Javier Marías, "Iconoclastas a hurtadillas", 18/09/2011
No lo recuerdo con precisión, pero lo recuerdo. Se estaba redactando el borrador de la Constitución cuando se produjo una filtración de su contenido a la prensa. A mi padre, Julián Marías, le pareció erróneo y aun disparatado, lleno de detalles impropios de un texto tan fundamental, y escribió un artículo al respecto dando la voz de alarma. Dicho artículo no sólo tuvo mucho eco, sino que el mismo día de su publicación mi padre recibió una llamada del entonces Presidente Adolfo Suárez, que, sumamente preocupado, lo invitó a visitarlo para que le expusiera sus objeciones en persona y más por extenso. La redacción de la Constitución -hubo luego más reacciones- se inició de nuevo, o poco menos. Quedó libre de adherencias absurdas o interesadas y lo bastante presentable para ser sometida al refrendo de los españoles, en 1978. La actitud de Suárez contrasta sobremanera con la de Zapatero, Rajoy y el resto de políticos actuales. ¿Se los imaginan sobresaltándose por lo que opine un intelectual y convocándolo en seguida para escuchar su parecer y sus posibles consejos? Quienes tengan estima por Julián Marías podrán argüir que tampoco hay hoy ninguna figura equivalente a la suya. Es cierto que no la hay idéntica, pero en cada época hay figuras equivalentes a las de cualquier pasado. Fernando Savater, de quien discrepo a veces, lo es a todas luces en cuanto a su capacidad de razonamiento y argumentación, su independencia y su impredecibilidad. Pero ni Zapatero ni Rajoy creen precisar de su concurso ni del de nadie, o les basta con lo que les dictan Merkel y Sarkozy, cuya altura intelectual nadie pone en duda porque carecen de ella.
Desde su aprobación en 1978 -treinta y tres años-, la Constitución ha sido intocable, y tanto el PSOE como el PP se han esforzado al máximo porque lo fuera. A ambos partidos se les ha llenado la boca diciendo defenderla, en incontables ocasiones. Hasta el punto de que ni siquiera se ha tramitado una enmienda que ya clama al cielo, a saber: que en esta Monarquía Constitucional les sea posible reinar a las mujeres. Modificación tanto más necesaria cuanto que la descendencia del Príncipe Felipe es, por ahora, exclusivamente femenina. (Eso por no hablar de la injusta Ley Electoral que padecemos desde hace tres décadas.) Y de pronto, en pleno agosto y por vía sospechosamente urgente, esos dos partidos se ponen de acuerdo -nunca lo están en nada- para reformar la Constitución de manera poco democrática, dada su anterior y proclamada inviolabilidad. Y, pese a los centenares de millares de firmas reclamando un referéndum, se saltan éste a la torera e imponen la reforma desde el Congreso. Rajoy ha tenido la desfachatez -en fin, su partido se caracteriza por ser falaz casi siempre- de asegurar que, puesto que una abrumadora mayoría de diputados ha votado a favor de ella, también lo ha hecho una abrumadora mayoría de españoles, olvidando, o más bien escondiendo, que dicha reforma no figuraba en el programa del PP ni del PSOE cuando hubo elecciones por última vez, en 2008. Ningún español, por tanto, ha aprobado nada de lo que ellos se han sacado de la manga a última hora, cuando la presente legislatura está agotada y el Presidente del Gobierno no va a seguir siéndolo.
No tengo conocimientos para saber si conviene o no que se limite el déficit y se establezca un techo de gasto mediante enmienda constitucional. Puede ser. Aunque juraría, desde el sentido común, que hay otras formas de conseguir eso -¿decreto ley, aplicación y cumplimiento de las leyes ya existentes?- sin necesidad de tocar el texto fundamental. Y, en todo caso, creo imprescindible que la modificación se someta a referéndum. Han salido voces, a menudo inteligentes, como las de Peces Barba y otros, que sin embargo han soltado inesperadas sandeces en contra de ese referéndum, como "¿Para qué hacer una consulta popular si ya se cuenta en el Parlamento con una mayoría suficiente?" O les da lo mismo, o no han caído en la cuenta de que es posible -sólo posible- que dentro de unos meses el PP goce de mayoría absoluta en dicho Parlamento y que, con este precedente peligrosísimo y los argumentos de Peces Barba y sus colegas por bandera, se sienta facultado para cambiar la Constitución a su antojo y cuantas veces le plazca, dejándonos a merced del criterio y el provecho de un solo partido que jamás se ha distinguido por su respeto a la ciudadanía. Con esta reforma impuesta se ha abierto, asimismo, la caja de Pandora: ya ha salido uno reclamando que se incluya en la Constitución el derecho a la "autodeterminación"; otro, el federalismo; un tercero, que si Monarquía o República; un cuarto, que se reconozca la "singularidad" de su pueblo, y así hasta el infinito.
¿Cómo pueden ser nuestros políticos tan obtusos? En un momento en que hay una creciente y manifiesta aversión hacia ellos; en que se ha producido un movimiento que no debe tomarse a la ligera, el del 15-M, el cual ha subrayado las imperfecciones de nuestra democracia y el progresivo distanciamiento entre nuestros representantes y sus representados; justo entonces, no se les ocurre otra cosa que reformar a hurtadillas -es "a hurtadillas" todo lo que no sea consultar a la población al respecto- el texto que hasta ahora era intocable y sacrosanto. Es como si los obispos se hubieran convertido en iconoclastas de sus veneradas efigies de Semana Santa. Eso es lo que han hecho el PP y el PSOE: dinamitar lo que se han pasado treinta y tres años jurando que defendían y reverenciaban. ¿Quién va a creerles a partir de ahora una palabra? Lo de "a partir de ahora" es sólo un decir, no me tomen por tan tonto.
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