Elvira Lindo, "Hemos creado un monstruo", en El País, 28 oct. de 2016:
El poder del dinero convirtió a Trump en un hortera entrañable, en un cerdo con los labios pintados
Un monstruo no se crea de la noche a la mañana. Si en el ámbito familiar intervienen padres, titos y abuelas en la creación de un ser consentido y ególatra, cuando se trata de un monstruo nacional como Trump, han de ser muchos los ciudadanos que se apliquen durante años para que un egomaníaco de escasas luces esté a un paso de la presidencia. Se está dando la cómica situación de que algunas de las personas que participaron activamente en la creación de Frankenstein estén saliendo del armario en estos días para confesar: “Sí, yo también tengo algo de culpa”. Uno de ellos ha sido Tony Schwartz, un tipo que en 1987 ya se había hecho un nombrecillo como periodista, pero que se dejó seducir por la insólita propuesta de Trump para que escribiera su autobiografía. ¿Hay alguien que quiera publicar su autobiografía a los 38 años? Donald Trump. Aunque hoy en día, con la excusa de la autoficción, los escritores empiezan a contar su vida desde preescolar.
Por supuesto, Trump no podía escribir ese libro, porque no sabía cómo eran los libros por dentro, no había abierto ninguno, así que contrató a Schwartz como negro, y accedió a pagarle la mitad del adelanto y de los royalties. El negro, viendo que como periodista siempre sería un pelagatos, dijo que sí. La autobiografía se llamó, The Art Of the Deal (“El arte de negociar”), se vendió como churros y Schwartz se hizo millonario. El periodista, como es lógico, perdió credibilidad entre sus pares y montó una empresa de coaching que le ha hecho más millonario. Pero cuando Schwartz escuchó este verano que Trump se presentaba como candidato y declaraba que Estados Unidos se merecía un líder como el que escribió The Art of de Deal, empalideció y escribió un furioso tuit: “Gracias, Donald, por sugerir que compita para presidente, dado que yo escribí The Art of the Deal”. Al autobiógrafo de Trump no sólo le alarma que el magnate se crea autor de la escritura, sino que asuma sin rubor todas las falsas cosas buenas que sobre él aparecían en el libro, porque lo que hizo Schwartz fue mentir y embellecer la historia de Trump para que este apareciera como un genio de los negocios: “Pinté los labios a un cerdo”. Y es que lo que verdaderamente presenció el negro fue a un hombre incapaz de concentrarse en una conversación, irritable, obsesionado con la fama, un mentiroso que se cree sus propias mentiras, y un empresario que ha pinchado en muchas inversiones, porque aunque se venda como un hombre hecho a sí mismo, la pasta le venía de papá, del que suele hablar poco por no contar cómo el padre le salvó de muchos disparates inmobiliarios. Schwartz piensa ahora, arrepentido, en dedicar las ganancias que siga generando el libro a causas nobles, aunque asume que él creó parte del monstruo.
Por otro lado, está Michael D’Antonio, un premio Pulitzer que le hizo la última entrevista al candidato antes de la campaña. D’Antonio ha cedido las cinco horas de grabación que tiene con Trump a The New York Times para que este medio vaya soltando perlas en los últimos días. En ellas, Trump da cuenta de su matonismo juvenil, que obligó a sus padres a apartarlo del barrio y mandarlo a una academia militar para reformarlo. Error. El joven Donald se sintió en su salsa en un ambiente en que podía dar rienda suelta a su hombría. Porque a él le gusta pelearse como a los machotes, llegar a las manos. Detesta, más que nada, sentirse humillado: viendo en una ocasión que Ivana sabía manejar los esquís mejor que él, montó en cólera y destrozó a golpazos su equipo. Las grabaciones dan cuenta también de su nula aceptación del fracaso, de su desprecio por los perdedores, y de una obsesión patológica por salir en los medios.
La historia del tercer libro, el de Harry Hurt III, es más triste. Hurt escribió una biografía no autorizada en 1993, El magnate perdido: las vidas de Donald Trump. Este libro nació herido de muerte porque el autor decidió incluir una declaración jurada de su exesposa en la que contaba que Trump, animado por ella, se sometió a un implante de pelo, y como la operación fue dolorosa, volvió a casa, le arrancó a ella un mechón de pelo, la violó y la dejó encerrada un día en el baño. Los abogados de Trump obligaron entonces a la editorial a incluir una página aclaratoria de Ivana: “Se me malentendió, dije que me había sentido violentada, no violada”. Esa rectificación tiene que ver con un acuerdo de divorcio de 14 millones de dólares (12,8 millones de euros).
El biógrafo Hurt, viendo cómo las mujeres de las que abusó el magnate han hablado, quería reeditar el libro, pero nadie se atreve. Temen la ferocidad de los abogados de Trump. Y es que, en el fondo, el monstruo da miedo. Ese monstruo creado colectivamente. Nunca se han escrito tantos libros sobre una persona con tan poco interés. Pero el poder del dinero convirtió a Trump en un hortera entrañable, en un cerdo con los labios pintados.
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