Uno de esos necios de ahora, un tal Craig Mod, autotitulado gurú del libro internético, ha escrito con tinta eléctrica que "los libros del futuro no serán un ladrillo inmutable”, y ha avivado mi seso y hecho despabilar mi dormida inteligencia. Porque la denominación de lo que odia es luminosa, incluso literaria en su precisión: los libros de orgánica celulosa y que devoran los xilófagos son "inmutables" y "ladrillos". Pues sí, lo son. Es la ventaja que tienen contra lo inorgánico y artificial más que artístico: concentran los valores de la voluntad, el trabajo y el esfuerzo, son fieles porque no cambian y no traicionan, están siempre ahí, como los padres que quieren a sus hijos, y te cogen la mano. Como los ladrillos, sirven para construir algo; como el verdadero saber, son eternos y no cambian. Tienen cuerpo físico, existencia real, fe y erratas de verdad, no de mentira ni de silencio. No son objetos de lujo, no son dinero ni referencias que se trasiegan de una a otra parte; algunos incluso poseen piel, como los animales domésticos y los seres humanos, y como ellos se fatigan, se gastan y empalidecen el color de sus mejillas ilustradas, sufren heridas, cortes y costurones causados por la vida y los viajes, guardan flores secas, "monumenos de una tarde", como escribe Borges, o custodian con probidad, como el Herodoto de El Paciente Inglés, fotografías, cartas, recordatorios, entradas, billetes de metro, sellos, borradores de poemas y cartas, glosas y correcciones, y siempre se mantienen íntegros, honrados, dando testimonio fiel de lo que quiso vivir / decir un hombre o mujer, no un "ser humano". Son amigos, mejor, son familiares: cuando los compramos o los heredamos -lo que, por lo visto, no puede hacerse con los libros electrónicos- adquirimos una relación humana, no contractual ni de consumo. No se puede pasar la mano sobre un libro electrónico, no se puede individuar, corregir, subrayar: no te ofrece abstracta e imposible libertad, sino pasión, concentración, esfuerzo, compromiso, compañía y ayuda para llevarte de un sitio a otro como si fuera una aventura: con un libro electrónico, por el contrario, andas perdido y desorientado por el desierto y no sabes adónde vas a llegar al final, o bueno, sí, hasta donde lleguen las pilas; es una invitación al abandono, a la deserción, a la derrota en la batalla. Se ha leído, se lee por soledad: uno necesita una voz que le hable, detrás de la cual vaya apareciendo poco a poco dibujado un rostro, un cuerpo, una vida, una historia y, por último, un aprecio, una amistad filial generada con nuestra propia mente por la convivencia y el tacto, una sombra como la nuestra. Por eso los libros de papel son amigos y, los electrónicos, solamente conocidos.
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