Por estas fechas mi padre ya estaría de vuelta de ir al majuelo a ver cómo pinta la uva. Desde mi cerrado despacho, donde sólo se oyen ocasionalmente los feroces raps que descarga mi hija Paloma, lo único que puedo ir a ver es el estado del bonsay que me regalaron por mi cumpleaños y que no termina de convalecer del colapso causado por una traidora corriente de aire; no ha salido del coma desde hace tres meses, a pesar de nuestros diligentes cuidados.
Las últimas posturas que adoptamos antes que nada, esto es, después de todo, como reza el inoxidable soneto de Hierro, incitan a la reflexión. Tras mi tránsito (esto de morirse siempre tiene un no sé qué de astronómico), lo más seguro es que me encerraran en la zapatería con un convencional cruzado de brazos, en una actitud de indiferencia filosófica o de autocomplacencia que se diría un poco impostada y falsa; es verdad qué sus partidarios tienen los dedos cruzados y el rosario testimonial, pero se va imponiendo la otra costumbre, aunque sólo sea porque ahorra un poco en costados del pijama de madera. Cuando abrieran la caja (eso de la escatología tiene algo de económico) para meterme en una bolsa, la llamada reducción de restos, seguramente encontrarían el panorama habitual: una calavera con la boca desencajadamente abierta, nadie sabría decir si en un bostezo atronador, en un asombro atónito e irrepetible o en una risa insuperable, hablando en términos meramente métricos (Demócrito y Heráclito estarían todavía discutiendo por eso). Sin embargo, cualquiera que haya visto morir a alguien (yo lo he visto) convendrá en que, tras ese desagradable momento, y desde un punto de vista meramente fisiológico, lo habitual es que la suspensión del gobierno del nervio de la mandíbula nos haga torcerla en una mueca expresionista. La lengua popular habla de "estirar la pata" en los animales, aludiendo a la sacudida mioclónica que precede al sueño y a la muerte (hermanos bien avenidos, según la mitología griega), esto es, una orden de emergencia del cerebro para revivir el cuerpo. Refiriéndose a los hombres, más educadamente, se dice que "no está ya entre nosotros" o "pasó a mejor vida". El facebook de la Muerte, a la que uno contempla siempre con el semblante pálido y masculino de una severa película de Bergman, mostraría un mosaico parecido al de las Caras de Bélmez. En fin, acompañamos en el sentimiento, no somos nadie, siempre se van los mejores, parece que fue ayer, ¿cómo ocurrió todo? y no hace dos días que lo vi tan sano, ánimo y a superarlo, todo esto pasará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario