miércoles, 16 de noviembre de 2011

Sequías de serotonina

Noviembre es un mes luctuoso; la inclinación de la luz provoca sequedades hormonales que acentúan la falta de aire de la depresión; es lo mismo que ocurre en la primavera del hemisferio sur, cuando el sol declina también la luz. Ahí se nos ha suicidado Pilar Donoso, la pobre hija adoptiva española del paranoico escritor chileno y marido maltratador, pegón y ególatra, José Donoso, y su mujer borrachuza y adicta a los fármacos. No sé qué institución le daría permiso para adoptar a esta pareja, pero desde luego no hizo nada bien confiándole esta pobre alma. Si quieren saber lo mal que lo pasó, lean la biografía, tan maravillosa como terrible, que escribió sobre su padre, algo que no recomiendo a los estómagos débiles y convulsos, utilizando materiales de los diarios de ambos, algo devastador para cualquier alma sensible. En Gerona, por el contrario, quien se nos ha suicidado es una pareja de jóvenes gitanos rumanos, ella de trece y el de veinticinco, colgándose de común acuerdo en los árboles de un bosque pirenaico, no sé por qué, aunque puedo imaginármelo. Una familia de alemanes había hecho lo mismo, poco antes, también por esos lares; el hijo se quitó la vida con treinta y tres años (la edad que más escoge la gente para tomar el tren que ya no ha de volver, oscila entre los treinta y uno y los treinta y tres, otra vez por algo relacionado con las hormonas) en la casa, y los padres ahogándose de consuno en el Ter. Eso de suicidarse, que parece un deporte de riesgo para algunos, deprime mucho a los que ni por asomo (a balcón o lugar alto) podríamos hacerlo, cuanto más que rehuimos conocerlo, esto es, saber de eso: de esas gentes no se habla, yuyu, está mal visto mencionarlo, tabú, coco, no se toca, ni por pienso, da grima, da cosa, es de mal gusto saber que se ejerce y practica el autoasesinato o  eutanasia voluntaria, el propio exterminio. Recuerdo unas fotos de El Caso en mi horrible y psicótica adolescencia en los que se veía a un padre albañil en paro, con una hoja de cuchillo ensartada en el cuello que él mismo se había embutido. Es como si las volviera a ver: esas cosas no se olvidan; ni se me olvidan las caras de sus pobres dos hijas y la de la madre y esposa suya, sus declaraciones de ibérica desdicha. Me impresionaron tanto esas fotos y ese reportaje que lo guardé para no olvidarlo jamás; un crío de esa edad no colecciona esas cosas, debo haber sido ya entonces rarito, freak si preferís. Lo hice porque leer y, sobre todo, contemplar una cosa de estas te cura de delirios ideológicos para toda la vida, si tienes alma en el cuerpo. Nadie, ningún ser humano merece sufrir tanto, ni ese padre desdichado ni su pobre familia, ni siquiera quien los veía sufrir en esas fotos, yo mismo y los como yo, que también sufrimos y no poco de forma vicaria y prestada, de esa forma llamada en griego sympatía y que los latinos tradujeron por cumpassio, o compasión. Si encima le da por publicar otra novela a Fernando Vallejo, enciende y quedémosnos.

2 comentarios:

  1. El caso es que para mi personalmente, el otoño se aparece como el más feliz de los tiempos. En él nací y en él disfruto de esa luz declinada que genera los más bellos atardeceres en el Mediterráneo. Cielos rojos y rotos de mi desesperación.

    Quizá me sobren hormonas y en el declinar me estabilizo mejor con el entorno. A menudo, me muestro impetuoso, irascible, de culo inquieto. Si te fijas en mi, nunca estaré quieto, salvo en la cama o frente a un espectáculo visual.

    Cuando murió mi segundo padre, me negué a bajar a verlo a la morgue, creo que alguno de mis hermanos lo tomó por debilidad, pero así le recuerdo siempre vivo (en el ataúd parecía simplemente dormido). Luego me contaron que allí en la morgue, que no acierto a imaginar, parecía feliz, con una expresión graciosa a falta de la dentadura postiza.

    Más tarde de haber tomado la decisión de vivir hasta casi el final, leí el mito de Sísifo de Camus (creo que no lo terminé),pero me reafirmó en la idea de que vivir vale la pena, sea lo que sea lo que nos depare la vida (respeto la muerte digna y tal vez me acogiera a ella si llegara el caso y respeto asimismo el aborto y la masturbación y el periodo: sería brutal tener que parir cada uno de los óvulos). El caso es que por edad me perdí El Caso, una leve referencia de verlo en los kioskos cuando pasaba por su expositorio, pero me alegro de no haber abierto sus páginas en la quebradiza adolescencia.

    Un abrazo

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  2. Comento casi por obligación, pues tocas una vocación frustrada que conveniente o inconvenientemente se me actualiza por sí sola; delirio o congruente cordura, bien no lo sé, que puede darme una nota de extravagancia sin dejar de estar asociada a una amarga condición. Aunque no lo tengo a gala, tampoco me avergüenza mi lejana inclinación a meterne en ese indescriptible agujero negro... En efecto, llevo desde los catorce años dándome plazos, y si los he acabado incumpliendo ha sido, más que nada, por la capacidad de vislumbrar en el último momento la forma de no tomarme tan en serio dándole así la vuelta a lo que parecía un atolladero. Cuando se está decidido a perderlo todo de una vez, la proximidad de la tragedia puede inspirar un milagroso efecto contrario y servir como lenitivo, contribuyendo a aliviar la carga de grandes responsabilidades hasta desdeñarlas por completo, como la propia necesidad de morir con urgencia. Muy sabiamente dijo Cioran (quien murió de viejo) que "no necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos". Qué duda cabe que el dolor de dañar a otros con nuestra brusca deserción se interpone en todo caso, pero no lo considero un factor clave para impedir la determinación: cuando todo te sobra, nada ni nadie te importa. Frente al abismo, cuenta más la naturalidad de tutearse con la muerte, ese estoico hábito de cultivar la serenidad de vivir sin ansia para morir sin prisa. Llegados a este punto, distinguiría entre el suicidio a la desesperada, del que ningún humano es ajeno, y el suicidio tempestivo, que como acto de audaz y meditada soberanía inviste de hermosura a quien lo realiza... He ahí también una de las causas del tabú: quien se atreve a disponer de su muerte puede hacer lo que quiera con su vida.

    Gracias por recibir.

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