El periodismo en papel está profundamente enfermo; falta un estatuto del periodista, estabilidad y sueldos decentes y, por ello, la independencia y los lectores; así que no puede prosperar y se ve obligado a vender gadgets para sobrevivir. Ahora solo es una rama de la propaganda y de la publicidad, al menos en Ciudad Real. Uno, que ha estudiado sus raíces manchegas en el siglo XVIII y XIX y tiene un doctorado de nota máxima en la materia, premiado fuera de la comunidad, lo ve ahora mucho peor.
Méndez Pozo, el expresidiario que posee La Tribuna como apoyo para sus, ejem, por decirlo de alguna forma, "negocios", ha puesto a un montón de lebreles de la prosa ladrando contra Podemos por corrupción. Así pues, veo necesario mirarle el ombligo y ver si da ejemplo, ya que nos está buscando las cosquillas y nuestro propio ombligo. Denuncia la corrupción, decía, y se entiende, claro, ya que sabe, y mucho, de ella: fue el primer constructor condenado por corrupción política en España. Algo así como si dijéramos el primer catedrático elegido para impartir la materia. Regeneradillo ahora (los paganos pensaban que la gente nunca cambia; seguramente es católico o quiere serlo, si es que es algo que no sea capital), critica la corrupción de los demás. Esto hay que explicarlo: ¿prefiere la suya propia y no quiere competir, como hacen los malos capitalistas? ¿Le parecerá (honor profesional) una corrupción muy mal hecha, muy mal disimulada, por andar con membrete y razón social?
Sabemos cuán ciegos están los pozos de España; sabemos incluso que un Méndez, que se cambió de apellido a Mendizábal por los orígenes judíos del apellido (eso de sentir vergüenza por los orígenes es muy español, pero yo no soy antisemita y además tengo algo de judaico en un cuarto apellido) puso la primera piedra de las guerras civiles del XIX y el XX con una Desamortización que eternizó la desigualdad social en España cien años antes de la Guerra Civil, en 1836, y aun ahora. Sabemos que el aroma a rosa y a romero con que se tapa el mal olor de los pozos no es aroma, sino olor nauseabundo a muertos por recortes en sanidad o por leyes viejas que potencian el negocio sobre la vida (desahucios, etc...) Y eso que hay desahucios y desahucios: no es lo mismo desahuciar a una familia que se gasta en vacaciones en La Manga un dinero que no pagó de alquiler, que desahuciar a una madre que no tiene ni para alimentar a sus hijos o a un viejo desesperado que se ahorca por no tener un techo para pasar sus últimos días; hay quien estudia para transformarse en un sinvergüenza de provecho y hay quien lo tiene aprendido en la calle como abogado de secano. El primero es más culpable, pero el segundo no deja de serlo también.
Para juzgar a La Tribuna me basta con ver el producto, arrimado a la sardina de La Razón para no perecer por falta de lectores; no tiene apenas prensa regional con que compararse, pero eso es propio de la profunda mediocridad de la burguesía española, analfabeta funcional y pura charanga y pandereta; si prosperó no fue por méritos propios, sino con los cauces que le dio la corrupción y la "victoria" del régimen franquista, un régimen en que hasta las cátedras universitarias se daban por méritos políticos y en que se depuró la enseñanza de la gente más preparada, aquella que en la Edad de Plata se formó con la Junta de Ampliación de Estudios (cuyo secretario, de Ciudad Real, era José Castillejo). Desde luego, es menos deleznable que la momia del Lanza, escrita por los caciques de la rama zurda e ilegítima de la burguesía franquista, pero solo hay que mirar la nómina de colaboradores con que disimula la prosa falangista (o "prosa del régimen", que se decía en los vericuetos críticos del tardofranquismo) para estimar su profunda utilidad para hacer envoltorios o rellenos en paquetería o limpiarse suciamente el culo por falta de alternativas. Solo se salvan los escritos de Aurora Gómez Campos y Diego Farto; de ellos se puede sacar deleite y aprovechamiento. Y apenas dos o tres más que tienen un pasar. Todo lo demás ni siquiera es una mierda consistente, sino pura diarrea, retórica de baratillo o, como digo, prosa falangista y del régimen, publicidad engañosa y caducifolia, obsolescencia programada.
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