Extrañará saber que el nombre de Suiza significa "quemado". Mucha gente quemada se unió con Guillermo Tell para crear el espíritu de este país. La Confederación helvética fue fundada por un grupo de desertores y mercenarios que odiaban la guerra y toda forma de mando. Nadie entre ellos reconocía otra autoridad que la cercana que pudiese ir a visitar o ver con sus propios ojos. De ahí nació este régimen cantonal, de democracia directa por referéndum y presidencia rotativa y colectiva, que constituye la base de uno de los países más ricos y con mejor nivel de vida del mundo, multicultural y multilingüe, patria de la Cruz Roja, de las industrias farmacéuticas y de precisión más importantes del mundo y de casi la mitad de los manuscritos de literatura romana que se han salvado de la Edad Media. Para poseer la única constitución anarquista del mundo, no le va nada mal; ninguna región suya piensa en independizarse, ya que ya son independientes en el orden de la autoridad local, sin que tengan que rendir cuentas a naide; ni siquiera tienen que formar parte de nada supranacional, ya que no reconocen ninguna institución superior a la de la del cantón y la confederación de cantones, por ejemplo la OTAN, la Unión Europea o las Naciones Unidas. Y es un país próspero: como decía Voltaire: "Si ves saltar a un banquero suizo por una ventana, salta detrás: seguro que hay algo que ganar". Son bancos que no engañan, como los nuestros. No hay otro liberalismo ni anarquismo posible que este y es curioso que el dinero internacional se fie más de un país tan anarquista y tradicionalista como Suiza que de una democracia o una dictadura.
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