Fran Nieto, "Profesor Lazhar, una clase magistral de buen cine social", Nueva Tribuna, 4 de Noviembre de 2015 (12:29 h.)
Pocas películas rodadas en los últimos años alcanzan el nivel de sinceridad y emoción que ésta que ahora nos ocupa.
Pocas películas rodadas en los últimos años alcanzan el nivel de sinceridad y emoción que ésta Profesor Lazhar que ahora nos ocupa. Su director, el canadiense Philippe Falardeau, ya había tratado y esbozado el lado menos agradable de la infancia en su anterior trabajo, titulado No he sido yo, ¡lo juro! (C´est pas moi, je le jure!, 2008), un film donde un muchacho se dedicaba a cometer bastantes gamberradas con el único objetivo de atraer la atención de sus padres. Aquí también se trata de hablarnos de los problemas que pueden sufrir los niños a causa de las acciones de los mayores, en el marco concreto de una escuela de primaria de Quebec en la que nada más comenzar la película, y antes de los títulos de crédito iniciales, se nos muestra una escena trágica y absolutamente demoledora que aquí no desvelaremos, pero que desencadenará una serie de situaciones y culpabilidades que servirán como piedra de toque para analizar algunos de los males que hoy en día existen en nuestra sociedad en general y en la educación en particular. Y nadie mejor que un recién llegado, Bachir Lazhar, refugiado que pide asilo político en Canadá después de haber perdido a su mujer y a sus hijos en un atentado, para poder observar (y actuar) sobre un hecho violento que se enquista en la mente de los traumatizados alumnos e incluso del resto del profesorado que conviven en dicha escuela.
Todo ello explicado de manera sosegada, sin aspavientos, mediante largas conversaciones en las que todos los implicados exponen su punto de vista desde su particular grado de madurez. Los niños son incapaces de digerir algo que se les escapa de su incipiente experiencia, mientras que los mayores no acaban de asumir el grado de responsabilidad que pueden tener en el asunto y optan por sobrevivir de la mejor manera posible, bien buscando ayuda psicológica, o bien mostrando cobardía culpando a los propios menores. A parte de esta trama principal que afecta a todos los protagonistas de la acción, se van desarrollando otra serie de subtramas paralelas igual de interesantes en las que se nos habla de la ausencia de los padres, quienes a causa de sus múltiples ocupaciones, tanto laborales como de ocio, descuidan la atención de sus hijos a los que no pueden educar de manera completa; de la problemática de la inmigración y la dificultad de la integración en un espacio geográfico y cultural distinto; de la idoneidad de separar la psicoterapia de la psicopedagogía; e incluso de la imposibilidad de rehacer tu vida cuando las heridas del pasado son tan duras que no hay lugar para la redención. La película de Falardeau habla de abrazos y despedidas, de honestidad y de continuar el camino pese a las rutas quebradas. El actor elegido para dar vida a Monsieur Lahzar, Seddik Benslimane (en el que supone su debut en la gran pantalla, siendo un habitual hombre de teatro en la escena parisina), demuestra tener un increíble magnetismo y una presencia que llena todos los encuadres, empapándote de sensaciones con cualquier simple movimiento. Las escenas en las que debe lidiar con su ambigüedad a la hora de tener que escoger entre el camino de la humanidad o el del protocolo establecido y la forma de educar a sus alumnos a base de textos de Honoré de Balzac (más concretamente de la obra La piel de Zapa, con una trama que tiene más de un punto de conexión con el film) e incluso programando salidas para ver una representación de El enfermo imaginario de Molière son absolutamente magníficas, y todo un ejemplo para todos aquellos profesores que a causa de los recortes y la pérdida de valores ven cada día más amenazada su profesión. Este es un trabajo que debería ser proyectado en todos los centros educativos, ya que se preocupa por plantear e incluso dar algunas soluciones a temas tan difíciles de tratar como la necesidad y la obligación de hablar de la muerte cuando ésta nos ha afectado de algún modo. Merece la pena dejarse emocionar y enseñar a otros el camino de la catarsis y la paz interior en esta lección de vida dentro de un aula. Vale la pena disfrutar de hora y media de una obra sin pretensiones, pequeña en su composición pero muy grande en sus mensajes, y es que hay líneas de diálogos magistrales, momentos guionizados que alcanzan verdades como puños, como aquél momento en el que el profesor de gimnasia explica la dificultad que tiene a la hora de enseñar a sus alumnos a saltar el potro sin pode tener contacto alguno con ellos: “se trata a los niños como residuos radiactivos, si los tocas te quemas”. ¿Está justificado castigar con un pequeño azote en el culo a un niño rebelde? ¿Se debe hablar cara a cara con un niño de cuestiones que en principio sólo atañen a los adultos? Cine para la reflexión, oasis de espectadores que acuden al cine para ejercitar las neuronas y no para que se las duerman.
En definitiva, recomendada para todos aquellos que gustan de ver películas que incluyen una fuerte carga social y sobretodo emocional (ojo al momento final, tan bello como conmovedor). Apuntamos otros títulos similares que tienen al sistema educacional como eje para quien quiera ahondar en la materia: La ola (Die Welle, 2005), de Dennis Gansel; Entre los muros (Entre les murs, 2008), de Laurent Cantet y El profesor (Detachment, 2011), de Tony Kaye.
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