Leo en un interesante reportaje de El País una hermosa décima del anarquista Melchor Rodríguez García-Triana, (Sevilla , 1893 -Madrid, 1972), militante de la CNT y de la FAI y delegado de prisiones de la República, que salvó de la muerte a mil doscientos jerarcas franquistas, entre ellos Muñoz Grandes y Serrano Suñer, ganándose así la enemiga de unos y otros. Su Hija, Amapola Rodríguez, dice al periodista: "Con la cantidad de veces que estuvieron a punto de matarle, la verdad es que no me explico cómo pudo morir sin creer en Dios". Ella sí cree en Dios y también en el anarquismo de su padre. "Antes de que estallara la guerra me llevó a ver la obra de teatro ¡Abajo la guerra! Le gustaba mucho la naturaleza. Me puso Amapola porque decía que es una flor rebelde que nace sola en el campo sin tener que sembrarla". Aunque a sus 87 años goza de una memoria excelente, y recita una poesía escrita por su padre:
Anarquía significa:
belleza, amor, poesía,
igualdad, fraternidad
sentimiento, libertad
cultura, arte, armonía,
la razón, suprema guía,
la ciencia, excelsa verdad,
vida, nobleza, bondad,
satisfacción, alegría...
todo esto es anarquía
y anarquía, humanidad.
El escritor y cineasta Alfonso Domínguez, autor de una novela biográfica y de un guión de cine sobre Melchor Rodríguez que espera llevar a la imprenta y a la pantalla, la figura de este libertario cobra cuerpo y se agiganta con la perspectiva de los años, a medida que se profundiza en el estudio de la guerra y resurgen las sacas, los paseos, las checas (centros de detención y tortura) y los fusilamientos masivos, impíos, interminables, de los ya vencidos que no encontraron oposición en el clero franquista, ni siquiera una vez terminada la guerra...
Porque, acabada la guerra, Melchor Rodríguez se convirtió en un personaje incómodo. En sus esfuerzos por asimilarlo, los franquistas que le debían la vida trataron siempre de explicar su comportamiento adjudicándole un soterrado "espíritu cristiano". Tuvo que aclararlo en más de una ocasión. "Si he actuado con humanidad, no ha sido por cristiano, sino por libertario". Y también protegerse de sus agradecidos benefactores franquistas a los que había salvado la vida. Rechazó un puesto en el sindicato vertical franquista y devolvió tachado e inutilizado el caritativo cheque de 25.000 pesetas que le habría ahorrado muchos agobios económicos. Finalizada la guerra -a él le cupo protagonizar el traspaso simbólico de la capital española a los golpistas vencedores; "Amapola, he entregado Madrid", le dijo a su hija entre lágrimas-, fue condenado, primero a cadena perpetua; luego, a 20 años, y finalmente, a cinco, gracias a la intermediación del general Agustín Muñoz Grandes, pieza clave del Ejército y mano derecha de Franco durante años. Con el respaldo de dos millares de firmas que solicitaban clemencia para el reo, Muñoz Grandes hizo durante el consejo de guerra una encendida defensa del "ángel rojo" que explica la clemencia de la condena. A la salida de la prisión, él continuó desarrollando sus actividades políticas y fue nuevamente detenido y encarcelado por difundir propaganda política ilegal.
Siguió también ocupándose de los presos aprovechando el ascendente moral adquirido sobre las personalidades a las que había salvado la vida. Vivía en la calle Libertad, muy pobremente, en un piso diminuto que compartía con un antiguo banderillero y su mujer. El anarquista de verbo fácil y vehemente que se malganaba la vida vendiendo seguros y se había separado de su mujer. De los testimonios familiares se deduce que Melchor Rodríguez fue una persona respetuosa con las creencias religiosas de su mujer y sumamente cariñosa con su hija. Y también que el héroe anarquista estaba hecho de la misma pasta que el resto de los mortales: soberbio y vanidoso, irascible e intransigente en ocasiones, pero nunca codicioso ni interesado. Aborrecía el dinero como si fuera un invento satánico, aunque aceptaba el trueque y los regalos, una camisa, por ejemplo, siempre que se la entregaran con los puños cortados. Sostenía que mostrar los puños de la camisa por debajo de la chaqueta era "propio de burgueses". en la última etapa de su vida vivió de la suma de dos miserias: la que le correspondía de jubilación y la resultante de su pobre cartera de clientes en la compañía de seguros La Adriática, donde trabajó. Él cree saber de qué materia estaba hecho Melchor Rodríguez. "Yo no he conocido ningún santo, pero supongo que, si existen, deben ser como Melchor, seres inocentes que pueden alcanzar cierto estado de gracia, en este caso civil; gentes infantiles, sin malicia, aunque rebeldes, como lo son la mayoría de los niños". Piensa que su amigo fue siempre un inadaptado para la vida y los negocios, un idealista que descubrió en el anarquismo la utopía de los hombres justos y santos y quiso ser uno de ellos.
¿A que no me lo canonizan?
Impresiona y mira que he leído sobre la guerra de España y nadie o casi nadie le comenta. Será verdad que siempre se esconde a los mejores.
ResponderEliminarAunque pensándolo mejor. No me acaba de convencer este santo y ángel, tan bien visto por gente del régimen franquista, como Grandes, el más protofascista del ejército, sobre todo en los primeros años cuando Adolf Hitler soñaba con cambiarlo por Franco y le ponía medallas al cuello. O no se daba cuenta o dejaba que jugaran con él a propósito de atraer a cenetistas hacia la falange.La misma denominación de "ángel rojo" tiene unas connotaciones goebelianas innegables.
ResponderEliminarAdemás he recordado a Zugazagoitia, aquel que mandaron apresar en su exilio francés, juzgaron indecentemente y fusilaron sin que Grandes dijera ni mú, sólo Mazas acudió con gallardía en su defensa, habiendo sido como era el vizcaíno el gran artífice del final del descontrol en la retaguardia, las sacas y demás cuestiones que este santo realizó en primer término, en su caso no hubieron miles de firmas, ni aura de santo, era socialista y de buena formación, intelectual. Al foso, éste es incorruptible, se dirían los verdugos.
Zuga también es un gran desconocido que no escribió sencillos poemas sobre lo que para él era el socialismo, sino que creó novelas para denunciar la vida del obrero que no he tenido el placer de leer, pero eso sí, pude leer un libro que considero imprescindible para sortear la malicie de la historiografia española en el conflicto armado del 36. Guerra y vicisutudes de los españoles que recomiendo fervorosamente.
En algo tenía razón aquel santo, rojo y negro, los mismo colores que falange, la anarquía es flor de un día, linda y apeticible, aunque obvió decir que al cabo comienza a oler a autoritarismo, puesto que después de un período de desgobierno y descontrol el sentido común nos dice que es preciso cortar veleidades y que nos aten en corto. Un hombre de hierro que dijo Costa y que nos trajo a franquito. El caso es que nos dejaríamos hacer.