miércoles, 20 de julio de 2011

Calicata confusa de este mes

Desde que fundé este blog como buen gimnasio para ejercitar la prosa y retrete para mi frecuente estreñimiento mental, creo he hecho algunos microscópicos progresos. En cuanto a lo que ahora puedo añadir, poco he de contar que no pueda pasar a los anales de la insignificancia, así que tendré que usar lente de aumento, que creo os place, porque referir por menudo este tipo de nimiedades las hace más gozosas de lo que son entrevistas, pues que las pasamos casi siempre por alto y sin vivir y, con su poquito de literatura, se vuelven épicas, enormes y monumentales como una terrible aurora o una mariposa súbita. La investigación me sorbe todo el magín, pero esta escapada aliviará su manometría.


Mi Paloma marchó a las Islas de Ruidera, ese lugar paradisíaco en medio de la Mancha de Mar; la muy torpona se ha caído en un rosal, de cuyas garras logró salvar la contusa el pompis, y luego desde una bicicleta kamikace, aunque esta vez se jorobó una manita; pero se lo ha pasado bien y cerca del órdago, que es lo que importa, gitaneando bucólicamente por ahí entre botes de conejo y patos nadarines. Espero que venga hoy, tras diez días alejada del tonante agobio familiar, encajonada en una pava, vulgo autobús. Anabelita, colgado de los árboles el saxofón, anda jugando al pádel con su prima, explorando Internet, dibujando y pensando en cuentos por escribir e ilustrar, para lo que me pide frecuente contraste, cortando mis labores de lana merina del XIX. Anda tan pensativa y liativa como siempre, vigilando mis incursiones a la nevera con celo cuartelero; veo ahora en el tablero de corcho de tareas un dibujo meninesco que una de mis hijas me puso; es un médico que practica una ecografía a una matriuska y se mira hacerlo a sí mismo en una pantalla, regresión infinita de espejos paralelos. A Paloma le da por la lírica: es una amalgama incipiente de trotskismo casero, chismería marujil y hedonismo cósmico; no he visto en mi vida más ganas de vivir que las suyas, pese a lo cual se saca sus estudios con tesón. Yo me consuelo con música de oboe, quince kilos abajo de mi máxima expresión, envuelto en suplementos de El Eco del Comercio, cocacolitas ligth y conspiraciones liberales, y traduciendo del zincaló comunicados enviados desde el siglo XIX. Mi mujer, que no puede soportar no hacer nada tan activamente como yo, ha embutido su cuerpo chinoserrano en un curso-bocadillo de seiscientas horas de martirio, supositorio que le hace dormir mejor por las noches. Para sufrirlo tiene que ir al planeta Miguelturra, del que regresa con la fiebre del astronauta y algún cometa churriego prendido en el pelo. A mí me sofríe no tenerla a mano por si tengo que deshacerme de algún avío funcionarial o alguna gestión homicida, pero he aprendido a soportar sus ganas de crecer en sentido profesiono-espiritual, porque bajita es, aunque vale más que el oro; juntos nos apuramos el puré de calabacín, el pisto de calabacín y el calabacín asado, en busca del esqueleto sepultado en nuestras repugnadas carnes. Contemplo un documental con el famoso vídeo del ignoto león negro del parque natural de Darthmoor, Reino Unido de la Gran Putaña, que ha sido visto/novisto por numerosos pateantes. También los rutinarios programones sobre fantasmas y mediums y las películas raritas de Onojo que ofrecen gratis, porque lo raro y eslavo siempre se da gratis, mientras que lo barato y vulgar y anglo se cobra caro, si de cine se trata. Y corto, que he de volver a calzarme la escafandra para sumergirme en el sinuoso océano del siglo XIX.

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