José García Abad: «En España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico, autoritario, considerable» Publicado por Álvaro Corazón Rural para Jot Down
Tras más de cincuenta años de profesión a las espaldas, José García Abad (Madrid, 1942) está celebrando el veinticuatro aniversario de la revista de la que es editor, El Siglo. ¿Por qué no el veinticinco? Porque aquí cada año que se sobrevive es una fiesta, me dice. En papel, el éxito es existir. Y perderemos cuando no esté. El Siglo fue la única publicación en España que informó sobre el caso Noos y los presuntos chanchullos de Urdangarin cuando se produjeron. El resto de la prensa llegó después, cuando la causa judicial no podía obviarse. Pero José García Abad siempre ha entendido que la Casa Real es la primera perjudicada si hay ley del silencio. Tarde o temprano todo se sabe, sentencia. Por eso sus libros sobre la monarquía tampoco sentaron muy bien en palacio. Ahora, no aspira a ser historiador con sus investigaciones sobre la corona y el PSOE, sus materias favoritas, pero sí a servir a los historiadores.
En tus libros sobre el Partido Socialista subrayas que, durante el franquismo, si no se le conoce una actividad contra el régimen realmente relevante fue porque la represión después de la guerra se ensañó especialmente con sus miembros destacados y militantes, más que con los comunistas, pero faltan las cifras. ¿De qué proporciones estamos hablando?
Traté de cuantificar las cifras, pero no llegué a ver ninguna estadística. Me basé en una reflexión que me hacía la gente con la que fui hablando. Creo que es la verdad, la represión se ensañó especialmente con los socialistas. Mi padre lo era y hasta bastante después de muerto siguió viniendo a visitarlo a casa una vez al mes un policía de la Brigada Político-Social para ver si se movía, dónde había estado, qué había hecho e interrogar a los vecinos sobre sus rutinas. Y eso que mi padre era un socialista moderado, pero las pasó canutas. A mí me negaron una beca por ser mi padre quien era.
De todas formas, que la represión aplastara a los socialistas más que a nadie es comprensible sencillamente porque los comunistas eran muy poquitos. Tuvieron un papel importante en la guerra, en la medida en que la URSS ayudó a la República, porque fueron gente ordenada que daba prioridad a lo que había que dárselo, que era ganar la guerra y eran militantes disciplinados con los que se podía contar, sobre todo por parte de Negrín. Pero eran pocos, los socialistas eran los predominantes junto con los anarquistas, lo que pasa es que estos no eran muy amigos de votar ni de involucrarse en tareas de gobierno hasta que llegó la guerra.
Por aquel entonces, Felipe González está en Bruselas y señalas en tu libro Las mil caras de Felipe González que le marca la situación de los emigrantes españoles, a los que califica como «explotados, oprimidos, desamparados, odiados como seres inferiores, como una raza maldita».
Eso lo dice en las cartas que le enviaba a su novia de aquel entonces, con la que hablé. Creo que Felipe tenía una especie de impronta cristiana.
También indicas que Alfonso Guerra le definía como «cristianorro».
Es que Felipe fue a Lovaina con una beca que le dieron los obispos alemanes. Al principio él estaba en una línea de democracia cristiana progresista, como la que representaba su paisano Manuel Giménez Fernández o los demócratacristianos italianos. De hecho, se casó por la Iglesia. Luego se disculpó diciendo que el cura era progre y tal… lo típico que hacen muchos progres, justificarse diciendo que van al altar por los padres de ella y demás. Luego sí es verdad que el hombre dejó de creer, pero eso deja una impronta, como digo. Él tenía compasión por los pobres. No partía de una visión ideológica o teórica, como Alfonso Guerra.
El padre de Felipe tenía una vaquería, rico no era, pero venía de una clase media acomodada. Alfonso, por su parte, tenía diez hermanos y llegaron a tener que pedir por la calle. Él que podría haber tenido una reacción política motivada por lo mal que lo pasó su familia, fue, sin embargo, por lo intelectual. Es algo que también se puede explicar. Pero el caso es que Felipe tuvo una visión más pragmática y menos ideológica. Y tuvo la intuición de que, una vez establecida la democracia, las siglas del PSOE tendrían un gran atractivo, contra la idea general entonces de que la hegemonía de la izquierda la tendría el Partido Comunista, tal como había ocurrido en Italia.
En el PSOE de aquellos tiempos abundaba la masonería, citas a Ana María Ruiz-Tagle, compañera del despacho laboralista de Felipe, que te dice que los masones eran una «estructura seudomafiosa ineficaz», que «no hacían más que pasarse papelitos unos a otros» y que en las reuniones «te los encontrabas con el babi puesto, cuando salías a la calle veías a un policía y querías echarte en sus brazos».
Ruiz Tagle es una chica estupenda, describe muy bien aquella época. Es verdad que una parte muy importante de los socialistas de aquella época eran masones, empezando por Rodolfo Llopis. Pero la masonería, no es que no me la tome en serio, pero nunca le he dado demasiada importancia. Tenía su interés y su morbo, sin embargo, su capacidad para cambiar Gobiernos la pongo en duda. Y eso que Franco tuviera una brigada contra la masonería y el comunismo lo veo desproporcionado. No creo que los masones tengan la trascendencia que se les ha dado.
Ana María Ruiz-Tagle también admite que los jóvenes socialistas del momento se portaron muy mal con los compañeros del exilio.
Es verdad. Felipe y Guerra cuando mejor conjuntados estuvieron fue para desmontar todo el tinglado de Llopis y demás en el exilio. El grupo de los sevillanos no jugó del todo limpio con ellos, con los ancianos del PSOE que eran los guardianes de la marca. El resultado luego fue positivo para el partido, pero excluyeron a mucha gente que había tenido una vida de compromiso y una larga trayectoria política. Era cierto, no obstante, que el exiliado estaba un poco fuera de la realidad, que tenía una visión de España deformada por la nostalgia y por el propio exilio y con eso habría sido muy difícil que el PSOE hubiera tenido el desarrollo que tuvo posteriormente. González, tener, tenía razón, pero se portó fatal.
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Señalas que, de hecho, Felipe no demonizó el régimen anterior con el fin de sumar a su proyecto a gente que hubiera colaborado con el franquismo.
Él jamás hablaba mal de Franco. A mí me dijo en una ocasión que porque Franco meara, él no se iba a aguantar sin mear. Felipe no ponía el énfasis de sus discursos en decir que el dictador era un cabrón y un asesino. A diferencia de otra gente del PSOE que tuvieron tuvo un papel importante en esta primera fase, como Pablo Castellanos o Francisco Bustelo, quienes habían tenido otro tipo de experiencias con el franquismo. Tanto Felipe como Guerra, sobre todo este último, encontraron en Madrid un territorio hostil. A Felipe el régimen le trató con mucho cuidado pues estimaba que su pretendida «apertura» no tendría credibilidad si no integraba al PSOE. Cuando Felipe llega a Madrid como «Isidoro», por ejemplo, un día fueron a poner flores a la tumba de Pablo Iglesias y la policía que se lo impidió ya tenía orden de no tocarle.
