miércoles, 12 de enero de 2011

Del profesor hueso al profesor hueco. El docente y la Sociedad de la Infamación

 El profesor se está convirtiendo, se ha convertido ya en un funcionario tan polivalente que no es nada o, por mejor decir, es algo que no es un profesor y sí quizá un padre amantísimo o un cura que lo perdona todo; los objetivos que enseña son tan mínimos que ni siquiera son objetivos, cuanto más los contenidos; pero, por si fuera poco esta disposición de globo henchido de nada, para lograr menos se le exigen mayores horas de trabajo, conocimientos no ya de materias específicas, sino de pedagogía general, de legislación de su ramo, de idiomas y de tecnologías informáticas, se le reclama una fatiga, una motivación y un entusiasmo máximos, se le hace evaluación externa y se le ofrecen, por el contrario, menos democracia en su trabajo, ninguna autonomía, menos espectativas profesionales, menos sueldo, menos jubilación, menos prestigio profesional, menos salidas a otra profesión, más palizas físicas, mentales y morales, ninguneo e insultos. Todas sus espectativas se defraudan; los alumnos y los padres los ven, si no con odio, con miedo y con injustificada envidia; los insultan por las calles; no existe el más mínimo deseo de saber, sino acaso de aprobar de cualquier manera y por cualquier modo que no sea trabajar y estudiar. El profesor, cuya herramienta es la palabra, ve cómo se juntan en su clase una mayoría que no quiere estudiar con la minoría que sí, de forma que los primeros impiden con su ruido que se enteren los segundos, porque ahora, en una sociedad que presupone lo bueno, como si la policía y la disciplina no tuvieran razón de ser, la palabra ha dejado de tener sentido y ya importa más por su volumen y apariencia sensible que por su contenido abstracto. "Usted diga lo que quiera, que yo escucharé y haré lo que me dé la gana" ha pasado a ser la norma general: las palabras se las lleva el viento.Enseñar es una profesión desagradable, porque el que enseña se siente instrumento de una sociedad que ya no es idealista, cuando se supone que enseñar es proponer y fomentar modelos, ejemplos, ideas dignas de estimación, salvar del pasado la identidad y el bien común. Pero en una sociedad que ya es nihilista, nada hay digno de estimación sino el propio beneficio y el perjuicio de los demás, empezando por el de los que pregonan lo contrario a lo que aparece, si no legítimo, beneficioso a hombros de la publicidad, del corrupto gobierno, de las televisiones, radios y periódicos, de las empresas, de todo.

El profesor se presenta muchas veces como un arcaísmo quijotesco, un adalid del pasado, un pasado inánime por más que venga envuelto en las brillantes armaduras de la informática, de las presentaciones powerpoint o quarkexpress, en pantalla grande, en medios audiovisuales como filminas o proyecciones. Pero el nihilista vive siempre en el presente, que es más intenso, o por mejor decir menos vago y sin arrugas, algo más definido y comercial y sobre todo menos difícil; un mal producto no se vende a una persona sabia, experimentada e instruida. Y el pasado, que es todas esas cosas, es algo que no aparece en la tele, en la radio, en los periódicos y por ende en las conversaciones que se alimentan de esas fuentes de tontería: no es objeto de predicamento, debate ni análisis en otro lugar que no sea en las aulas. El profesor se presenta, pues, desprotegido, sin ataduras en la actualidad, huérfano y desacreditado por parte de la sociedad y de todos sus medios de infamación, que conspiran para olvidar, atenuar o destruir su labor, que es la de un heraldo del saber y de la otredad, de todo lo que nos une al pasado y, por consiguiente, a un futuro mejor que el que viene.

2 comentarios:

  1. Buenos días, Ángel
    Como hoy ando poco lúcida y puedo escribir poco y malo, me he dedicado a leer tu siempre interesate blog y al llegar al final me encuentro con este articulillo sobre nuestra profesión y no puedo sino darte la razón. Me ha gustado mucho esa perspectiva de "vendedores del pasado" en un mundo donde solo el presente y el olvido tienen predicamento. Es lo que siempre he sentido cuando tenía que explicar a Quevedo y los niños me miraban con caras extrañadas.

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  2. Muy buen artículo. Plenamente identificado con lo que dices. Te mando la dirección de mis blogs por si te sirven de algo http://profesdesecundaria.blogspot.com.es/

    y de la asignatura http://lenguayliteraturajlgarri.blogspot.com.es/

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