sábado, 28 de mayo de 2022

Delirios de un fin del mundo

Incluso en estos guerreros días, quizá últimos, es principio político mil veces validado, aunque de suyo dificilillo, llevarse bien con los vecinos, por irritantes y necionalistas que sean. Mejor llevarnos bien o regular con el sátrapa de Marruecos que con los de Argelia, que parten peras con unos italianos más cercanos y tan corruptos como ellos. Argelia, que acabó hace na su segunda guerra civil, al menos ha cambiado las caras viejunas del isquémico y fibrilado Buteflika, que vivía antinaturalmente tras su muerte, y su gerontocrática mafilia. El ogro propietario de Marruecos aplastó las protestas del Rif y no dejó ni siquiera un parte meteorológico de Primavera árabe, porque no crecen flores ni voces en el desierto, ni siquiera la retama de Leopardi. Por más que aquí hayan logrado arribar voces, ruidos, gemidos sofocados y golpes a lo Bad Bunny de trap de las paredes. Por ejemplo, gritos, exclamaciones y ¡que me matan! dicho por una voz femenina... y luego resultó que era en realidad una chica mora que jugaba al God of war III, y no precisamente una pobre pakistaní malmaridada.

Nos tendríamos que llevar bien asimismo con los useños ultramarinos (y aun sin -marinos), que intentan coagular su segunda no proclamada guerra civil, gestada por el anticristo Putin y el falso profeta Trump. Tienen comprada a toda la prensa madrileña por la CIA, empezando por El Mundo. Compraron a Franco para meternos sus bases (él, que había comprado con anterioridad a unos cuantos congresistas para ganarse la tolerancia internacional), y a Felipe González para meternos su NATO por el anot. ¡Cuán gritan esos malditos! Es el coro monocorde de "echemos a los zurdos", que lleva cantando España desde mucho antes de 1936 y de Eurovisión. Después se reforzó cuando la OTAN añadió una infraestructura paramilitar dispersa por toda Europa valiéndose de elementos neofascistas para el caso de una invasión roja con el nombre en clave de Gladio. Si no hubiéramos entrado en ese club que nos acepta como miembros (y no como cabezas), seguro que ya tendríamos un régimen político menos tibio y aún mejor atado, y no hubiera habido siquiera necesidad de que Carrero volase. Una república como la portuguesa. Los postsoviéticos no son mejores que los yanquis; son unos imperialistas incluso peores, con sus agentes secesionalistas, sus petardos militares, sus mentiras de universo paralelo y sus infusiones de polonio radioactivo, en que ni podríamos meter un churro o torrija; nunca nos fueron los tés. Los creyentes pueden consultar los misterios de las sibilas modernas y comprobar que no en vano la Virgen de Fátima proclamó la necesidad de "procurar la conversión de Rusia" (conversión se traduce en ruso por perestroika / перестройка) y el tercer ángel del Apocalipsis, quien proclamó que de los aires caería Ajenjo (Chernobyl / чернобы́ль en ucraniano) y envenenaría la tercera parte del mundo, más o menos la que ocupan las naciones de pasado comunista. Tanto la primera como la segunda profecías predijeron que habría cambio climático: incendios de bosques, envenenamiento de océanos, pestilencias pandémicas. Son profecías, y cualquier parecido con el futuro es pura reincidencia, porque ya no importa. Ni siquiera al Papa, que, alarmado por estas cosas, intenta consagrar a Rusia por segunda vez.

El caso es que en el descuidado sarcófago de cemento de la devastada central nuclear se sigue cocinando caliente algo que no parece obra del baleado chef Andrés, y que ni siquiera podría digerir el torturado estómago de Bear Grylls. Hay un producto con cuya sustancia está hecho el Infierno que empieza a calar en el acuífero que lo hará explotar otra vez (y todas las que sean necesarias, pues el derelicto atómico es indestructible). Miren el caso que hicieron a Fukushima, que ya están vendiéndonos atún de sus costas y construyendo nuevas centrales nucleares, después de haber calmado a la gente diciendo que no lo harían nunca jamás de los jamases. Qué quieren, estas peleas por la energía son las últimas pataletas de un capitalismo verdaderamente terminator. Más que Fukushima parece Fukuyama, el de El fin de la historia, leído al pie de la letra.



