Tengo 26 años, soy periodista y este 2024 volveré a ser becaria. Vivo en casa de mis padres y no tengo ahorros. Además soy consciente de que nunca seré madre, ya voy tarde. Tarde para conseguir el trabajo de mis sueños. Tarde para comprarme un piso o una casa. Tarde para cuidar un bebé. Me miro en el espejo, me quedo observando a mis amigos y amigas, y solo veo un grupo infantilizado por la vida que nos ha tocado vivir. Somos demasiado jóvenes y nos creemos que ya vamos tarde. Lo que no sabemos es que nunca llegaremos.
Ainhoa Pérez Campo, Vigo. Carta a la directora publicada en El País, 9 de enero de 2024.
Ha sido reproducida 99.700 veces desde que se publicó este 9 de enero, en solo 4 días. Con el título "vamos tarde para todo".
Luz Sánchez-Mellado, una columnista bastante buena de El País, contestó el día 11 con "Yo, boomer". Su artículo está en venta electrónica, así que no es accesible. Qué pena. Pero Duckduckgo, el buscador independiente, no utiliza filtros y censuras comerciales, y es posible rescatar el texto completo desde ahí:
Nunca fui becaria, porque jamás cobré una beca, ni de estudios ni de prácticas. Pero sí fui precaria antes de que se acuñara el término, porque durante años trabajé como la que más sin más convenio que el de “tanto haces, tanto cobras”, ni más colchón que el de mi camita de 90 en casa de mis padres. Lo normal en la época, vamos. Así hasta que, a los 25 años, ya calada y catada como los melones, firmé mi primer contrato en una categoría entonces conocida como “puta base”, y pude empezar a vivir por mi cuenta y riesgo. "Ya está otra vez con sus batallitas de privilegiada, su buen trabajo, sus buenos trienios cotizados, su adosado en la periferia y su SUV etiqueta eco con el que comerse los 60 kilómetros de casa al curro y viceversa, dirán los jóvenes." Estoy de acuerdo, pero el problema es otro. El problema es que el sueldo que entonces correspondía a los puestos de entrada a los trabajos y eso, a veces, desata una guerra generacional absurda entre los veteranos del oficio que pudimos comprarnos una casa hipotecándonos 30 años al 17%, y los colegas con quienes trabajamos codo con codo, podrían ser nuestros hijos, y no pueden ni pensar en ello.
La periodista Ainhoa Pérez escribió una carta a la directora de este diario en la que se lamenta por seguir siendo becaria a los 26 años, seguir viviendo con sus padres e ir ya “tarde” para lograr el trabajo de sus sueños, comprar un piso y ser madre. Comprendiendo su desesperanza, no comparto el tremendismo de dar por finiquitada una vida antes de empezarla. No se trata de competir por quién es más pobre, quién picó más piedra, a quién putearon más los patrones o quién tiene el futuro más negro, sino de luchar, juntos, por nuestros derechos. El otro día, pasé con mis hijas por una residencia de ancianos llamada Años Dorados y se me ocurrió bromear con ir reservando plaza. No pillaron la gracia. Así que, antes de liquidarla, ya estoy pensando pedir una hipoteca inversa del adosado para poder pagármela. Estamos todos jodidos, Ainhoa, aunque hagamos como que no va con nosotros. Al tiempo.
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