Jorge de Esteban, catedrático de Constitucional, "El misterio de la Santísima Trinidad", El Mundo, 19-VI-2017:
Ayer finalizó el 39 Congreso del PSOE, adoptando como conclusión fundamental la concepción de que España es un Estado «plurinacional». Según Pedro Sánchez y sus colaboradores, España es una «nación de naciones», aunque mantiene la soberanía única en el conjunto del pueblo español. Pues bien, sea dicho con todos los respetos, esta aseveración de que España está formada por varias naciones (no se dice cuántas y cuáles), pero sólo hay una soberanía nacional radicada en el pueblo español, es un misterio semejante al de la Santísima Trinidad, que consiste en que hay un solo Dios pero tres personas diferentes.Por supuesto, no voy a entrar en disquisiciones teológicas en las que soy un absoluto profano, pero sí me encuentro obligado a intentar descifrar el misterio de la «plurinacionalidad», porque aquí estamos en mi terreno. En efecto, no se puede ignorar que, a partir del siglo XIX, la nación es el sujeto político sobre el que se crea la organización política que se denomina Estado. Dicho de otro modo, el vínculo determinante del pueblo en el Estado moderno es el vínculo nacional, es decir, la solidaridad nacional es la razón de la existencia de diferentes pueblos. Por tanto, todos los Estados son Estados nacionales y toda nación aspira a crear su propio Estado. Se pueden dar diferentes versiones del concepto de nación, pero el único que tiene consecuencias jurídicas es el que la considera como el sujeto político en el que reside exclusivamente la soberanía, que por tanto es siempre «nacional».En consecuencia, no es posible mantener que España está formada por diferentes naciones y, sin embargo, defender que la soberanía «nacional» la posee el conjunto del pueblo español. Porque lo que se deduciría de semejante misterio es que cada nación reconocida, poseyendo su propia soberanía, renunciara a formar su propio Estado. ¿Seguro que renunciaría? Supongo que este galimatías que sale del 39 Congreso del PSOE responde a dos razones: una coyuntural y otra estructural.En cuanto a la primera, es evidente que el objetivo primordial de Sánchez es llegar cuanto antes a La Moncloa y para ello necesita el apoyo de catalanes, vascos, gallegos y similares, que le votarían -según una interpretación ingenua- a cambio de su reconocimiento nacional.
Vayamos a la otra razón, la estructural, mucho más importante. Cuando estamos a punto de celebrar el 40 aniversario de nuestra Constitución, seguimos todavía sin tener un modelo definitivo de Estado descentralizado y, en mi opinión, de ahí provienen todos nuestros problemas. La situación actual es enormemente compleja, pues además del funcionamiento disparatado del Estado de las autonomías, hay dos comunidades con aspiraciones a la independencia.
Una, Cataluña, que la quiere ya, según sus actuales dirigentes, y otra, el País Vasco, que hará lo que sea, según lo que suceda en aquella. La cuestión es que, se quiera o no, hay que coger el toro por los cuernos y reestructurar racionalmente el Título VIII de la Constitución.Me limito ahora a comentar sólo lo que propone el PSOE, que sigue manteniendo también -lo que es contradictorio- que la solución pasa por un Estado federal. Pero eso significaría que no podría estar formado por diferentes naciones, sino por Estados miembros sin propia soberanía y con competencias similares o iguales.Como dicen los ingleses, too late. Eso se pudo hacer en 1978, pero ahora es casi imposible, Y si digo que se pudo hacer, es porque yo tuve algo que ver en aquello. En marzo de 1977 Felipe González me invitó a almorzar porque pensaba que después de las elecciones de junio de ese año, las Cortes se convertirían en Cortes Constituyentes y quería un proyecto de Constitución para el PSOE, reivindicando un modelo de Estado descentralizado territorialmente.Como es lógico acepté encantado. Necesitaba que me aclarase qué forma de Gobierno y qué forma de Estado tenía que desarrollar. Felipe no dudó un instante: Monarquía y Estado federal. Pocas semanas más tarde entregué un documento que después utilizaría Peces Barba.Sin embargo, el PSOE abandonó la idea del Estado federal y, de forma absurda, el Título VIII de la Constitución recogió la idea de un historiador sui generis, Anselmo Carretero, que era ingeniero industrial y no jurista. A él se debe, además de la extravagancia jurídica de la frase «nación de naciones», la inclusión del término «nacionalidad» en el artículo 2, también usado por la antigua Constitución yugoslava de 1974. Sea como sea, el abandono por el PSOE de la idea del Estado federal fue determinante, porque en lugar de adoptar la igualdad propia de este tipo de Estado el artículo 2 distingue dos clases de comunidades, pero sin especificar claramente cuáles son las nacionalidades y cuáles las regiones.Se estaban poniendo las bases para que el Estado de las autonomías fracasase. Hoy es muy difícil encontrar una solución definitiva para el Título VIII. Lo que sí está claro es que hay dos comunidades que se diferencian de las demás: Cataluña y el País Vasco (si se incluye Navarra todavía es peor), que tienen que tener un tratamiento distinto. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que en ellas parte de la población, más o menos la mitad, quiere la independencia, cosa que no ocurre en ninguna otra autonomía.La forma de congeniar la doble legitimidad (independentistas y unionistas) con la legalidad actual es modificando la Constitución para dejar bien claro cuáles son las competencias definitivas del Estado, las de las dos comunidades «nacionales» (pero no naciones) y las de las demás comunidades regionales. Esta distinción en dos clases de autonomía regional se reconoce, por ejemplo, en la Constitución italiana y no pasa nada. Siempre, claro está, que los derechos sean los mismos para todos los españoles, al margen de donde vivan. Si no se va por este camino, me temo que la amenaza del separatismo seguirá acechando la política española.
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