En el castellano primitivo, entonces, la «b» representaba un fonema oclusivo sonoro bilabial y la «v», labiodental. Sin embargo, «la diferenciación se pierde pronto en el norte de Castilla», apunta Salvador Gutiérrez. Aunque esta distinción fonológica «se mantiene en la pronunciación culta en la época alfonsí, su confusión se generaliza ya en la Edad Media», indica el académico de la RAE.
De este modo, «las letras b y v representan hoy el fonema /b/ y no existe diferencia en la pronunciación de ambas», de acuerdo con «Ortografía de la Lengua Española». La existencia de varias posibilidades gráficas para representar el mismo fonema «se mantiene en la escritura como residuo etimológico», recuerda Salvador Gutiérrez.
Este «residuo», que origina no pocas confusiones a la hora de escribir las palabras, se mantiene debido a que, en la configuración del sistema ortográfico del español, uno de los criterios que ha operado hasta bien entrado el siglo XVIII es el etimológico. De acuerdo con él, se debe respetar en alguna medida «la forma gráfica de su étimo, es decir, del término del cual derivan. Este criterio funciona, en muchos casos, en sentido opuesto al fonológico, y explica por qué la forma escrita de determinadas palabras contradice el principio básico de adecuación entre grafía y pronunciación», de acuerdo con «Ortografía de la Lengua Española».
De este modo, en la mayoría de las palabras, procedan del latín o de otras lenguas, se mantienen la «b» o la «v» etimológicas. La «Ortografía de la Lengua Española» aporta varios ejemplos «''acerbo'', áspero al gusto, del latín ''acerbus''; ''acervo'', conjunto de bienes pertenecientes a una colectividad, del latín ''acervus''».
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