jueves, 7 de mayo de 2015

Una perla entre las innumerables de Félix Mejía


Vida de Fernando VII, (1826) anécdota 173, p. 237-238:


Dice Fernando en una Real Orden de 10 de junio de 1823 que encarga a su consejo le consulte cuanto le parezca conveniente para hacer que desaparezca para siempre del pueblo español hasta la más remota idea de que la soberanía reside en otro que en su real persona: "Con el justo fin de que mis pueblos", dice, "conozcan que jamás entraré en la más pequeña alteración de las leyes fundamentales de esta monarquía.

¿Cómo es como se echan las ideas de los terrenos? ¿Es oseándolas, como a las moscas? Del mismo modo podía encargar a su consejo que viese el modo de que desapareciese también la luz del Sol del terreno español, tan luminosa y necesaria como ella es la idea de la soberanía de la nación. ¿Qué hombres serán los que tiene Fernando a su lado para que lo dirijan cuando no se abochornan de inspirarle o aprobarle en el siglo decimonono ideas tan desatinadas, siglo en que ni aun los teólogos las pueden ya sostener a cara descubierta. Ni el ridículo título de la divinidad (que suponían estos en los reyes para mandar a despecho de los pueblos) da hoy alguna apariencia de verosimilitud a este error grosero que ya no se puede pronunciar sin excitar la risa y la compasión aun en las cabañas de los pastores. Es menester haber perdido aun la más remota idea de pudor para prestarse a presentar al público de una nación palabras tan vacías de ideas y de sentido como si fueran más que ruido y aire; todo para adular al poder, que jamás será más que una violencia como la que nos pudiera hacer un tigre u otra bestia feroz que nos lograse intimidar.

¿Y cómo se hacen desaparecer ideas con decretos y consultas de un consejo que no las puede ver ni asir sino en la naturaleza de las cosas, que está identificada con ese suelo mismo de que se quiere desaparezcan y con esos hombres de que se quieren arrancar? A Fernando se le ha figurado sin duda que es el Rey de la naturaleza universal según quiere mandar y manda con sus quiméricos decretos al tiempo, a las opiniones, a las ideas y a la naturaleza misma de los seres. ¿Qué le aconsejará pues ese tribunal, que consulta en su delirio, para que salga para siempre de la cabeza de los españoles la idea de que la fuerza de todos es mayor infinitamente que la de uno solo y que éste no podrá nunca hacer sino lo que quiera o le permita la fuerza preponderante de todos los demás, esto es, para que ningún español pueda creer ya en lo sucesivo, que el todo es mayor que su parte? ¿De qué medios se valdrá ese consejo sin consejo, que consulta Fernando, para cambiar la naturaleza de las cosas y de las ideas, haciendo que las impresiones que nos hacen los objetos manden a nuestro cerebro otras imágenes que las que les son propias por su esencia y naturaleza, y el juicio de los hombres las combine de otro modo que de aquel en que ellas mismas se presentan, determinándole sin recurso y haciendo que resulte que uno, cuando es Rey, es más que diez millones de unidades, que no le podrán resistir, consideradas en sí mismas, y sin quitarles la fuerza por engaño, ilusión, fanatismo o rutina,y abandono?—Sabemos que las armas del terror y del miedo son los recursos de estos miserables que nunca han salido del aprendizaje de racionales, porque no han pensado jamás sino por razón ajena; pero el miedo y el terror podrán intimidar y acoquinar las almas para que no sensibilicen las ideas; mas no solo no tienen la fuerza y el poder para destruirlas y hacerlas desaparecer, sino que, violentándolas, se concentran, se radican, e identifican más en el sujeto, a quien están desde entonces cosquilleando cada momento, hasta que en la primera ocasión favorable tienen una explosión estrepitosa que impulsa de un modo irresistible la fuerza indestructible que le diera la naturaleza.

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