Pablo Castellanos te dice en el libro que uno de esos excolaboradores del franquismo era, por ejemplo, Rodríguez Ibarra, que había organizado las elecciones al tercio familiar al falangista Enrique Sánchez de León.
A Pablo Castellanos hay que tomarle con precaución, pero él no me mentiría con una cosa así sabiendo que la iba a publicar. Es más, a todos los que me hicieron declaraciones les pasé los textos para que los corrigieran y matizaran y esto se quedó así. Vamos, que es cierto.
El caso es que Arias Navarro contaba con el PSOE para prolongar el franquismo mutatis mutandis.
Con el llamado espíritu del 12 de febrero que impulsó Arias Navarro, la idea era admitir al PSOE, pero hasta ahí; a su izquierda: nada. La palabra partido era impronunciable todavía para ellos, eran asociaciones. Si Felipe, que era moderado, aceptaba, suponía para ellos la consolidación del régimen después de Franco. Sin el PSOE hubiese sido imposible, porque además estaba apoyado por el alemán Willy Brandt, el francés Mitterrand o el sueco Olof Palme. Era una socialdemocracia nada peligrosa. Sin él tampoco se podía aspirar a entrar en el Mercado Común. Nunca habrían admitido a España con los partidos fuera de la ley, pero quedaba la posibilidad de hacerlo excluyendo al comunismo, como en Alemania.
Dentro del partido hubo una pugna entre la visión de Felipe y la de otros compañeros que tenían unos planteamientos más radicales de cara al régimen, como Castellanos, Bustelo o Gómez Llorente. La idea de Felipe era la de ir ganando espacios de libertad. Como abogado laboralista había representado a despedidos o huelguistas y pensaba que sí se podía forzar la legislación del régimen de forma lenta y pacífica.
Un ala del partido se oponía a esas ideas, pero al final el carisma de Felipe y su discurso se impusieron. De hecho, en la democracia Izquierda Socialista nunca ha llegado a ser una fuerza de importancia dentro del PSOE. Felipe fue el tipo de líder que logró que el partido apoyara su visión, unas ideas un tanto difusas, pero que, con ese verbo que tenía, encandilaban a la gente. Aunque luego miraras con atención lo que había dicho y no era gran cosa.
Tras analizar las memorias de todos los protagonistas, llegas a la conclusión de que sus recuerdos o su memoria se orientan demasiado a reforzar su ego.
Son insaciables y no admiten la crítica, aunque alardeen de lo contrario. La única que suelen admitir, ocurre con todos los presidentes de Gobierno que ha tenido este país, es que no lo saben explicar. Solo admiten una crítica por un problema de comunicación. Somos tan buenos, pero no lo hemos sabido explicar, no hemos sido capaces de que la gente lo vea.
Guerra, por ejemplo, en sus memorias da una visión romántica de la librería donde se reunían, donde había una tertulia en la que se arreglaba España hasta altas horas de la noche. Eso es hacer teatro. Por eso luego despotricaba mucho contra Madrid, pero lo que le pasaba es que nunca le gustó la capital porque ahí su teatro no funcionaba. En Sevilla tenía su corte, un núcleo que no participó en actividades antifranquistas. Lo más que hicieron fue un abucheo a Fraga en la universidad, un suceso que Guerra cuenta en sus memorias como si fuese el asalto al Palacio de Invierno.
Y luego hay detalles significativos, como que en el homenaje a Pablo Iglesias en el que Felipe tuvo que pedir a la policía que por favor le detuviera también a él, Guerra ni siquiera hizo acto de presencia. Dijo que se había perdido en Moratalaz y no llegó.
Semprún lo ridiculiza especialmente.
En su libro en el que relata sus experiencias como ministro de Cultura critica esa especie de impostura intelectual de Alfonso Guerra, que nunca había comido caliente en el terreno cultural, que no era un lector de solapillas, pero trataba de sacar partido intelectual a un bagaje bastante inconsistente, desde el punto de vista de Semprún. Todo eso le cabreaba y lo ridiculiza en esas páginas, esa actitud de falso intelectual que presumía de hacer el amor escuchando a Mahler. Además, si algo no podía ni ver era esa actitud de Guerra en los consejos de ministros, que llegaba antes y se sentaba apartado de los demás para que se le acercasen y le comentaran confidencias, en algunos casos poniéndose de rodillas, para que les impartiera doctrina. Y luego decía que él estaba solo de oyente, que no se implicaba en las labores de gobierno, sobre todo en las más desagradables.
Y a Semprún tú le reprochas que en sus vastas memorias critique tanto las purgas del Partido Comunista y se le olvide relatar en las que él tomó parte.
Hay olvidos muy significativos y es una pena. Si has estado en campos de concentración, en la clandestinidad casi toda tu vida, haz una autocrítica explicando que también has cometido errores. Ese reconocimiento te dará más credibilidad, no te quita méritos. Al contrario. Resulta más atractivo alguien con méritos que reconozca que en un momento dado estuvo abducido, que no veía nada más que lo que quería ver, que las posiciones estaban muy polarizadas. Se puede entender perfectamente que el ambiente de una época determinada te condicione.
El caso es que Felipe González con sus posiciones moderadas también sedujo a gran parte del exilio, que venía, detallas, «de vivir historias truculentas».
La gente del exilio quería buscar la reconciliación. Estaba por la visión de Felipe de tratar de evitar por todos los medios otra guerra civil. Eso ha contado mucho en España y sigue contando. Una guerra civil es incomparable con ninguna otra, ni siquiera la Mundial. Te deja una huella tremenda. Los que la habían vivido iban con mucho cuidado. En razón de esto Felipe estaba obsesionado con el orden público, tenía pánico a que se reprodujeran las violencias de la II República, donde esta serie de problemas dieron un pretexto a los militares.
Esas lecciones aprendidas del pasado son recurrentes. En tu último libro, Cataluña, diez horas de independencia, explicas que la II República, a su vez, nunca barajó la posibilidad de establecer un Estado federal por la experiencia de la guerra cantonal de la I República.
Creo que la historia no se repite, pero sí se alimentan los mitos. Hay un proceso de acumulación de mitos, digamos. En la II República, la declaración de independencia de Companys del 6 de octubre de 1934 habla de la República Catalana dentro de la República Federal Española, que no existía. Él lo deja ahí como diciendo: no queremos romper del todo. Hay un catalanismo, pero también un vértigo a la ruptura. También queda claro esto en el 31, cuando Macià proclama la independencia de Cataluña dentro de una confederación de pueblos ibéricos. Siempre había un «dentro de». Pero claro, le fueron a ver tres ministros de la República, Marcelino Domingo, Fernández de los Ríos, Nicolau d´Olwer, dos catalanes y un andaluz, y le dicen que van a inaugurar un nuevo régimen en el que Cataluña iba a tener un encaje muy diferente al que tenía en la Corona, que por favor no les hiciera esa faena. Entonces Macià aceptó cambiar la independencia por la autonomía y la República asume el compromiso del Estatuto. He mirado en el archivo de las Cortes los debates sobre el Estatuto, sobre todo el cara a cara de Ortega y Gasset frente a Azaña, y los argumentos tienen una actualidad tremenda.
