viernes, 23 de julio de 2021

Fermentación de la mala uva

Ocurre con la redacción de artículos que los mismos que te exigen verdad se ofenden si la declaras; no los atareados editores de nuestro fotónico papelucho, profesionales a prueba de todo, sino la gente sin discernimiento. ¿Qué le cabe entonces al juntaletras: ofender por sinceridad, o mentir por educación? El filo de la navaja, la pantalla traslúcida, el sonido bajo y confuso, las verdades a medias, las siluetas oscuras, las puertas entreabiertas.

Un suponer: el caso de la corrupción. Mutación vírica, o viral, que ya ha inficionado a cualquiera. Es término médico y surgió en el XIX contrapuesto a regeneración, otro tecnicismo del mismo campo que corrió la misma suerte. Enseguida los políticos lo usaron como metáfora para la curación de los males sociales y económicos (los políticos son incurables en España); es más, incluso Costa recomendó un cirujano de hierro para emprender esa tarea. Pero los médicos no se quejaron de un uso tan infeccioso, perdón, tan infecto de su lenguaje. Pues entonces van los políticos y dicen que el infecto es uno.

Hay que actualizarse: no se pueden emplear ya esas voces. En tiempos de pandemia, cuando hasta los antibióticos empiezan a ser inútiles y las vacunas flaquean, se ha generalizado tanto ese miasma tóxico que ya de ninguna manera cabe hablar de corrupción, sino de saprobiosis (microorganismos que se alimentan solo y exclusivamente de mierda) y de fermentación butírica, que es lo que sucede cuando la corrupción dura ya tanto que empiezan a acudir anélidos nacionalistas por el estilo del puigdemont, del abascal o del strongyloides stercoralis. Menudos meningococos. Acuden como las moscas ante la putrefacción de un sistema constitucional o de la mera falta de higiene democrática e inundan los lazaretos parlamentarios. Cuando se paraliza para siempre un proceso de actualización de las instituciones políticas (la democracia se cura con más democracia) es lo que pasa. Por ejemplo con los chusqueros tribunales españolitas, el supremacista y el constituloco.

Europa está igual, solo que en España, de siempre dictadura de envidiosos, que eso fueron los que se vistieron las sotanas, uniformes y demás chanfainas del alzamiento, es peor. Nos adelantamos a todo lo malo; a las guerras coloniales, incluso a la II Guerra Mundial. Por aquí ya estaba la Luftwaffe aniquilando familias enteras con bombas de fósforo o Mussolini, sacando pecho y violando mujeres cada día, como era su natural.

Fascistillas como Abasculo o Puchdemonio envenenan la convivencia dirigiendo la ceremonia expiatoria del impuro extranjero. ¿Pero qué es un extranjero? En muchas lenguas no se distingue de un extraño, pero en español sí. Conozco a un rumano muy inteligente que lleva treinta años en España; dice que, por tanto, ya no es ni rumano ni español, sino rumanoide. Cuán ironista y acertado. Una palabra cabal. Ningún extranjero acaba de encajar. Pero lo que hay que hacer es integrarlos, no echarlos. En una España empobrecida por siglos a causa de haber expulsado a judíos, protestantes, humanistas, científicos, moriscos, ilustrados, afrancesados, liberales, krausistas, demócratas, republicanos, socialistas etcétera, y después de haber abierto las puertas a regenerar la economía admitiendo a unos extranjeros llamados turistas, queremos volver a expulsar a los turistas de alpargata marroquíes, africanos, rumanos e ingleses, que vienen a quedarse y trabajar en lo que no queremos, o incluso a charnegos y maketos. Inversamente, en Cuba y en Venezuela ya se ha ido un tercio de la gente, y últimamente habanece en el Malecón.   

No procede sacar la gorda conclusión de que esto no lo arregla nadie; la materia prima del cambio es la voluntad general, expresa en leyes de sufragio suficientemente representativas y más que nada en el referéndum, que casi es imposible ejercer para nada que quiera el pueblo. Y en España hay una ley electoral deforme e infame; un sistema de iniciativa legislativa popular imposible y absurdo, unas instituciones que se bloquean unas a otras, listas cerradas, una constitución cerrada e inmodificable, partidos sin primarias, discriminación en las aulas y en los empleos autonómicos...

Reforma política ya: una constitución nueva, obra del pueblo con los procedimientos de control pertinentes, como en Chile. Y mirar al futuro, no al pasado. O nos hundiremos chocando con un iceberg.

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