viernes, 14 de enero de 2011

Leerse a uno mismo

Uno se lee a sí mismo y, con no poco horror, descubre a otros: espejos paralelos, pero de estatura cada vez más pequeña, como ataúdes chinos o matriuskas rusas. Leerse es como mirarse al espejo por dentro; peor, es contemplar las distintas etapas de una putrefacción que los indulgentes quieren llamar evolución. Pero uno se resulta demasiado ameno redescubriéndose menos sido, porque el olvido hace aparecer como nuevo lo que ya han olvidado las más remotas provincias del cerebro; y si además ve uno que no todo lo que ha hecho es malo y que incluso bastante es bueno, una cierta satisfacción es legítima, aunque no demasiado. Lo del templo greco: conócete a ti mismo... pero no con exceso, no sea que te transformes en un gilipollas. El autor de mis cosas es pedante y sermonea más que un cura tridentino; por cierto que alguna de las cosas que escribió hace tiempo ni imagino de qué oscuro agujero negro las habrá sacado. ¿Cómo es posible que el tipo ese encaramado a este montón de palabras tenga algo que ver con ese gordo serio y con cara de malas pulgas que dicen que soy yo?

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