Guillermo Garabito, "Fernando García de Cortázar: «El pasado es inflamable»", en Abc, /01/2017
Reedita, actualizada hasta las elecciones de 2016, su «Breve historia de España», escrita con José Manuel González Vesga
La historia de España es breve nada más que cuando la sintetiza García de Cortázar y se entiende sin costurones, que es como aparece en muchos de los libros de texto que se estudian en el colegio. Por eso el catedrático de Historia Contemporánea y colaborador de ABC Fernando García de Cortázar, junto al historiador José Manuel González Vesga actualizan su «Breve historia de España» (Alianza Editorial). De la «España inacabada» con la que comienza el libro hasta los acontecimientos más recientes del siglo XXI. Hasta las elecciones de 2016. O lo que es lo mismo, hasta ayer.
El problema de la historia es que se explica de forma distinta…
Aquí los esfuerzos por consensuar unos contenidos mínimos del pasado tropiezan con quienes conciben la historia de España como una invención, donde cada territorio, cada Comunidad Autónoma, se ha dedicado a inventar un ayer separado y enfrentado al de su vecino y donde políticos de todos los colores ponen el énfasis en una visión extremadamente dramática y pesimista, haciendo buena la tesis de la excepcionalidad, como si países como Francia, Gran Bretaña o Alemania no hubieran conocido crisis de violencia y dramatismo extraordinarios. El pasado es inflamable y puede manipularse para alimentar el narcisismo colectivo, para justificar una matanza o una guerra, o como temía Orwell después de su paso por la Guerra Civil española, para abrir paso a un mundo de pesadilla en el que cualquier dictador puede controlar el presente y también el futuro.
¿Cuál sería la solución a ese problema?
Una nueva conciencia nacional. Y, por supuesto, aprender de los errores. Porque la construcción de esa nueva conciencia nacional debe aprender de una trayectoria política, cultural e institucional que nos ha llevado al estado de indefensión en que una nación ni siquiera considera que lo sea. No se trata ya de que la soberanía no pueda ser compartida desde el punto de vista jurídico sino de que la nación más antigua de Occidente ha dejado de tener conciencia de serlo en las emociones, en las costumbres, en las relaciones políticas, en la asimilación de la cultura, en sus símbolos, en el sistema educativo… El patriotismo es un parentesco que debe basarse en un pasado común, como lo saben todos los planes de estudio que han construido naciones con su aprendizaje de la historia.
¿Por qué pesa sobre España una «leyenda negra»? ¿Es un mito?
La sombra de la leyenda negra es alargada, en efecto. Aún hoy, después de una transición modélica, pervive la idea de que los españoles somos en el fondo particularmente crueles, sanguinarios y fanáticos. Y lo cierto es que buena parte de la culpa de que esto sea así la tenemos los mismos españoles, pues históricamente nos hacemos más fuertes en el dolor que en la alegría, en la pena que en la gloria. Así, si leemos, por ejemplo, el maravilloso soneto de Quevedo: «Miré los muros de la patria mía…» Lo que nos embarga es un enorme sentimiento de desolación. Sin embargo, en el momento en que el genial poeta escribe esos versos España sigue siendo una potencia hegemónica. Por otra parte, nos hemos creído a pies juntillas todos los horrores que nuestros enemigos dijeron sobre nuestro papel en América, pero la realidad es que España trasvasa inmediatamente sus universidades al Nuevo Mundo, cosa que no hizo ningún otro país. Y esa imagen de que los conquistadores españoles impusieron la religión y la lengua a golpe de sable tampoco es cierta. Y es que el mapa lingüístico americano no se completa hasta finales del siglo XIX, precisamente porque la Iglesia fomenta la evangelización en las lenguas vernáculas.
¿Seguimos siendo esclavos de esa «leyenda negra»?
Lope de Vega decía en el siglo XVII: «¡Oh patria… cuántos sucesos y victorias grandes pues que tienes quien las haga ¿por qué te falta España quien lo diga?» Esto mismo ocurre en el siglo XXI: que no cantamos las baladas de nuestra nación y que nos hemos creído las barbaridades que se han dicho de nosotros desde el extranjero. Somos el país de Europa al que más le preocupa la opinión foránea que se tiene de él. Por el contrario, Gran Bretaña es el que menos está pendiente de lo que se dice fuera de sus fronteras. La leyenda negra nos ha hecho mucho daño, pero hay que reconocer que ha prendido con fuerza por la propia autocrítica flagelante y masoquista que históricamente nos ha caracterizado. Siempre se dice que la historia la hacen los ganadores. Sin embargo, en España parece que la hacen los perdedores.
¿Qué le preocupa más de los efectos de este periodo actual?
Me preocupan mucho los efectos devastadores de la crisis económica en el ámbito cultural. En ninguna parte como en España se ha vivido a tanta velocidad y con tal profundidad el agotamiento de referencias culturales, la carencia de sentido ético en la vida social, la relajación de nuestra rectitud moral. Es el momento de lamentar pero sobre todo de enmendar, la ausencia de valores cívicos que deben sustentar la convivencia de los españoles, entre los que se encuentran la defensa del mérito, el culto al trabajo, la austeridad, la solidaridad entre individuos, clases y territorios, la lucha contra el arcaísmo nacionalista, la cohesión de una sociedad basada en las ideas propias de las democracias parlamentarias occidentales y de una civilización de raíz cristiana, aunque de cultura laica. Los españoles deberían saber por la historia que la democracia siempre ha perecido cuando se ha creído menos representativa que el populismo. La libertad ha muerto allí donde se ha sentido menos cómoda que la sumisión.
El populismo, palabra del año 2016 para Fundéu. ¿La gente entiende lo que es el populismo?
Lo que no deja de sorprenderme –y ha quedado reflejado en mi «Breve historia de España»– en estos meses de exaltación populista es que no se haya puesto sobre aviso a la ciudadanía del evidente rechazo a la democracia que supone un movimiento caudillista como el de Podemos. Las propuestas populistas, las del secesionismo y de la extrema izquierda antisistema desean reventar la estructura jurídica, los factores de cohesión social y los valores ideológicos sobre los que hemos podido construir el edificio de nuestra democracia. Imagino que nadie pretenderá que estamos ante la oferta de una reforma que vaya a respetar la ley. Y cualquier cosa que no la respete es arrebatarle al ciudadano el primero de sus derechos, que es la seguridad que el respeto a la ley nos proporciona.
Usted habla a menudo la necesidad de un patriotismo cultural...
No basta con las reformas sociales y la democracia para consolidar la nación española. Había de crearse algo más, algo que precede a estos logros y los acompaña necesariamente. Es el patriotismo cultural inspirador de la cohesión de los ciudadanos y asentado en un patrimonio del que pudieran sentirse orgullosos
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