Cuando esta mañana me levanté a las cinco de la madrugada me encontré un fantasma en el pasillo y lo ignoré porque tenía en mi escritorio mucho trabajo por hacer. Él debió pensar lo mismo, porque desapareció, no sé si por una puerta, porque no las requieren. Si tenía él también tareas pendientes, no sé; no habrá mucho en qué entretenerse en el más allá, donde debía estar dos veces muerto, la segunda de aburrimiento. Una gente tan pálida y discontinua debe soportar mucho tedio en tal no lugar y no debe terminar de adaptarse, de forma que les da por volverse ficticios asomando de vez en cuando por el más acá. De hecho mi abuela y yo solemos hacer lo mismo cuando las horas se hacen largas y husmeamos por el más allá con ouijas y demás sortilegios inventados por gente con dos cuernos y dos rabos. Supongo que los fantasmas debe ser gente tan aburrida que pasa de un plano de realidad a otra como un adulto hastiado salta cuánticamente de un canal a otro en el mando electrónico. Pero quizá estaba un poco adormilado y lo que vi era solo mi imagen reflejada en el espejo del pasillo. También podría tener que ver lo que le suelen echar al jarabe de la tos que estoy tomando. Sea como fuere, y tomando por hipótesis razonable que yo sepa qué soy yo, me vi doble. Aunque quizá baste creer que la muerte es un espejo y todos tenemos que hacer de Alicias alguna vez en la vida, y más ocasionalmente en la muerte, para mejor pasar el rato. Después de todo, solo duramos un rato. Como los fantasmas.
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