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No faltan analogías con la situación actual.
Para empezar, decía Companys que al ganar las derechas se produce un proceso recentralizador. Igual que se ha dicho ahora. El Tribunal de Garantías Constitucionales de la República anuló una ley aprobada casi por unanimidad en el Parlamento catalán, la ley de cultivos. Ahora, lo que más ha alimentado las pasiones es que el Constitucional cepillara, como dijo Guerra, el Estatuto.
Hay coincidencias interesantes y también diferencias abismales. La España actual no es la del 34. Ya no hay tanta pobreza, hay un estado del bienestar, o del medioestar. Entonces Lerroux puso al Ejército a cañonear la Generalitat. Hoy el Ejército es distinto. Resultaría inconcebible algo así en la actualidad. Aunque este es un tema sensible para el Ejército y se le está sometiendo a una tensión tremenda. Por mandato constitucional le corresponde mantener la unidad de España. Puede haber un general que diga que esto no se está cumpliendo. Ya sabemos eso de que España antes roja que rota. Aunque el Ejército se ha civilizado mucho, valga la paradoja.
El caso es que Companys tampoco era independentista, como Mas. Reaccionó ante el ala más radical de su partido, de Esquerra Republicana, que tenía una milicia parafascista uniformada y armada denominada Estat Catalá, mandada por Josep Dencás que quería la independencia pura y dura y la Revolución. Companys tuvo que defenderse de que le acusaran de tibieza. Nada más salir del balcón de la Generalitat desde donde había declarado la independencia dijo a un correligionario : «A ver si ahora decís que no soy catalanista». Ahí tiene con Mas cierta similitud psicológica. Aunque Companys, cuando el fiscal del Tribunal de Garantías Constitucionales pidió para él y para los consellers veinte años de cárcel, se enzarzó con él y le dijo: «Usted quiere humillarme al no pedir par a mí la pena de muerte». Mas con las consecuencias legales de su referéndum dijo que no tenía madera de héroe ni de mártir. Franco le dio a Companys categoría histórica al fusilarle. Y, lo que son las cosas, a Artur Mas le llaman a declarar ante el juzgado justo el día en que fusilaron a Companys.
Dices que Companys prefiere rendirse ante el Ejército español que ante la revolución social que se estaba gestando en las calles de Barcelona. Eso recuerda a cuando Mas tuvo que entrar en helicóptero al Parlament e inmediatamente puso en marcha la maquinaria independentista. Unos dicen que para que no le pasase por encima, otros que para diluir las demandas sociales en el caldo nacionalista.
Exactamente. Lo que a la burguesía catalana más le aterraba era el anarquismo. Esos días había en toda España un intento de huelga general, que solo funcionó en Asturias, pero en Barcelona los sindicatos, particularmente la CNT, controlaban la calle. Además, había socialistas por ahí, trotskistas, los de Estat Catalá paseando con escopetas. Todo esto en realidad les asustaba más que el Ejército. No obstante, antes en estas reivindicaciones había un anclaje con España, aunque fuese de forma flácida. Ahora se pide la ruptura total. Esa es la gran diferencia.
Lo que me sorprende es que el catalanismo elude como mito la proclamación de Companys en 1934 y prefieren irse a 1714, cuando hay un enfrentamiento entre dos monarquías absolutistas. Un anclaje en una rebelión de algunos catalanes de entonces para buscar un precedente que está absolutamente fuera de lugar. No tiene mucho contenido, no es más que una guerra de sucesión. Pero aunque las situaciones cambian, los mitos permanecen. Engordan. Y al final tienen una fuerza tremenda en los imaginarios y los discursos de las distintas formaciones políticas. De modo que es inevitable que haya reacciones derivadas de la historia, como la de Felipe que mencionas o la de los que trajeron la República en el 31, porque la historia enseña; es evidente que los grandes conflictos enseñan.
Y así se llega a que en los mítines del PSOE de los setenta estuvieran proscritas las banderas republicanas.
En el primer congreso del PSOE en el interior, cuando todavía no estaba legalizado, solo tolerado, recuerdo a Alfonso Guerra con su equipo de vigilancia detrás de que no apareciera ni una sola bandera republicana. Pero fíjate, ahora en las manifestaciones cada vez se ven más. La represión siempre termina teniendo un efecto contrario al que se pretende.
Hay un congreso del PSOE en el que el líder socialista portugués Mario Soares le recomienda a Felipe que no se preocupe por las resoluciones, «que los papeles no sirven para nada».
Esto me recuerda a lo que decía Lenin. En un congreso del Partido Bolchevique estaba todo el mundo loco por los pasillos peleándose por las resoluciones, y dijo: «Discutid las resoluciones y dejadme a mí la nota de prensa». Guerra y Felipe, cuando tomaron casi al asalto el PSOE, es lo primero de lo que se apropiaron, de la secretaría de prensa. Ahí fueron muy listos. Conclusiones y ponencias, las que quieras, pero lo que importa es cómo se cuenta esto. Ahí fueron leninistas. Hay que tener en cuenta que se dieron cuenta muy pronto de que con esa mochila no iban a conseguir el poder. Se cargaron todo lo que veían tópico e impracticable y ampliaron el campo en el terreno ideológico. En esos congresos se llegó a aprobar el derecho de autodeterminación para las nacionalidades españolas. Felipe decía: «Con esto no voy a ninguna parte». Luego renunciaron al marxismo y todo lo demás. Y fue determinante cuando Suárez le ganó la segundas elecciones apelando a su radicalismo, diciendo que eran un partido sin Dios ni patria, y Felipe se revolvió y dijo: «A mí no me vuelven a ganar con mi programa».
Mencionas unas palabras de Heribert Barrera, líder de ERC en la Transición, durante la ponencia constitucional: «Pretender que España sea monárquica por agradecimiento me parece propio de una mentalidad arcaizante, me recuerda a las leyendas medievales del caballero que salvaba a la doncella del dragón y en recompensa obtenía su mano y su dote». Parece lúcido.
Es muy lúcido. Absolutamente. El núcleo central de franquismo no era la Falange, era el nacionalcatolicismo, con la Asociación de Propagandistas y después con el Opus Dei. Los falangistas cantaban aquello de que no querían «reyes idiotas» y proclamaban el Estado sindical, una república fascista, pero con ese toque «sindical», lo social siempre está presente en toda ultraderecha. Sin embargo, el resto de los franquistas decían que no, que continuase como fuera el régimen del 18 de julio, con un rey elegido por Franco y que le debía todo a Franco que, obviamente, continuaría todo lo andando por Franco. El matiz es que el rey se dio cuenta de que Franco se había muerto y de que por ese camino iba a durar cuatro días. Tonto no era. Y creo que reaccionó más por él y la monarquía que por convicciones firmes. De todas formas, su obligación era mantener la institución que representa.
