Hay un libro muy interesante del economista y escritor José Luis Sampedro titulado Conciencia del subdesarrollo (1972). Su autor ya es en sí mismo interesante: economista... y no obstante escritor de ficción; toda ficción es utopía, como bien sabía Cervantes. Agua y aceite, en suma. La utopía casa mal con la economía. Esta contradicción se expresa también en el título, que intenta unir cosas desparejas y sin concierto alguno.
Alguna vez he visto o creído ver esa desazón en personas incómodas con los oficios que desempeñan; un juez que dicta una sentencia en que no cree o considera injusta la ley que aplica, testimonio del dominio de la fuerza contra el débil o de los bien pagados leguleyos contra aquellos que ni siquiera saben redactar un papel. La ley no deja espacio a la conciencia. O a la justicia, si prefieren. O a la sociedad: se suele hablar de mala conciencia cuando la conciencia es siempre buena; o sea, que lo bueno sería dejarse llevar, como el pueblo alemán se dejó llevar al nacionalsocialismo. Lo que Hannah Arendt llamaba la "banalidad del mal", queriendo decir la vulgaridad, cotidianidad y abundancia a granel del mal. Esa expresión, mala conciencia, ya dice mucho sobre cómo es la sociedad; Rousseau no estaba tan equivocado, después de todo. La sociedad es... económica. O capitalista, si prefieren. Rousseau no tenía entonces la palabra y habló sencillamente de sociedad, a secas. Una sociedad que es mala para el individuo desnudo. O salvaje, si prefieren. Para todo lo natural. No resulta extraño que en Rousseau, traducido en el XVIII al castellano por el manchego de Daimiel Pedro Estala, se encontrara ya por vez primera bosquejado el concepto de alienación.
Una vez a un padre le vino su hija diciéndole que había niños malos en el colegio que la molestaban. El padre pidió que le dijese quiénes eran esos niños. E investigó sobre sus padres. Y cuando en otra ocasión le vino a decir lo mismo, le contestó: "No son malos. Han tenido mala suerte, nada más. Ten cuidado con ellos, pero no olvides nunca lo que te acabo de decir".
La suerte está muy mal repartida, y no se redistribuye mediante impuestos y leyes. También están muy mal repartidos los libros. No compré el de Sampedro en una librería. Está descatalogado, y con el iva peperil a la cultura (el porno tiene un iva inferior al de los libros) los libros se han puesto carísimos. Lo compré por un euro en una librería de segunda mano. Allí había enciclopedias de veinte tomos enteras a veinte euros. ¡Y nadie las compra!
Sampedro habla de dependencia, de interdependencia y de independencia; de la necesidad de una "conciencia mundial", de la UNCTAD (cuán curioso que los medios prefieran hablar del FMI, gobernado ha poco por estafadores, corruptos y violadores, y no de esta institución) y de la "urbe mundial", que llamaban entonces "aldea global". Y lo hacía hace 45 años, sin que las cosas hayan cambiado en absoluto salvo en que ha aumentado la balanza de la desigualdad y la distribución de la riqueza todavía más a favor de los ricos. Dice Sampedro: "El sistema está muerto pero, como tantos otros elefantes que me encantaría detallar, aún se tiene en pie. Sigue, por tanto, manteniendo el subdesarrollo, y volvemos a la pregunta: ¿va a seguir así? ¿Cabe hacer algo?" (p. 162). Hace 45 años. La cuarta revolución industrial no va a mejorar las cosas: causará siete veces más desempleo, dicen en Davos. El descontento ya ha empezado a aflorar en los lugares donde primero empieza a aparecer: los países anglosajones. Después se vendrá para acá. Y las cosas quizá cambien... o no. Mientras, el malestar crece. Como la desigualdad. Como la corrupción.
