Juan Tallón, "Un Año Nuevo sin bebés en Ourense", en El País, 2 de enero de 2017:
Nos hemos acostumbrado a la sensación de no nacer, y en cambio morir a todas horas.
En los pequeños periódicos, repartidos por todo el país, llegabas a la redacción el 1 de enero, y si tenías suerte, te tocaba hacer la ronda de llamadas a los hospitales para interesarte por el primer bebé del año. Se trata de una tradición, casi de una carrera. Las preguntas que importaban era a qué hora había nacido, y si todo había ido bien, a menudo por este orden. Cuanto más cerca de las doce de la noche se produjese el parto, mejor para el periodista. Esa circunstancia proporcionaba cierta emoción a una noticia relativamente aburrida. Aburrida, pero fácil. Quizá la más fácil del año, en un día que precisamente nadie está para heroicidades. A veces se agradece hacer las cosas con un dedo. Después hablabas con los padres, felices de la vida, y enviabas a un fotógrafo para retratar a la familia.
Me tocó al menos dos veces cubrir el nacimiento del primer bebé de Ourense. Eso, más los altercados en varias locales de ocio, más las toneladas de basura que había dejado la Nochevieja en las calles, servía para llenar la sección de local. No quiero ni pensar en la desazón de los periodistas ourensanos que este domingo telefonearon al hospital de la ciudad, y se encontraron con que no había nacido nadie. Pero nadie. El horror. No se recordaba nada parecido. El dato estremece, aunque no sorprende. Es catastrófico, no grave. Después de todo, Galicia es un país de viejos. Nos hemos acostumbrado a la sensación de no nacer, y en cambio morir a todas horas. Ya escuchamos a tres presidentes de la Xunta decir que el envejecimiento representa nuestro principal problema del futuro, sin que lograsen hacer nada relevante para atajarlo. A la vista de que no hay nacimientos, tal vez ni siquiera lleguemos al futuro.
A la espera del primer bebé de 2017, los diarios optaron por publicar la foto de la última criatura de 2016. La necesidad siempre ahoga. Parece una historia local. Y lo es. Y sin embargo, es una historia universal. Funciona como una metáfora de la España vacía, cuya población se concentra cada vez en menos núcleos, dejando el resto reducida a un desierto. En La Región, el principal periódico de Ourense, sólo unas pocas hojas después de leer que la provincia empezaba el año por primera vez sin nacimientos, te encontrabas una página con seis enormes esquelas. Cuatro hombres y dos mujeres. Hacía pensar en uno de esos claros del bosque llenos de setas venenosas. La muerte nunca falla. En Ourense, la proporción es de tres defunciones por cada nacimiento. Hay lugares en los que un día empiezan a no suceder cosas, como la ausencia de gritos de recién nacidos en Año Nuevo, y de ese hueco acaban por salir las noticias más destacadas de la jornada. Qué triste
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