En tu otro libro, La soledad del rey, la historia que relatas del pequeño timo que le mete el rey al sah de Persia en estas fechas es, cuando menos, curiosa.
Suárez en un viaje a Irán había visto que el sah tenía esculturas de oro macizo. Al contárselo a Juan Carlos cuando regresó, al rey se le ocurrió escribirle una carta al sah pidiéndole mil millones de pesetas, unos diez millones de dólares, para poder hacer frente a la amenaza del PSOE, que como hemos visto de radical no tenía gran cosa. El jefe de gabinete del sah les hizo notar que fuesen más discretos, pero sí que se lo envía y ese dinero se lo embolsa don Juan Carlos. Una pequeña muestra de picaresca real. Esta actitud yo la comparo con Lo que el viento se llevó, cuando Scarlett O´Hara dice eso de «Juro por Dios que nunca volveré a pasar hambre». Juan Carlos lo había pasado mal en el exilio y en cuanto pudo se puso a acumular dinero como un poseso.
Ya en la propia boda de Juan Carlos, que era Juan pero Franco decidió que se llamase Juan Carlos para que fuese primero, los banqueros pasaron la gorrilla para un regalo del orden de cien millones de pesetas de la época, en plan como dicen ahora los hijos: no me compres un regalo, dame el dinero. [Risas]
Manuel Prado y Colón de Carvajal, administrador privado del rey, se ocupó de pasar la gorrilla especialmente en el mundo árabe. Enviaba cartas pidiendo dinero en nombre del rey. Luego el jefe de la Casa, Sabino Fernández Campo, recibía cartas respondiendo a misivas de Juan Carlos que no habían pasado por sus manos. Cuando le preguntaba al monarca, este decía: «No te preocupes, son cosas de Manolo».
Consiguió un crédito sin intereses del rey de Arabia a devolver en diez años, pero lo invirtió tan mal que no pudo devolverlo y al final se lo perdonaron. Más grave fue lo de Kio. Cuando Hassan Husein fue desalojado del emirato, el Gobierno de Kuwait acusó ante los tribunales a Javier de la Rosa, representante del instituto de inversión kuwaití, de haberse quedado con millones de dólares que no tenían justificación. Javier de la Rosa se defendió asegurando que había entregado más de cien millones de dólares al rey de España a través de su administrador Manuel Prado con el fin de apoyar la causa de la monarquía kuwaití en el exilio tras la invasión del emirato por Sadam Husein.
Prado aseguró que los cien millones los recibió en labores de asesoramiento, para estudios y proyectos [risas]. De la Rosa y Colón de Carvajal fueron condenados, pero el juez no pudo investigar si el dinero había llegado a don Juan Carlos pues el rey, según la Constitución, es irresponsable. No puede ser juzgado. Lo cierto es que, después de estos hechos, Manuel Prado siguió contando con la amistad del monarca.
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En tu libro sobre el expresidente Adolfo Suárez, Una tragedia griega, presentas a un político que viene del franquismo pero que, paradójicamente, al contrario que Felipe, hacia lo que se escora, peligrosamente para él, es hacia la izquierda.
Suárez a la banca la llama «la madrastra». Y era recíproco, el poder económico desconfiaba de él porque lo consideraba imprevisible, que es lo peor que te pueden considerar los empresarios. Ahora, por ejemplo, están encantados con Rajoy porque, si algo es, es previsible. La incertidumbre los pone muy nerviosos a los empresarios. De hecho, la CEOE se dejó mucho dinero intentando cargarse a Suárez. La nacionalización de la banca, ningún partido de izquierdas se hubiera atrevido a llevarla a cabo, pero Suárez estuvo mucho tiempo dándole vueltas. Él tenía cierto síndrome de que, como había sido secretario general del Movimiento, temía que se le considerase un derechista, quería hacer notar que él en realidad era progre y que le hubiera gustado ser Felipe González, con el que tenía cierto complejo.
Cuando se constituyó el Congreso, Suárez pidió estar en el ala izquierda y le tuvieron que decir que ni hablar. Tenía un síndrome de cierto izquierdismo cristiano pero muy radical frente a los grandes poderes. Entre otras cosas porque era de una familia muy humilde y su padre tuvo problemas con el franquismo, había sido un republicano de Sánchez Albornoz, un republicano ilustrado, y su familia pasó penurias tremendas. Suárez fue maletero en una estación, vendió neveras, se tuvo que buscar la vida y hacer la carrera por libre. Este tipo de condicionamiento de clase creo que fue muy importante y jugó un papel en su visión. Se consideraba un chusquero de la política, todos sus compañeros tenían muchos libros y doctorados, él solo hizo unas oposiciones pequeñas y le despreciaban.
Ahora es un icono de la democracia.
Al final se ha terminado reivindicando su figura, pero muy tarde, tengo que presumir de que yo escribí este libro cuando todavía no se había desatado esta pasión tardía por Suárez. Creo que fue un presidente capaz de salvarte cuando estás al borde del precipicio, pero en situación de normalidad, gobernando el día a día, le patinaba el embrague. Para llevar el país a una democracia normal, homologable, hacía falta valor, incluso valor físico, y Suárez lo tuvo. La gente del entorno del rey, Fernández-Miranda, Fraga o Areilza, todavía esperaba una transformación paulatina del régimen. Una Constitución nueva, con todos los partidos políticos, eso Suárez lo hizo a contrapelo, a veces del propio rey, que siempre le decía: «Oye, a ver si nos equivocamos y nos pasamos».
Carrillo me dijo una vez: «Con lo que el rey me ha dicho a mí de Suárez, qué no le habrá dicho a Miláns del Bosch». Con los militares lo ponía a parir. Fue muy imprudente ganándoselos con frases en plan «si yo soy el primero que está con vosotros». Él provocó, alimentó y cortó el golpe. Como en la historia lo que cuentan son los hechos, pues ha quedado que lo abortó. Pero el papel fundamental fue de Sabino, que fue quien llamó uno por uno a los militares, en el orden que era preciso, para pararlo. Y mientras lo hacía, Juan Carlos le decía: «Sabino, a ver si nos estamos equivocando». Dudaba qué hacer. Y Suárez ya había avisado de que veía venir el peligro.
En su despacho tenía fotos de todos los presidentes de España asesinados. Pensaba que se lo iban a cargar. Pero no se anduvo con paños calientes, actuó con esa arrogancia democrática, chulería, como cuando le dijo a Tejero: «¡Cuádrese ante su presidente!». Un valor que tampoco le faltó ante el rey, porque hay dos Suárez, el que es elegido por el monarca y el que es elegido por los ciudadanos. Ese creo que fue su gran mérito, el valor. Porque hasta su propia gente le consideraba un traidor. Cuando estaba en misa y se daban la paz, los que estaban al lado se negaban a darle la mano.
Los golpistas, cuentas, utilizaron la infraestructura del Banco Santander y del Banco de Bilbao.
