Se discute mucho, porque cada uno cree tener toda la razón y los demás ni siquiera un pedacito. Al contrario de lo que escribió Descartes, la razón es el menos compartido de los dones que nos dio el Señor. Toda la razón se la dio al individuo en vez de a la colectividad. Así nos va. Porque todas las razones son distintas unas de otras y se confunden con las opiniones, que son como el culo: todo el mundo tiene una y a nadie le huele mal la suya. Como escribió Handke, toda razón es arbitraria para la razón. Muy pocos separan la razón del componente emotivo que la embriaga y la aliena.
Si algo sé de retórica es por aprender de mis alumnos, sobre todo cuando discuto fechas de exámenes. Cuando llega la fecha niegan la mayor. Dicen los muy sofistas que era para el día siguiente y es inútil que esgrima razones de lo contrario: no admiten estar equivocados ni intentan siquiera aludir a mis argumentos refutándolos: lo único que les sirve es su propio criterio, que ni siquiera les aprovecha, ya que su decisión (con el prestigio de colectiva) es siempre peor para ellos que la que hubiera tomado quien quisiera el bien colectivo. El populacho obra así: pan para hoy y hambre para mañana. De forma que la iniciativa individual y el propio culo resulta ser al fin y al cabo lo mejor para el conjunto de la sociedad, argumento que han esgrimido los liberales para sostenerse cuando los han encumbrado diciendo lo contrario. Habría así que huir las opiniones del populacho, que degrada hasta la mentira y la estulticia cualquier idea que al principio pudiera ser verdadera y sensata. Habría que huir del populacho que nos gobierna, muy inferior al pueblo que es gobernado y que es verdaderamente pueblo: aristócrata, estoico, duro y sufrido, no esos gallinas vocingleros y aprovechados que andan malgobernando España para desastre común y propio beneficio.
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