Ese es un derecho al que renuncian, o debían renunciar, esos incombustibles políticos que pasan el tiempo lamiéndose sus prebendas, porque los errores de los poderosos los pagan siempre los débiles. A estos nunca les dicen la verdad pelada, muy al contrario: los débiles constituyen la peana que aplastan con el pesado culo de su poltrona, toda hecha de mentiras y apariencias; carne de engaño, los entretienen con sus títeres televisivos, ya que su negocio es meramente ese, la publicidad, la publicidad mentirosa de que sirven al ciudadano y no a los bancos.
Al contrario que los historiadores, que deben tener la mirada muy aguda para adivinar los contornos entre las brumas del pasado, los políticos deben tener la mirada aún más aguda para ver los escollos más amenazantes del futuro. La velocidad de avance del barco social -que en literatura aparece con la imagen horaciana de "la nave del estado"- algunos la quieren medir con el producto interior bruto; yo la mido con un índice de amor a la vida y de esperanza que resulta de la media demográfica de dividir la población de un país por la tasa de sus suicidios y abortos. Sólo así aparece, de repente, la fea realidad. Es cierto que predecir el futuro para guiar al país por donde hay aguas tranquilas, y más aún, guiarlo hacia algún puerto, es una tarea mucho más difícil que la de los historiadores; lo sé porque, por ejemplo, en lingüística (la lingüística ofrece muchas claves de lo que es el ser humano) sabemos que lo que más tardan los críos en aprender son las consecutivas, no las causales: es más difícil saber las implicaciones o consecuencias de los actos que sus explicaciones, causas u orígenes. Por eso también la ciencia crece sólo haciendo predicciones cada vez más generales y refutando causas viejas de teorías cada vez más incompletas. Lo mismo cabe decir sobre el uso de las preposiciones abstractas: la más difícil de dominar entre los críos, la última cuyo uso aprenden a manejar es "hasta". De ahí que me fíe más de los políticos pesimistas y cautos que de los optimistas, aunque no vote a ninguno; los pesimistas engañan menos.
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