Quiso dejar muy claro que él no era como la derecha del franquismo, que no iba a defender los intereses de los poderosos, y tomó muchas medidas que iban en contra de la gran banca española. Una vez, el padre de Botín fue a verle a la Moncloa. Estuvieron sentados departiendo y de vez en cuando Suárez tenía que excusarse para atender alguna llamada telefónica. En una de estas salidas, Botín padre apoyó la pierna en la mesita. Al volver Suárez y verle, le gritó: «¡Quite inmediatamente ese pie de mi mesa!». Cuando luego su ayudante le explicó que el señor Botín padecía de gota, contestó «ni gota ni pollas».
Cuentas también que a Felipe González Gutiérrez Mellado le pidió después de desarticular la Operación Galaxia que no abriera heridas sacando el tema de la Guerra Civil.
En aquella época seguía contando. Era un asunto tabú en cierta manera, algo muy delicado. Hay que entender que la Constitución del 78 fue una especie de acuerdo de paz, un abrazo de Vergara. Felipe fue muy consciente de eso. Se dijo, vamos a lo nuestro, a modernizar este país y olvidemos esas diferencias ideológicas que a nada conducen. No mentemos la bicha porque las pasiones son tremendas. Y lo siguen siendo, mira lo que pasó cuando Zapatero habló de la memoria histórica y ahí sigue la gente en las cunetas. Es muy fuerte.
A Felipe se le pasó por delante el 50 aniversario del inicio de la guerra y el 50 del final y en ninguna de las dos oportunidades hizo absolutamente nada.
Durante este periodo yo fui a la Moncloa habitualmente junto a María Antonia Iglesias, Enric Sopena y José Luis Martínez a departir con el presidente de lo divino y lo humano. En cierta manera, a Felipe le interesaba saber a través de nosotros cómo estaba la situación, pero la verdad es que luego no dejaba hablar a nadie [risas]. Y como dijeras algo que le molestara un poco se acababa la conversación. Pues en esas charletas, admitía que había que hacer algo con la Guerra Civil. Concretamente, reconocía dos tareas pendientes. Una, poner las cosas en claro sobre la rebelión de Franco y homenajear a las víctimas de la guerra y la dictadura. Y otra, la Iglesia. Dejar clara su complicidad con el franquismo, ajustarle las cuentas y avanzar hacia un Estado laico de verdad. Decía que ambas cosas las tenía pendientes.
Pero gobernó sin pisar ningún callo.
Porque tenía la simpatía de mucha gente de derechas. Le encantaba recibir a empresarios y salían de su despacho felices, pensando que era uno de los suyos. Era un encantador de serpientes, como se dice, con ansiedad de apoyo universal. A la izquierda, al centro y a la derecha. Quería ser el gran patriota que sacaba el país adelante.
Me suena a Podemos.
En cierta manera sí, es eso. Podemos habla de un proceso de regeneración en el que entra la derecha y la izquierda, porque no somos ni una cosa ni otra, algo que por cierto también decía José Antonio Primo de Rivera, y que te lleva al populismo a una velocidad… También lo pretende Marine Le Pen una vez que ha echado a su padre del partido. Lo cierto es que Pablo Iglesias me parece un tipo inteligente, se da cuenta de que con su programa básico nunca llegará y va a buscar todo lo que puede ser aceptado de entrada, esto es, todo el mundo está en contra de la corrupción, todos queremos un sistema electoral más democrático, a nadie le gustan los vicios en los que han caído los partidos que parecen asociaciones de auxilio mutuo. Pero ha sido dar ese paso y empezar a tener contradicciones internas fuertes. La gente que se movilizó en Sol, los del «no nos representan», creen que para esos planteamientos no han hecho la guerra, que se están convirtiendo en algo como los demás. Lo están reflejando las encuestas, aunque tampoco era muy normal que hubiera tanta gente de extrema derecha dispuesta a votarles. Cuando uno trata de unificar o de unir cosas difíciles de soldar siempre hay problemas, si te vistes de una cosa que no es, la gente detecta la impostura.
Nada nuevo bajo el sol.
Hay pocas cosas nuevas, coño. Desde la democracia que inventaron los griegos ha habido ya muchos inventos. Eso de descubrir la fórmula de que todo el pueblo unido se ponga en una misma tarea, pues no es tan fácil.
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Esos empresarios que iban a ver a González… pasado el tiempo han cambiado los presidentes, pero siguen siendo los mismos empresarios los que van a Moncloa.
El poder económico es un bloque, los cabezas de las grandes empresas, la plutocracia, son los mismos. Ha habido pequeñas bajas y casi siempre es la muerte la causa de sucesión en las empresas. Entre otras cosas, porque no dimite ni dios. La cantidad de gente por encima de setenta años es altísima. Botín en su día, Villar Mir que debe tener noventa… Las empresas españolas son monarquías absolutas. El presidente busca a los consejeros con el único fin de perpetuarse fácilmente. En una empresa se puede exigir cierta unidad de gestión, pero es necesario que el consejo de administración exija cierto control. Esto es una asignatura pendiente de nuestro mundo empresarial.
¿Y en la prensa?
La autocensura. La hay en el interior de cada medio porque tienen sus personajes intocables, asuntos que más vale no tocar. Desde el 78, periodista que llegaba a una empresa, si quería salvar su promoción, lo primero que tenía que saber eran los códigos de la empresa. Qué personas eran intocables y de qué temas no se podía hablar o no se podía abordarlos por los intereses económicos de su grupo. Además, desde un consenso de que perro no come perro y de que más vale no criticar a la competencia porque todos tenían algo que ocultar. Por todo esto, uno de los factores para la consolidación democrática, como es la prensa libre, ha cojeado.
En Las mil caras de Felipe González destaca la extensa entrevista que le hiciste a Barrionuevo sobre el GAL, en las contradicciones que pone de manifiesto están todas las claves.
Se quejaba de que le pasó como cuando Moisés abrió las aguas del mar Rojo y, nada más pasar él, se cerraron. Hizo un papel, y me decía que nunca lo hubiera desempeñado sin haberlo hablado con Felipe. Esto es evidente. Trató de salvarse tirándole a los caballos y estaba muy jodido.
La guerra sucia contra ETA surgió en los estertores del franquismo para vengar el asesinato de Carrero, explicas.
Y la prensa nunca le dio importancia. Incluso, cada vez que había un atentado de ETA la prensa casi animaba a la guerra sucia. El ambiente era que había que acabar con ellos antes de que ETA acabara con la democracia, porque ese peligro existía.
Barrionuevo dice que había muchos grupos terroristas cuando llega el PSOE al poder, que los GAL eran solo unos más, pero desliza «y ocurría en Francia y en algunos casos nos resolvía problemas».
Es verdad que luego Felipe proclama aquello de que ellos acabaron con ello, pero lo mantuvieron unos añitos. Pero lo fundamental de esta entrevista es que me reconocen que Felipe no se enteraba por la prensa de estos asuntos.
