Hace unos días paseábamos el poeta y profesor de filosofía Javier Lumbreras y yo por las afueras ("Contornos", se llama esta sección) y se me ocurrió acercarnos a hacer una visita a Joaquín González Cuenca en su dacha "La querencia". Estaba también el catedrático de Málaga Manuel Alberca, que es un manchego de Arenales de San Gregorio y obtuvo el premio Comillas de biografía (sustancioso: 20.000 euros de adelanto en derechos de autor) por una biografía de Valle-Inclán muy documentada, aunque le pasa lo que a la de Quevedo de Jauralde: que en su afán positivista termina por soslayar los textos meramente literarios del autor. En fin, le tenemos envidia otros biógrafos con peor suerte, como Joaquín y yo, entregados a personajes que merecen también alguna fama y fueron arrinconados por su ideología progresista (en el pasado: en el siglo XX o se los exiliaba o se los mataba: la izquierda nunca ha gobernado en España)
Cuando los pillamos, Joaquín estaba durmiendo la siesta en un sofá. Me leyó los agradecimientos de su biografía inédita en dos tomos del cervantista (y otras cosas) Nicolás Díaz de Benjumea, donde me llama "el incombustible e ilustrado Ángel Romera". Muy halagador. Desde luego, hay que ser incombustible para no quemarse con sus continuos cigarrillos, aunque tal vez él lo dijo aliquibus... Que me pasé el verano pasado corrigiendo las dos mil páginas de texto de su biografía. Él correspondía con sus virtudes de cocinero genial, aunque no llegué a ingerir el congrio del que tanto se ufana: prefiero otros platos. Cultiva pistachos que luego regala a unas monjas muertas de hambre. Gracias a él averigüé que la planta del pistacho tiene sexo y es polígama, no en vano se cultiva en países musulmanes: hay que rodearla de varias plantas hembras para que pueda fructificar.
Para él no hay izquierda ni derecha, solo arriba y abajo. No cree en revelaciones, sino en filologías. Abomina como yo del patrañuelo teológico, pero es creyente. Se quedó huérfano de madre a los cuatro años y de padre a los diez. Una vida larga y dura, la suya, pero con bastantes satisfacciones. Disfruta ahora de su bien acompañada soledad, aunque a veces se duele de los amigos que se le han muerto, y se entretiene con la edición de una obra histórica de un toledano de fines del siglo XVI. Se tiene él por desordenado, pero yo creo que alguien que hace miles de fichas lexicográficas para su edición de las Etimologías de San Isidoro de Sevilla es imposible lo sea. Sus meticulosísimas ediciones también lo desmienten. El Cancionero de Hernando del Castillo en cinco tomos, por ejemplo, que recibió el premio de edición de la Real Academia y que yo también le ayudé a podar de erratas. Una de sus becarias que fue alumna mía en Almagro le ayudó también; ahora vive en Luxemburgo feliz y casada con escocés, trabajando en un banco. ¿Que como lo sé? Joaquín me dijo que había salido en un programa de Manchegos por el mundo. Me alegro mucho por ella: es una más de esas españolas valiosas que permitimos que se vayan a lugares donde sí los saben apreciar. Dejó la filología por la banca: es un signo de los tiempos.
Nos habíamos juntado allí tres biógrafos: Alberca, González Cuenca y yo, por mera casualidad. Alberca se puso a hablar con Lumbreras de Málaga, donde han estado viviendo los dos. Y luego Alberca y González Cuenca de Rafael Pérez Estrada, un poeta malagueño bastante bueno pero tan vanidoso que todos los años hacía un discurso de aceptación del Nobel (y es verdad que alguna academia lo había propuesto); yo lo desconocía y pensé que estaban hablando de José González Estrada, el poeta decimonónico raro autor de laberintos acrósticos y poesía ludolingüística. Tampoco ellos tenían ni idea de ese sujeto. Ya se ve que unos vivimos en el siglo XIX y otros en el XX.
Cuando hojeé la biografía de Manuel Alberca, que saqué de la Biblioteca Municipal, descubrí que Valle-Inclán no solo era carlista "por estética", sino un facha redomado de Comunión Tradicionalista: un hijo de buena familia que nunca pasó apuros económicos como las leyendas sobre su bohemia han hecho creer. Desde luego era fundamentalmente un antiburgués. Se acercó luego a Eduardo Dato, se presentó a las elecciones con Lerroux y después se acercó a republicanos y socialistas. La anécdota del bastonazo de Manuel Bueno que le infectó el brazo que le amputaron a Valle es una filfa: Bueno le dio tal paliza por deslenguado que casi lo mata, y estuvo mucho tiempo en el hospital luchando por sobrevivir.
Y hablando de hospitales, mencioné que me había leído mientras me pasaba en él varios días tres libros de Fernando Savater, quien por cierto ha perdido las ganas de escribir tras perder de un tumor cerebral a su esposa. Joaquín, que tiene setenta años como Fernando Savater y estaba en su misma clase de comunes en la Complutense, nos contó una anécdota sobre el filósofo. Resultó que Ángel Valbuena Prat se cabreó porque nadie tenía un ejemplar de la famosa novela medieval El caballero Cifar (porque solía divagar en sus clases y nadie sabía nunca con qué iba a salir al día siguiente) y le pareció que, con esa cara tan peculiar que gasta, Savater se estaba riendo de él. Por eso lo echó de la clase. Luego lo expulsarían de la Universidad con mayor y político fundamento, aunque también impropio; incluso pasaría un mes en la cárcel, pero se puede decir que ya por entonces era una piedra en el zapato. Entones Savater era un alumno de buena familia con dinero para irse a Francia y vivir y leer allí a Cioran, a Voltaire y a Nietzsche, que tanto lo marcaron. Ahora es simplemente un liberal desilusionado y triste que escribe y piensa bien y desde que se ha muerto su mujer ha perdido las ganas de vivir, algo que creyó que nunca le pasaría.
Javier Lumbreras, poeta y profesor de filosofía que me ha hecho pasar unos maravillosos días este año, se marcha a Motril. Me ha contado muchas cosas de sus viajes y de cuando vivía en la Libia de Gadafi con su familia, de niño. Le regalé un ejemplar que deseaba de mi librería: una edición de medio siglo de las Escenas de la vida en Bohemia del tuberculoso romántico Henri Murger, él que tanto ha circulado por los lados de la vida. Y mira que me costó desahacerme de él: adoro a ese autor. Pero ya uno se da cada vez más cuenta de que un libro no leído es un libro muerto, y los regala a amigos y alumnos para que vivan ellos un poco más: habent sua fata libelli. Por cierto que retransmitieron en Las Vías La bohème de Puccini, inspirada (como otras) en esta obra, que dio al término "bohemia" su significado marginal (los gitanos que llegaban a Francia solían venir de Bohemia). Otro gran profesor de filosofía y amigo, Santiago Sánchez-Migallón, autor de una maravillosa bitácora o blog, se va también destinado a Granada. No dudo que ambos les irá mejor que aquí. Pero a mí el gigantesco paseo, del que volví a través de la Vía verde, me pasó factura: me quedé con los pies hinchados dos días.
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