunado lector de uno de últimos ejemplares de la enciclopedia de Varrón, conservados en el desaparecido monasterio toledano de Agali, que creo identificar en el actual Cigarral del Ángel; pero sólo ha llegado hasta nosotros un centenar de poemas, en las ediciones clásicas de Lorenzana, reproducida en la Patrología de Migne, y en la crítica, magnífica, de Vollmer.
Vae mihi, vae misero, qui semper fessus anhelo,
et, fractus, animo languida membra traho!
Ay de mí, ay desgraciado, que siempre resoplo cansado
y roto arrastro con mi alma los extenuados miembros.
Para contrastar y despejarme de visigodos la cabeza, investigo por la tarde la enigmática figura del fecundo escritor de novelones por entregas Julián Castellanos, que ha resultado ser toledano, autor interesante de algunas obras más que dignas y miembro del partido demócrata, ese partido del pueblo que ignoró el que llamaron y algunos llaman gran político Cánovas para llevar a España por el camino de la corrupción y las componendas hasta hoy. Parece mentira que nadie se haya ocupado de él hasta hoy; seguramente nadie se ocupará de él mañana, pero en algunas de sus páginas de novelones decimonónicos populares se derrama más vida que en doscientas horas de televisión idiota, paleta, barata y mercachifle.
Mis desvelos ahora irán en el sentido de cómo conseguir tiempo para equilibrar dentro de mi cabeza estos intereses con doscientos alumnos ansiosos (es una licencia poética) de aprender.
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