Le insistes: «No se acaba con algo si no se tiene constancia de que ahí estaba» (en el Ministerio).
Belloch le dijo a Felipe que podía salvarlo, pero que en el lance tenían que perecer otros personajes. Y Felipe compró. Esta es la misma idea que tenía al incorporar a Garzón a su candidatura. Pero ahí se juntó la ambición frustrada de Garzón de luego no ser ministro con que, como decía Guerra, tampoco le dieron un par de helicópteros para que montara películas de acción como secretario de Estado contra la droga. Siente que no tiene todo el protagonismo que González le había prometido o, al menos, que Felipe no le presta atención. Pero Felipe ya ni recibía a los ministros, para verle había que pedir audiencia poco menos. Los nombraba porque tenía que hacerlo, pero ya iba completamente por libre a esas alturas.
Garzón salió rebotado y al volver a su despacho lo primero que sacó del cajón fue el caso GAL, lo cual también es un poco fuerte. Cuando escribí este libro, Felipe, según me dicen, se quedó sorprendido de que un amigo suyo entrara al detalle en lo del GAL, especialmente eso le molestó mucho. A mí ahora también me ha decepcionado un poco. Fue presidente del Gobierno con un partido de izquierda y no veo bien que ahora solo se codee con millonarios. Al final uno termina pensando como vive, como dicen. No digo que tenga que pasarse todos los días con la UGT, pero sí le critico que debería tener cierta responsabilidad por lo que representa. Pero a Felipe siempre le gustó ese ambiente, el aroma de los ricos siempre le sedujo.
Años después, tomó el poder Zapatero, otro que utilizó como ascensor en el partido la secretaría de prensa, que estaba en manos de Rubalcaba.
Esto por un lado, por el otro que, cuando se empezó a gestar aquello de la Nueva Vía, él le fue filtrando a los periodistas que él era el líder del movimiento, cuando no estaba decidido ni mucho menos. Tuvo dotes de seducción con los periodistas. Se lo decía en plan confidencia: «no lo digáis, ¿eh?, pero venga, va, soy yo». Gracias a eso consiguió luego postularse para secretario general, porque logró que se publicase en la prensa que él era la alternativa y al final de tanto decirse se convirtió en un hecho consumado.
Esto de Nueva Vía tampoco parecía muy sólido, primero que, cuando Blair invade Irak, lo tuvieron que meter corriendo en un cajón. Y luego, en El hundimiento socialista escribes que Jordi Sevilla le dijo a Jesús Caldera, cuando este buscaba una doctrina con la que estructurar la corriente, «Eso no es lo prioritario Jesús, las ideas vendrán luego, ya lo verás, hay gente en la universidad muy lista, lo que hay es un vacío de poder de la hostia en el partido y hay que decidir si lo queremos coger o no».
Me lo contó uno de los próximos de Zapatero, que fue ministro, pero más no te puedo contar. Tiene nombres y apellidos, pero me dijo que no los pusiera. Tenerlo, lo tengo grabado. Y sí, de esto venía Zapatero. Algo muy típico, una especie de pragmatismo al que ya directamente le dan igual las ideas. El poder por el poder. Poner el carro antes que los bueyes. Primero a coger el poder y luego a ver qué hacemos con él. Es una degeneración democrática tremenda en la que incurren todos los partidos.
En el congreso en el que también se postuló Rosa Díez comentas que tampoco ella iba muy sobrada de doctrina, que tras su intervención a los compromisarios «lo único que les había quedado claro era que se llevaba muy bien con su hijo».
Es verdad, me quedé asombrado. Ella es lista y tiene mucho peligro, pero apareció con un discurso rarito, de la juventud y tal, diciendo lo bien que se llevaba con su hijo. Quizá quería dar a entender que no era mayor para tomar el relevo, pero era una cosa tan flácida que daba vergüenza que se pudiera hacer política con esos mensajes. Vergüenza ajena y vergüenza propia.
Te quejas de que con Zapatero solo prosperan en el partido los fabricantes de frases. Aquí, una antología: «Nadie tiene los planos del paraíso», «no hay que buscar una solución verdadera, las fronteras difusas permiten un alto grado de contrabando de ideas», «no estar más al centro o más a la izquierda sino más adelante, debemos reivindicar la fuerza de la cultura frente a la cultura de la fuerza», «una cultura que saque a las persona del vasallaje pero que no avasalle»…
Zapatero funcionó con estas frases y con gestos espectaculares, como poner a una mujer embarazada como ministra de Defensa o promocionar a Madina porque ETA le había herido. Recuerdo especialmente un día durante el debate de los Presupuestos. Resulta que Miguel de la Quadra-Salcedo tenía un programa financiado por el BBVA en el que se premiaba a unos niños con excursiones a lugares que tenían que ver con la historia de España. Los del programa pidieron ver a Zapateo con los críos y les dieron un viernes, cuando había Consejo de Ministros. La persona que los llevaba pensaba que se habían debido de equivocar, pero fue hasta ahí y les tenían montado un puesto con Coca-cola y Fanta. Cuando se estaba discutiendo lo más gordo de los Presupuestos, Zapatero salió de la reunión a hacerse un montón de fotos. Le dijeron: «Pero ¿cómo haces esto?», y contestó: «No os preocupéis, esto ya no es lo que era, desde que nos han puesto límite de gasto da igual y va un poco más o un poco menos para cada cosa». Una frivolidad increíble. Y así se ha quedado el partido.
José García Abad para Jot Down 6
Hablas de que ha entrado en una dinámica de entropía.
Es una ley que se aplica a la economía pero que funciona en los partidos, la de rendimientos decrecientes. Es decir, cuando sube el más mediocre, el que genera menos resistencias o envidias, el que no es un peligro para muchos, el que es capaz de pasar como un camaleón. Un triunfo de la mediocridad y el cálculo mezquino. La gente con personalidad, la que puede enfrentarse a una línea oficial, la que actúa de una forma coherente con sus ideas, está considerada un peligro en los partidos. Se ha producido un deterioro tremendo.
Zapatero era un dirigente, digamos, limitado, pero con ambiciones mesiánicas. El tío no era ningún genio, pero se movió bien en León, con mucha audacia y, sin embargo, en lugar de aceptar sus limitaciones, pasó a pensar que era el mesías. Este cóctel de insuficiencia y una opinión tan elevada de sí mismo siempre lleva al desastre. Ocurrió como con Felipe González, que le daban igual los ministros porque consideraba que él era el único personaje relevante, pero aquí fue peor. Felipe con la ejecutiva de su partido tenía unas trifulcas tremendas, mucha pasión, pero con Zapatero duraban lo mínimo para guardar la compostura. No se apoyó ni en los órganos del Gobierno ni en los del partido, sino en una camarilla de amiguetes, Javier de Paz, el hombre que hacía de enlace con los empresarios que querían algo, Miguel Barroso, Miguel Sebastián… Prefería tener una camarilla de gente de adhesión inquebrantable, aplauso y halago, antes que el Gobierno o el partido, por eso funcionaba a veces a base de ocurrencias.
