Juan Manuel de Prada, "Poderoso caballero", en Abc, 22/09/2015:
A la postre, después de montar su pantomima secesionista, parece que el separatismo catalán tendrá que achantar la mui, ante la requisitoria de los bancos. Así, podrá decirse con propiedad que la quimera nacionalista, como el rey don Rodrigo, muere por «do más pecado había»; pues es natural que quien no tiene otro amante ni otro amado que don Dinero muerda el polvo aplastado por sus exigencias. Todo este pandemónium separatista no es sino el McGuffin empleado por el pujolismo para poder llevárselo crudo. Nuestros lectores ya saben lo que es un McGuffin en la jerga hitchcockiana: un reclamo muy llamativo que se ofrece a las masas, a modo de caramelito, para mantenerlas entretenidas, mientras uno se dedica a lo que de verdad le interesa, que en el caso de Hitchcock era perseguir rubias de carne y hueso. Al pujolismo, que es mingafría, más que las rubias de carne y hueso le gustan las rubias que tintinean y se dejan meter mano en Andorra y Suiza; y mientras se dedicaba a cazar rubias, lanzó a las masas el McGuffin del separatismo, como se lanza un huesecillo a un chucho, para que no dé la murga. Sólo que el hueso, que al principio era menudillo de ternera, se fue haciendo osamenta de elefante; y entonces Mas, el delfín o epígono del pujolismo, quiso hacer del McGuffin pujolista una gran quimera colectiva, temeroso de que las masas se encabronaran, al darse cuenta de que durante décadas las habían estado saqueando a manos llenas.
Esta quimera colectiva se alimenta con los perifollos retóricos de la democracia: que si derecho a decidir, que si voluntad popular, que si patatín, que si patatán. Pero ya nos advertía Castellani que, entre las variantes más putrefactas de democracia, se hallaba «la demos-gracias de los mercaderes, que se aprovechan de todo régimen político débil para hacer sus grandes baraterías». Esta forma de degeneración democrática tiene como fundamento filosófico «la indiferencia entre lo verdadero y lo falso»; y como finalidad práctica «la dictadura económica, esperando poder ser, allá en el futuro del dirigismo universal, algo aún peor». A la espera de ese dirigismo universal con hedor azufroso, Mas pensó que el McGuffin separatista podría seguir distrayendo a las masas, para que no reparasen en las rubias que se llevaron de vacaciones a Suiza y Andorra; pero olvidó que, en «la demos-gracias de los mercaderes», el poder político es esclavo de don Dinero.
Don Dinero primero desespiritualiza a los pueblos, convirtiéndolos en lacayos de los intereses materiales; y, con el auxilio de los políticos, que son sus capataces, se encarga luego de ordeñarlos, como hacen las hormigas con los pulgones, mientras los pueblos se entretienen con sus demogrescas y se refocilan en la cochiquera televisiva. El pujolismo necesitó, sin embargo, una droga más dura, que es la quimera del separatismo, pues a la vez que cumplía las órdenes de don Dinero, birlaba demasiadas rubias; pero ha bastado que los banqueros hayan llamado al orden a Mas para que el órdago separatista pierda fuerza, como un pedo mal tirado. Y, entretanto, los catalanes que se habían tragado la quimera mientras sus capataces se lo llevaban crudo, han empezado a tentarse la ropa, ya no en busca de la papeleta de voto, sino temerosos de que se les esfumen los ahorros.
Despertad, pues, oh catalanes, de vuestra quimera separatista, que ya don Dinero se ha puesto en guardia y ha tocado la trompeta. Y consolaos pensando que, aunque el derecho a decidir y demás trampantojos con los que os tuvieron embaucados se desinflen ante la requisitoria de tan poderoso caballero, al menos os resta el consuelo de participar junto a andaluces, castellanos, vascos y gallegos en Gran Hermano, esa fábrica de homínidos que, hoy por hoy, es el principal elemento vertebrador de España.
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