Hay un libro de Manuel Machado que se titula El mal poema. Salió en 1909, el año en que brotó (en otra parte) la primera de las Vanguardias artísticas que vinieron a clausurar ese importante y múltiple periodo estético, el del llamado posromanticismo (pongámoslo en minúscula, para dar gusto a los académicos sin gusto) que liquidó la cosmovisión clásica y humanista y la sustituyó por una sociedad de masas. Allí se da una visión de España que parece la de ahora mismo. Habla de "la fiesta nacional", como Mecano, y de los botellones que hacían los modernistas en tascas de mala muerte. El poema al que quiero referirme se titula "Prólogo-epílogo", porque comienza y termina en lo mismo, o, como escribía otro poeta de entonces, T. S. Eliot, en el segundo de sus Cuatro cuartetos, "East Cocker": "En mi principio está mi fin", que concluye con "en mi fin está mi principio". El lema de la reina María de Escocia. Como en Final de partida de Samuel Beckett, qué más da. El poema de Manuel Machado describe una España como la de hoy. Por eso es clásico:
En un pobre país viejo y semisalvaje,
mal de alma y de cuerpo y de facha y de traje,
lleno de egoísmo antiartístico y pobre
(los más ricos apilan Himalayas de cobre
y, entre tanto cacique tremendo, qué demonio,
no se ha visto un Mecenas, un Lúculo, un Petronio)
no vive el Arte... O, mejor dicho, el Arte,
mendigo, emigra con la música a otra parte.
Luego la juventud que se va, que se ha ido,
harta de ver venir lo que al fin no ha venido.
En este pasaje está lo de siempre: el envejecimiento de la población, la mediocridad de la clase media española, los ricos haciéndose más ricos, el desprecio a la cultura y la ciencia, el caciquismo corruptor, la emigración a Europa de una juventud desencantada gobernada por viejos que la engañan. O sea, el ahora mismo. Y contado por el hermano de derechas de Antonio. Hoy, cuando menos, existe un rico de origen humilde que distribuye algo que tendrían que haber distribuido los impuestos: Amancio Ortega, que no acabó la EGB, ha dado parte de su fortuna para equipar los servicios de oncología de la sanidad pública española. ¡Vergüenza debía darle al Gobierno! ¡Y a los ricos que no dan nada sino a Suiza! Pero, ya, claro, lo que decía al principio: la conciencia no está de moda. Para sentir vergüenza tendrían que conocer no solo la palabra, sino el concepto, y, después, sentir el sentimiento, si es que lo saben reconocer: alfabetización emocional. En Castilla-La Mancha tenemos las listas de espera más largas de España. Y el esposo de la Cospedal, el múltiple, invirtiendo en sanidad privada... "Entre tanto cacique tremendo..."
Ya lo dijo Sampedro: "¿Cabe hacer algo? Ya advertí en las primeras páginas que no debían esperarse recetas. Pero tengo que mencionar al menos las orientaciones sugeridas por el deseo de reducir la dependencia en su doble vertiente de la marginación interior de ciertos grupos y la exterior de ciertos países. En el interior, la dependencia viene impuesta por la desigual distribución del ingreso ligada a las concentraciones de poder. La acción empieza, claro está, por tomar conciencia y por difundirla. Contra los intereses establecidos -y por este mero hecho, declarados sagrados e intocables- es inútil apelar a la razón" (p. 162).
Ya lo dijo Sampedro: "¿Cabe hacer algo? Ya advertí en las primeras páginas que no debían esperarse recetas. Pero tengo que mencionar al menos las orientaciones sugeridas por el deseo de reducir la dependencia en su doble vertiente de la marginación interior de ciertos grupos y la exterior de ciertos países. En el interior, la dependencia viene impuesta por la desigual distribución del ingreso ligada a las concentraciones de poder. La acción empieza, claro está, por tomar conciencia y por difundirla. Contra los intereses establecidos -y por este mero hecho, declarados sagrados e intocables- es inútil apelar a la razón" (p. 162).
Esto es: hay que tomar conciencia y difundirla. "Lo que hay en la raíz de nuestros males es una increíble ceguera para la necesidad de las innovaciones e inventos en el campo social" (p. 168) Una ceguera muy característica; una ceguera que no es solo española.
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