En su programa de 2004 llevaba promesas serias de cambiar la estructura económica de este país, como una reforma fiscal que nunca se llevó a cabo.
Su Gobierno tuvo dos vertientes económicas, la de Solbes y la de Sebastián, un liberal reconvertido del que Zapatero estaba enamorado. Le fascinaba. Y era un tío brillante, pero también limitado. Es profesor, pero no catedrático. Muy capaz, pero no un genio. Recuerdo que formaba parte de un grupo de sabios que tenemos en El Nuevo Lunes para comentar la actualidad, y cada vez que nos juntábamos Zapatero le llamaba dos o tres veces. Tuvo una influencia enorme. Pero Sebastián no era un hombre de gran compromiso político ni social. Llegó al PSOE por cierto oportunismo. Le habían echado del BBVA por algunas críticas que hizo al Gobierno del PP como director del servicio de estudios. Rato pidió su cabeza y se la dieron. En su situación, le vino muy bien ligarse al destino de Zapatero. Solbes, en cambio, estaba en las antípodas. Seguía la línea liberal de Solchaga, pero era como un gran funcionario y tampoco quería grandes cambios en la política fiscal.
Ni siquiera Zapatero pareció mostrar un gran interés. Cuando hizo el decreto de desgravación de los cuatrocientos euros a todo el mundo, desde Botín hasta su jardinero, iba contra todos los principios de la socialdemocracia. Volvemos a eso de Felipe de tratar de lograr que todo el mundo te quiera, pero con otro fundamento. Eso te da idea de su verdadera mentalidad. Tampoco tocó las sicav, que son una cosa escandalosa, dio también el cheque bebé para todos. Tenía una actitud como si no hubiera clases sociales, ni guerra de clases. Efectivamente, en el terreno fiscal esto se manifestó claramente.
Botín le dijo, revelas: «Tú eres el gran presidente que necesitábamos, ¿para qué quieres un ministro de Economía?».
Se lo dijo delante de mí. Fue en una copa de Fin de Año en la Moncloa. Me confesó el propio Botín que se lo había soltado. Así que esto lo cuento de primera mano. Se lo dijo a Zapatero, pero antes le habría dicho algo similar a Aznar.
Pero a lo que voy es a que Botín le acarició el lomo y luego su reforma laboral fue la antesala de la actual, le metió un palo a la negociación colectiva… no sé si tendrán relación ambas cosas…
Ese tipo de decisiones son las que han machacado al partido. Cambiar la Constitución por la vía rápida también. Por mucho miedo al rescate que se tuviera, una política tan radical y antisocial debía estar precedida de una convocatoria de elecciones. Eso era lo decente.
Al final de El hundimiento socialista hablas con Barranco y te confiesa que las capas urbanas abandonaron al PSOE ya en 1986, que se han convertido en un partido de implantación rural.
El PSOE todavía tiene el problema de las grandes ciudades, donde se supone que un partido progresista más apoyo tiene que tener, donde está la gente con más formación y más sofisticada. Y ya hemos visto en Madrid los resultados que han obtenido. En Andalucía todos los Ayuntamientos de las grandes ciudades eran del PP hasta hace poco. El PSOE se ha salvado por un voto que no voy a decir que sea rural, pero casi. Convertir un partido progresista con vocación de Gobierno nacional en un partido rural, o en un partido para Andalucía, tiene mucho mérito. Con eso no se va a ningún lado. Encima se ve que, en las encuestas, los votos que pierde Podemos se los está llevando Ciudadanos. Se decepcionan con la alternativa de Pablo Iglesias, pero esos votos no vuelven a la casa del padre. Ya hay encuestas que les dan como tercera fuerza.
¿Cómo ves a Pedro Sánchez?
Como el partido tiene tanta necesidad de resucitar de entre los muertos creo que hay un gran consenso entre los parroquianos. Sánchez da los mínimos para recuperarse, ha conseguido el apoyo de la militancia y se ha ganado la vida fuera del partido. Zapatero fuera del PSOE no ganó un solo euro en toda su vida, una situación que te condiciona mucho. Por eso Pedro me parece que tiene más condiciones, es menos frívolo, pero tengo mis dudas sobre su consistencia. No existen aún razones objetivas para decir que ha metido la pata, pero me parece zapateril eso de meter de número 6 en las listas a la exmilitar Zaida Cantera. O lo de Irene Lozano. Me recuerda a Felipe con Garzón, para probar que han cambiado meten a la chica que les ha machacado.
Pero todo esto me lo explico porque creo que Sánchez no ha podido elegir a su gente. El PSOE es un partido muy complicado donde mandan los barones, él tiene un pequeño margen y ha querido demostrar que mandaba más de lo que manda, aunque fuesen medidas criticadas, pero como su autoridad está en entredicho… Aunque aún no tengo elementos de juicio, no es como con Zapatero, que antes de que llegase mi revista fue muy crítica con él por todos los detalles que ya había dejado que indicaban que no era un líder sólido. No puedo decir lo mismo de Sánchez ni ponerme a criticarlo porque sea guapo [risas].
En 2005, el diputado balear Antoni Diéguez denuncia irregularidades de la empresa de Iñaki Urdangarin. Solo tu revista, El Siglo, siguió el caso y le disteis varias portadas.
Fuimos los primeros que lo dimos y los únicos. Ahí se ve el consenso que había entre los medios a la hora de informar sobre los asuntos reales. Cuando saqué la primera portada del yernísimo, me llamó el propio Urdangarin y tuve con él una conversación demencial. Me dijo que la gente no podía entender que él pudiera organizarse su vida profesional al margen de que fuese parte de la familia real. «Yo es que me voy a hacer republicano», me dijo. Yo le contesté que si había algo que no fuese cierto, se rectificaba. Y respondió: «Si es que no es eso, es el enfoque principal».
Luego hicieron que me llamase un ministro del PSOE, suponiendo Urdangarin que yo era del PSOE, cosa que no es cierta, estoy en una izquierda moderada pero nunca he tenido ningún carné. El ministro me pidió si no se podía cambiar alguna cosa, pero él mismo ya le había advertido a Urdangarin de que yo iba por libre y que no se podía hacer idea de qué manera, que ya les había dado bastantes disgustos a ellos.
Cuando explotó el tema judicialmente, ya salió en todos los medios. En la Sexta y en Telecinco entrevistaron a Inmaculada Sánchez, la directora de la revista, yo soy el editor, pero es una vergüenza que los periodistas no hicieran su trabajo. Porque esto no es atacar al jefe del Estado, es informar. Deberíamos hacer una petición de perdón colectiva por nuestra connivencia con el rey y sus asuntos impresentables.
