sábado, 19 de marzo de 2011

Una pintura negra. La cabina, de Antonio Mercero




La televisión española posee pocas obras maestras absolutas, de esas que no utilizan palabras, porque les sobran, que desafían al tiempo y tienen algo que contar a los siglos, a causa de la crueldad químicamente pura de su verdad. Una de esas pocas, poquísimas obras, de las que casi nadie se acuerda, pero que existen, poderosas, indiscutibles, supremas, es el mediometraje La cabina (1973) de Antonio Mercero, premiado con lo máximo allí donde ha sido exhibido. Su director ha sido maltratado por el mísero destino con la muerte en vida del Alzheimer, pero antes se dio el gustazo de pergeñar un catálogo de símbolos y metáforas con genio goyesco y la caligrafía del mejor Antonioni. No hay angustia como la de gran José Luis López Vázquez en la última media hora de esta pieza. Véase aquí la primera mitad, y aquí la siguiente


La cabina es prácticamente una película muda en la que las imágenes construyen un complejo alegorismo de rica imaginería metafórica y visual. Fuera de la obvia interpretación histórica de crítica social contra el franquismo y su estancamiento, recuerda, en muchos sentidos, la problemática y los temas del cine de Michelangelo Antonioni, al que se cita incluso alguna vez (los payasos tras el muro). El individuo se ve aislado, encapsulado y, en cierta manera, envasado por la sociedad de consumo y por cualquier tipo de sociedad en bruto y es privado de cualquier tipo de cordón umbilical de comunicación. De apariencia del todo vulgar, López Vázquez demuestra el gran talento que atesora, por si alguno tenía alguna duda por verlo pane lucrando en tantos filmes ínfimos de su época.

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