Corregir una política muy asentada es legítimo si deja de tener sentido. Incluso en algo tan absurdo como el Leviatán postsoviético, cuya Constitución tanto se parece a la española, con todos esos matices sobre el concepto de nación multirracionalista. Más vale el peor acuerdo / que no el divorcio mejor, escribió el liberal Cervantes, quien, contra lo que se suele pregonar, detestaba mucho a los moriscos (así lo indica en su Coloquio de los perros) y sufrió torturas, abusos y tentaciones como esclavo en Argel que motivó su persistente dedicación al género de la comedia de cautivos, que de comedia no tenía nada. Un acuerdo con Marruecos nos deja a los dos bastante frustrados: una autonomía no es una independencia como la que quieren en Catatonia y nos piden reconocer en Kosovo y en Donetsk, pero es mejor que nada, si sacamos de ella una utópica contención de emigrantes que la Unión Europea no nos costea y menos moros ahogados en la costa; con ello quitaríamos a Vox muchos argumentos xenófobos contra los sin papeles, si es argumentos lo que excretan. Es muy bonito, como todo lo difícil. Incluso podrían plantearse proyectos comunes como el puente del Estrecho, la instalación de centrales de energía solar, una colaboración mayor contra el terrorismo islámico y otros muchos. Seguro que nuestros corruptos políticos podrían meter cuchara y aprender algo del corrupto Marruecos, donde según dicen para alcanzar algo de justicia hace falta sobornar a un policía, a un juez, al juez que sustituya a este juez y luego ofrecer comisiones y mordidas varias para evitar que te juzguen por corrupción. Pero qué vamos a decir aquí de materia tan estudiada, aquí, donde los jueces juegan a la gallinita ciega y los políticos a las sillitas, y donde cualquier sentencia supone solamente llevar al aforado al rincón de pensar. Es constitucional acusar al chorizo mayor del reino (¿de qué?), pero no juzgarlo ni castigarlo. De las ocho sugerencias que nos hizo hace años la Unión para reducir la corrupción de la democracia española, no se ha adoptado ni siquiera una sola... Es para sentirse orgulloso. Nuestros políticos son, más que indigestos, tóxicos: carne procesada, la carne política. Al cabo de cuarenta años generan no uno, sino muchos cánceres. Un poco más, y podremos dar lecciones a los italianos, a los argentinos y hasta a los venezolanos. Por no hablar de los tenebrosos archivos de pederastia de la iglesia católica española, que solo en Toledo cuenta con no menos de quinientos años de chismes / historia, como pude observar yo mismo allí; de eso siempre se habla, pero anónimamente y por escrito. Hay miles de denuncias en los archivos de la primada archidiócesis. Pero esto es... ¡España!, no como, por señalar un ejemplo cercano, Chile, siempre luchando por recuperar la democracia, la honestidad, la limpieza y la fe. Algo que cuesta hacer volar, como la nada liviana paloma de la paz de Botero. En Colombia la necesitan mucho, por solo hablar de pedófilos de récord como Luis Alfredo Garavito o Pedro Alonso López, culpables de violar y matar a cientos de niños y niñas, pero, como el último, aún libres y desaparecidos del mapa.



El pueblo saharaui ha visto pasar varias generaciones sin que se lograran sus pretensiones, víctimas de su indigencia demográfica. Tampoco suponen mucho: es un pueblo reducido y de costumbres nómadas, que antaño nos declaró la guerra y nos mató a centenares, a pesar de ser legalmente españoles de hecho y de derecho y de mirar a Argelia como su segunda patria. Un puñado de arena del Sahara al oeste no se diferencia de otro en el desierto al este. Pero, ¡cómo duele la muerte de personas conocidas, saharahuis e inocentes como la joven artista Galia Baba Chamah!

Los españoles "no hacen planes con antelación", como dice Rick en Casablanca. Pero hay una guerra, y Lars von Trier, que filma siempre en serio y de cuestiones presentes, nos ha filmado un wagneriano fin del mundo en su película Melancolía.

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