Esta ley del silencio supuso además que con los años el rey se cortase menos e hiciera estas cosas con más descaro. Todo esto lo decía Aznar, que le dijo a alguien «yo sé lo que sé y él sabe que lo sé». Rajoy, pues igual. Además, todos han reconocido que leían mis libros, aunque más bien sería por amabilidad [risas]. Pero no, mi revista sí que la han recibido en todos los gabinetes de prensa y ha habido un silencio, una complicidad con unos manejos. Pensaban que esto iba a durar eternamente y nunca se llegaría a saber, pero eso es imposible.
Hombre, el rey sabía devolver los favores, ¿no?
Sí, a Felipe González le encargó que influyera en Grecia para que la familia de la reina pudiera recuperar sus propiedades. El presidente envió para allá a Julio Feo y algo consiguió. Luego el rey en un discurso de Navidad pidió moderación a la prensa cuando peor lo estaban pasando los socialistas. Felipe y el rey tuvieron muy buena relación. Había química. A los dos les gustaban los mismos chistes chabacanos, se entendían muy bien. Con Aznar no, el rey decía en público textualmente: «A mí ese del bigote…». Y Felipe también se lleva muy bien con el hijo, con el otro Felipe. Con lo de Eva Sannum y lo de Letizia, Juan Carlos quiso que mediara para que hiciera entrar en razón a su hijo, pero González dijo: «Una persona que está en condiciones de reinar, también lo está para elegir a su mujer». Hay que tener claro también que sin Felipe no habría habido monarquía. Una monarquía de derechas es imposible. Alfonso XIII nunca recibió a Pablo Iglesias ni a los socialistas, hizo una monarquía de derechas y así le fue.
Felipe quiso el primer día poner orden en los regalos que se recibían y no pudo.
Me lo dijo un ministro, tampoco voy a decir quién. Se le dijo a Juan Carlos, que se iba a hacer una norma para regular los regalos que recibían el presidente y él, y el rey gritó: «Ni hablar, ¡encima de que estoy todo el día pringando!».
Cuando publicaste La soledad del rey, ¿qué te dijo?
Apeló al hecho de que saqué lo de la novia, Marta Gayá, con la que estuvo dieciocho años. Yo no quería meterme en cotilleos de estos, pero en la medida en que esta Marta consiguió que se cesase al secretario general de la Casa Real, para mí es noticia. José Luis de Vilallonga estaba introduciendo a Marta en cierta sociedad mallorquina. Era un grupo restringido, pero le daba cuartelillo y presencia. El secretario general lo criticó, le dijo que tuviera más cuidado y cuando ella se enteró le pidió que lo cesara. Si una cosa de amores tiene relevancia hay que contarla, porque si no es imposible explicar los hechos. A mí me entró por ese lado. Me dijo que todo lo que decía el libro lo aguantaba, que tenía las espaldas anchas, pero que la reina estaba desolada. Yo no quería romper un matrimonio, pero también el rey es rey todos los minutos del día, no es un funcionario con un horario determinado. Tiene que dar ejemplo. Y eso de que Sofía le tuviera que preguntar a Sabino si era normal que el rey tuviera que ir al dentista a las cuatro de la mañana…
En tu siguiente libro, El rey y su hijo, planteas que la institución tiene anacronismos irresolubles en estos tiempos. Como la imposibilidad de tasar el tráfico de influencias, que un yerno sin formación termine en consejos de administración, la publicidad que hacen las gafas que llevan, etc.
Es que patrocinaban hasta el carrito del bebé, el coche, el equipo para navegar, todo tenía un fin crematístico. Ahora ha cambiado mucho, también es verdad, pero eso de que el rey recibe un dinero del que dispone libremente lo interpreta como que no tiene que dar cuentas y esto no es así. Eso no pasa en ninguna monarquía europea. El auditor de las cuentas solo daba el informe al propio rey, no pasa ni por el Congreso ni por el Tribunal de Cuentas. Recibir regalos gordos, coches de lujo, las motazas de Juan Carlos… ningún monarca europeo puede aceptar eso.
Relatas un episodio en el que Marichalar hace que un avión tenga que aterrizar de emergencia por «una indisposición» y que el rey dijo: «Le metería cuatro tiros. ¿He dicho cuatro tiros? No, quería decir seis».
Estaba muy encabronado, pero luego el que era peor era el otro yerno. Marichalar, al no haber régimen de incompatibilidades, se ha colado en tantas cúpulas empresariales… Tampoco lo hay en Inglaterra, pero la reina decide. Y en teoría aquí también, pero como estas cosas las hacía el rey mismo, no tenía autoridad moral para impedirlo. Aquí podría ocurrir que Felipe pusiera un puticlub en la carretera de Extremadura. Ninguna ley lo impide. Y sin una ley es imposible evitar que la gente sepa que estás en la familia real, de modo que el tráfico de influencias está servido y casi sin que nadie lo exprese. Urdangarin pedía un dinero a distintas empresas para la organización de eventos o como asesoramiento, pero es que, además, cuando empezó con el negocio fue el propio rey el que hizo las primeras llamadas a los grandes empresarios en favor de su yerno. Sí que han actuado inteligentemente dejando la familia real solo en el núcleo duro: rey, reina e hijos. Antes era mucho más amplia y se ha dejado lo meramente institucional porque hay mucho Borbón por ahí y cualquiera te puede meter en un brete. Lo bueno que podemos decir del actual rey, de Felipe, es que no se le conocen golfadas de esta clase.
Lo del elefante también marcó un antes y un después.
Afortunadamente, las últimas tropelías del rey Juan Carlos generaron cierta reacción en la gente de que por ese camino no íbamos a ninguna parte y la autocensura ha ido desapareciendo con mucha lentitud. Aquel día, con lo del elefante, Juan Carlos le hizo un gran servicio al país porque consiguió que la prensa entendiera que la monarquía no era un apartado para la sección de corazón o sociedad, sino algo político. Por fin se llegó a plantear un debate sobre la conveniencia de la monarquía o si se puede aceptar que sea hereditaria. En términos puramente políticos.
Me parece muy relevante el detalle que recogiste en El rey y su hijo de que Juan Carlos se empeñara en que Felipe hiciera la carrera militar. En su proclamación, de hecho, lo primero que ocurrió en la Zarzuela fue que su padre le hizo entrega del fajín rojo de capitán general de las Fuerzas Armadas. Él luego se vistió de militar, un uniforme que tiene un significado que lo siga llevando el jefe del Estado.
Los socialistas le dijeron a Juan Carlos en su momento que no les parecía bien que el príncipe Felipe hiciera la carrera militar, que en estos tiempos era más apropiado un futuro rey que fuese civil. Pero Juan Carlos dijo que no, que de ninguna manera. Primero, que había que meterle en el Ejército cuanto antes, no se le fuesen a quitar las ganas, y segundo, que eso era esencial para la defensa de la democracia. Se trata de flecos, ni más ni menos, de que todavía no estamos en plena normalidad; son flecos del franquismo. En España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico, autoritario, considerable. Y tiene una base importante de ciudadanos. Todavía hay reflejos franquistas en cantidad de cosas. Y esa es la percepción que tenía el rey cuando insistió tanto en querer ponerle un uniforme militar a su hijo para que reinase.
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